Luiz Inácio Lula da Silva, el próximo 1 de enero de 2023 asumirá otra vez la presidencia de la República Federativa del Brasil.
Todo indica que la tarea que le espera será titánica. Deberá retomar –y redefinir- la agenda brasileña en contra de la pobreza, el hambre, la servidumbre y la esclavitud que sufrió un inexplicable retroceso durante la era Bolsonaro, que recreó las políticas económicas y segregacionistas de la larga dictadura brasileña.
El primer gran conflicto que aparece naturalmente en el horizonte del nuevo gobierno es la questão agrária, habida cuenta de que se han profundizado las disputas por la posesión de la tierra, que ha conllevado el exterminio de pueblos originarios, el asesinato de líderes indígenas y gestores sociales, cuestión que también se replica en toda América Latina.
Lula deberá recorrer un camino que le es conocido. Desarticular la enorme red de complicidades que favorece la expansión de los inmensos ranchos ganaderos y granjas industriales que han perfeccionado la explotación del hombre por el hombre, reduciéndole a la servidumbre y la esclavitud.
Avanzaremos, dentro de nuestros límites comarcales, en las consecuencias que, sobre la población rural, tuvo la sucesiva adopción de estrategias de explotación capitalista en el campo y, fundamentalmente, en multiplicar los desplazamientos poblacionales que la transformación productiva generó desde los años 60.
Desplazados que, por otro lado, fueron organizándose en movimientos sociales, como el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), para combatir las formas de exclusión a que son sometidos por los grandes productores pecuarios, madereros, mineros, entre otros muchos, y presionar al gobierno brasileño para que implemente una reforma agraria que solucione la cuestión agraria de forma radical y, de esa manera, contemplar al pequeño y medio productor, olvidado por los decisores de las políticas públicas.
Es por ello que venimos a proponer un asterisco al debate pendiente y así abrir una ventana más a una investigación en construcción, que no sólo tenga en cuenta las relaciones capitalistas y su forma de explotación de la tierra sino la pluralidad de relaciones que se tejen en torno a los trabajadores desplazados, ya sea del campo o de la ciudad, organizados y enfrentados a una situación de exclusión, conquistando espacios donde poder implementar su propio proyecto, pero espacios que deben ser disputados a otros agentes con proyectos diferentes representados por agencias gubernamentales, latifundistas, iglesias de diversos credos, narcotraficantes y bandas armadas autogestionarias que, junto a las fuerzas parapoliciales de origen evangélico –gatilleros-, sostienen la política represiva de la nueva derecha brasileña.
Para tener una explicación completa y fundada de las causas que produjeron el volumen actual de desplazados deberíamos retomar temas centrales de la historia de Brasil y del gran imperio portugués desde los primeros momentos de la colonización.
Sin embargo, esa empresa sobrepasa la pretensión de este brevísimo texto que hace un vuelo rasante sobre el origen de la questão agrária desde la llegada de los portugueses.
La estructura de la propiedad de la tierra que ellos instauraron cuando tomaron posesión de la nueva colonia estuvo marcada por una distribución profundamente caprichosa:
“Verificamos que desde los primeros momentos de la colonización esa distribución fue desigual. Primero fueron las capitanias hereditárias y sus donatarios, después fueron las sesmarias. Éstas son el origen de la gran mayoría de los latifundios del país, fruto de la herencia colonial; los principios que marcaron la concentración de la propiedad de la tierra en Brasil y nunca han dejado de existir” (OLIVEIRA, A. U., O campo brasileiro no final dos anos 80. In Stédile, J. P. (coord.). A questão agrária hoje. Porto Alegre. Editora de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul – Associação Nacional de Cooperação Agrícola, 1994, p. 55).
La ocupación territorial avanza al ritmo que marca la aparición de nuevos recursos naturales que pueden ser explotados en forma comercial y en dirección hacia donde pueden ser extraídos con mayores facilidades y ganancias.
En este sentido, es preciso resaltar los sucesivos ciclos económicos forjados en la extracción o producción de la madera pau brasil, la caña de azúcar, los metales y las piedras preciosas, el caucho y el café, definiendo una ocupación con un fuerte tono mercantil: “Será la empresa del colono blanco que reúne la naturaleza pródiga en recursos aprovechables para la producción de géneros de gran valor comercial, reclutando el trabajo entre las razas inferiores que domina: indígenas o negros africanos importados”. (Prado Jr., C., História Econômica do Brasil. São Paulo: Brasiliense, 1985, p. 22).
No sólo serán explotadas las supuestas “razas inferiores” sino todas las que deban ser integradas y movilizadas en función de las necesidades de los nuevos frentes de trabajo.
El auge y la decadencia de los productos de exportación marcan las idas y venidas de grandes contingentes de trabajadores por el territorio brasileño. Bajo régimen esclavista o asalariado, la mano de obra se desplaza en contingentes cada vez mayores siguiendo las nuevas alternativas de extracción o producción que van alimentando una economía de base exportadora.
El maestro Celso Furtado lo explica mejor: «Así como la segunda mitad del siglo XIX se caracteriza por la transformación de una economía esclavista de grandes plantaciones en un sistema económico basado en el trabajo asalariado, la primera mitad del siglo XX está marcada por la progresiva emergencia de un sistema cuyo principal centro es el mercado interno» (Formação Econômica do Brasil. São Paulo: Companhia Editora Nacional – Publifolha, 2000, p. 245).
El colapso que sufre la economía cafetalera con la Gran Depresión de 1929 va a reconducir la base económica hacia el mercado interno, que, al mantener alta la de demanda, “pasa a ofrecer mejores oportunidades de inversión que el sector exportador” (Furtado, 2000, p. 209).
Se inicia entonces la fase de industrialización por sustitución de importaciones, con el Estado tutelando de cerca todo el proceso.
La segunda mitad de los años 50 sirven de reapertura de la economía brasileña para el exterior.
La captación de fondos internacionales y la entrada de grandes empresas multinacionales en el territorio nacional conforman un escenario económico caracterizado por el crecimiento, pero también por los desequilibrios resultantes del agotamiento del sistema de sustitución de importaciones y de la dependencia de las inversiones de capital exterior y de la deuda externa acumulada.
El corte en el suministro de tecnología y de capitales desde el exterior fue una de las causas de la inestabilidad que define la situación del país durante la primera mitad de los años 60.
El golpe de Estado de 1964 inaugura, en cambio, una etapa de estabilidad y crecimiento económicos. El «orden» instaurado por los militares junto con el retorno de los capitales extranjeros y con una política estatal basada en el fomento del crecimiento económico «a toda costa» como forma de desencadenar el desarrollo económico, dan sus resultados «positivos» en términos de tasas de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB).
En los primeros años de la década de los 70, los niveles alcanzados fueron tan altos que han pasado a la literatura económica como los años del «milagro brasileño».
Sin embargo, ¿cuál fue el resultado de todos esos procesos económicos para la población trabajadora del medio rural? Las migraciones masivas detrás de las nuevas producciones agrarias con fines exportadores, detrás de la demanda de trabajo, se mantienen aunque con un carácter diferente.
La mano de obra continúa acudiendo donde la demanda de trabajo es elevada, pero a partir de los años 50 los flujos migratorios más intensos ya no serán campo-campo y sí campo-ciudad.