Por Lucas Croce *
La turbulencia financiera iniciada en mayo pasado, parece no tener fin. Suba de tasas en Estados Unidos, que genera fortalecimiento del dólar, que dispara una brusca salida de capitales de los mercados emergentes, que ocasiona profundas bajas en los mercados de capitales, que disparan el riesgo país, que derivan en devaluaciones de las monedas locales de distinta magnitud, y que finalmente impactan de lleno en la economía real. Este escenario, que se tradujo en el fin del financiamiento al gradualismo, recibió, como si fuera poco, el golpe de la peor sequía en más de 50 años. Explicación muy conocida que, a pesar de ser verdadera, a muchos comienza a sonarle como excusa cada vez que se ve que esa tormenta se transforma en huracán cuando llega a nuestro país.
Ni tan calvo ni con dos pelucas, un análisis objetivo de los sucesos y datos de los últimos meses marca que la crisis ha golpeado, en distintos grados, a Rusia, China, Sudáfrica, Brasil, Chile, pero por sobre todos ellos, a Turquía y a Argentina, naciones que, dentro del grupo de emergentes, son las más vulnerables a causa de un combo complicado de fuerte déficit externo, sumado al peso de su deuda en dólares como porcentaje del PBI (es importante notar que en ambos rubros, la posición turca es aún más débil que la argentina).
¿Quiere decir que el gobierno del Presidente Macri no tiene ninguna responsabilidad? No, claro que la tiene. Después de un comienzo de gestión con muchos logros importantes, que sirvieron de base para volver a la senda del crecimiento, ganar con amplitud las elecciones de medio término, y alimentar altas expectativas de un ciclo virtuoso, la falta de avances profundos en la reducción del déficit fiscal y una larga sucesión de errores políticos y económicos, contribuyeron a crear las condiciones para que la reversión de los flujos globales descripta más arriba se lleve puesto al peso, a los precios de las acciones, a las valuaciones de los títulos públicos, y al nivel de actividad, todo en un contexto de alta inflación.
Este sombrío panorama, agravado por un escándalo de corrupción que amenaza con detener a la obra pública, uno de los motores de la economía, y por la incertidumbre política de cara a las elecciones presidenciales del año próximo, está al mismo tiempo, ofreciendo grandes oportunidades a los inversores dispuestos a soportar la volatilidad y a esperar el tiempo necesario para ver los frutos.
A pesar de que algunos hablan de un futuro default -pronóstico que consideramos temerario teniendo Argentina necesidades de financiamiento muy cerca de ser cubiertas hasta fines de 2019 inclusive-, lo que en realidad vemos son rendimientos en dólares que rondan el 10% anual, en bonos cortos que, en caso de superarse esta crisis, podrían además brindar más que interesantes ganancias de capital. Aquellos que prefieran invertir en pesos, encontrarán tasas anuales de 9% por sobre la inflación medida por el CER, y en otros casos, superiores a 50% anual.
Un análisis semejante podemos hacer de las acciones, que han sufrido caídas mayores a 60% en dólares, precios que si bien pueden bajar todavía más, consideramos extremadamente atractivos a los fines de armar posiciones estratégicas a no menos de tres años vista.
En resumidas cuentas, los meses próximos no será fáciles, y los desafíos están lejos de ser superados. Pero no es descabellado pensar que dentro de un año, los inversores que hoy se animen, se encuentren disfrutando de jugosos retornos. Porque esta crisis también pasará.
* Agente Productor CNV. Asesor en DLC Asesores Financieros