Hemos determinado en nuestra entrega anterior el marco teórico necesario para comprender la naturaleza de lo que llamamos Patrimonio Cultural.
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Ante ese estado de la cuestión que abordamos, es preciso acercar nuestra lupa a lo procedimental.
Muchas veces, desde distintos ámbitos y desde distintas ciudades o pueblos, se solicita que evaluemos declarar “monumento histórico” o de “interés provincial” o “lugar histórico” –que son las tres categorías que nuestra ley provincial (bastante elemental y nada práctica) de conservación del Patrimonio caracteriza- y resulta muchas veces desagradable tener que rechazar tales peticiones.
Es que para el habitante, funcionario o personaje prominente del lugar, la solicitud es justificada sobradamente desde “su ubicación” y no tiene seguramente las herramientas teóricas para su justa apreciación, considerando que si es importante para su pueblo o ciudad y su zona de influencia, esto es motivo suficiente. Lamentablemente, la axiología en esta materia no funciona de esa manera, porque desde el comienzo el ámbito que un ministerio o, en nuestro caso, una agencia de Cultura debe evaluar, es el valor justamente testimonial desde ese lugar ministerial, que tiene una dimensión territorial distinta. Y a partir de allí, tener en cuenta otros valores que tienen la misma dimensión en cuanto a lo temporal, lo documental, lo trascendental, lo artístico, lo arquitectónico, lo identitario, incluso, la excepcionalidad del objeto en cuestión.
Lo tendrá para ese pueblo, ciudad o región, pero tal vez no para el ámbito provincial, o tal vez sí, lo que se deducirá convenientemente y en su debido momento. Esto no implica una cuestión mecanicista.
Y aquí hacemos una afirmación y la planteamos como nuestra hipótesis: el Patrimonio Cultural no es objetivo, es “subjetivo” por ser resultado de la actividad humana y como tal tiene distintos grados de trascendencia que condicionan su valor.
Y está en los profesionales y técnicos hacer la valoración axiológica de manera interdisciplinaria, haciendo intervenir primero un proceso de razonamiento especulativo para observar el objeto cultural y hacerse la idea de éste y ubicarse en el problema; otro, de razonamiento analítico. Ambos procesos requieren de una etapa heurística, es decir, de recopilación de la información documental para poder evaluar y estudiar el objeto; y una última etapa de razonamiento crítico, de donde saldrá el resultado de si corresponde o no ser declarado y, de ser así, en qué grado y dimensión. ¿Todo esto es necesario? En esto somos categóricos e imperativos: debe aplicarse el mayor rigor profesional porque -y lo planteo como segunda afirmación hipotética-, cada objeto patrimonial es único, con su propia dinámica, su propia construcción, irremplazable e irrecuperable de ser alterado.
Su alteración implica su cambio de substancia y esencia, por lo tanto de “ser”, para pasar a ser otra cosa o lisa y llanamente de “no ser”, lo que significa, en muchos casos, desaparecer como tal. Son como los acontecimientos históricos, únicos de su tiempo.
Dijimos anteriormente que cada ciudad o pueblo tiene sus propios objetos, argumentos, visiones, razones. Todas estos sustantivos son acciones humanas que, cuando son compartidas por un grupo social (objetivos, costumbres, pensamientos, religión, tradiciones, historia, microhistorias, vocabulario, modismos, regionalismos) conforman “una cultura”, es decir, un corpus bien definido que construye su identidad, creencias y modo vida. Decir esto implica a priori que no hay una sola cultura, que hay muchas. Incluso dentro de un mismo grupo social, un mismo pueblo, una misma ciudad, una misma región, puede haber más de una cultura, y los comunes denominadores, conjuntamente con las particularidades, construyen la identidad.
Este elemento, la “diferenciación cultural”, es otro de los componentes fundamentales del Patrimonio Cultural que constituye valores propios a sopesar. Surge de manera inmediata otra hipótesis: el Patrimonio Cultural está conformado por todos los componentes representativos de las distintas culturas, y no de una sola, que generalmente es la dominante.
Es tan representativo el rancho de paja y adobes como la casa-pozo, o el alero de los aborígenes (ab-origen, desde el principio, desde el origen), como la casona de estilo, y ninguna tiene más peso valorativo que las otras. Será la suma de los “conjuntos” los que determinan el Patrimonio Cultural y no uno o varios de ellos; cada uno y todos, en un proceso dialéctico y dinámico, se condicionan y son condicionados.