La figura de Manuel Baldomero Ugarte (1875-1951) ha propiciado un especial interés en las filas del revisionismo argentino.
Detrás de esta personalidad, varias generaciones de politólogos e historiadores han creído hallar el origen del pensamiento nacional de izquierda, prueba de lo cual es el gran número de libros que han inspeccionado su vida, sus rumbos y escritos, buscando rescatar del olvido este prolífico literato argentino. Sus escritos y ensayos continúan despertando la atención de estudiosos y un gran número de estas renovadas interpretaciones han permitido enriquecer la historia social, política e intelectual de Latinoamerica.
Junto a una decena de intelectuales de esta región, Ugarte impulsará en aquellas primeras décadas del siglo XX una profunda proclama antiimperialista. Particularmente el literato argentino entiende que es justamente en aspectos como la cultura, la comunicación y la educación donde el imperialismo da cuenta de ser un fenómeno “novedoso”, desplegando llamativamente nuevos instrumentos de disciplinamiento, sometimiento y dominación. Para Ugarte el imperialismo es en gran medida sinónimo de expansionismo estadounidense.
El fenómeno que engloba el término “imperialismo” ha sido objeto de múltiples interpretaciones y abordajes por parte una variedad amplia de pensadores a lo largo del siglo XX. En relación con esto habría un rasgo que es compartido por muchos en aquellas primeras décadas del siglo XX y en particular por Ugarte: nos referimos a que el imperialismo se percibe como algo novedoso, nuevo, contemporáneo.
El literato argentino observará, paradójicamente, con admiración la experiencia de desarrollo y “esplendor nacional” de Estados Unidos. Para Ugarte, este país es una referencia permanente para pensar la posibilidad de apuntalar el desarrollo y progreso en un país que también, al igual que la veintena de países de la América Latina, transitó por su etapa colonial, tuvo su guerra de independencia, no obstante su trayectoria como país independiente se muestra a la luz de los resultados alcanzados en materia económica.
Ahora bien, este gran desarrollo sobre el cual Ugarte expresa admiración y reconocimiento representa asimismo el mayor peligro para el resto del continente, dado que como bien comenta el autor, no se limita a circunscribirse al interior de las fronteras de Estados Unidos sino que amenaza con desbordar dichos márgenes políticos.
Yo imaginaba ingenuamente que la ambición de esta gran nación se limitaba a levantar dentro de sus fronteras la más alta torre de poderío, deseo legítimo y encomiable de todos los pueblos, y nunca había pasado por mi mente la idea de que ese esplendor nacional pudiera resultar peligroso para mi patria o para las naciones que por sangre y el origen, son hermanas de mi patria, dentro de la política del continente. (1)
Aquí nos hallamos ante uno de los nudos problemáticos centrales en torno a la discusión sobre el “fenómeno imperialista”, es decir, la relación entre desarrollo económico capitalista y las fronteras políticas estatales. A este respecto, Ugarte no observa que el problema se localice en la lógica y dinámica propia del capital, o por lo menos no de manera natural a modo de “fase” o etapa como se presenta en la tesitura de Lenin: “fase superior del capitalismo”. Para Ugarte el problema se hallaría en las ambiciones políticas de dominación expresadas tempranamente por la dirigencia política estadounidense en su clásica Doctrina Monroe (1823), y posteriormente en la reafirmación de esta doctrina hacia principios del siglo XX, encuadrada en el Corolario Roosevelt de la Doctrina Monroe (1904).
Durante los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX van a proliferar en Europa, principalmente, enconadas discusiones que buscan dar cuenta del “fenómeno imperialista”. Es en estos años cuando fueron tomando cuerpo diferentes lecturas en relación con esta novedad. A grandes rasgos, las discusiones transitaron en torno a dos perspectivas. Por un lado, aquella que entendía que era un fenómeno económico pero políticamente impulsado y potencialmente perfectible desde el campo político (Hobson -2-), y por el otro lado, aquella que entendía que el imperialismo era una consecuencia del desarrollo lógico del capital concentrado, expresando una fase nueva y superior, inherente al capitalismo financiero (Lenin -3-).
Aquí, en esta última perspectiva, la salida también es política pero orientada a destruir las bases mismas del sistema y no ya a impulsar reajustes perfectibles del sistema capitalista. La postura de Ugarte respecto a estas interpretaciones se va situar más cercana a Hobson, cuya interpretación del fenómeno le asigna al componente político capacidades de reacomodar la “perversión” generada por el imperialismo, en tanto mal funcionamiento del capitalismo y, por lo tanto, de la economía mundial.
Si bien Hobson reconoce, al igual que Lenin, que el imperialismo es un fenómeno eminentemente económico y como tal, novedoso, sus fundamentos se interpretan como “distorsiones” propias de un exceso de rentabilidad volcada al ahorro por parte de determinados grupos capitalistas que persiguen en el exterior mayores índices de rentabilidades. Para ello, los aparatos militares de estos países deben ponerse a su disposición y acompañar las aventuras económicas que emprenden los grupos capitalistas.
En esta interpretación del fenómeno, están en juego las ambiciones de estos grupos capitalistas y el acompañamiento político en sostener una maquinaria militar que asegure a esos grupos “seguridad” para sus inversiones. Desde la óptica de Hobson, una rectificación desde el campo político podría reacomodar, en cierto sentido, este desequilibrio, esta “perversión” que genera el imperialismo en la economía internacional.
1. Este ensayo, El destino de un continente, fue editado en España en 1923 y recién será reeditado en argentina en 1962 a partir del impulso de Jorge Abelardo Ramos.
2. John Hobson: El imperialismo, un estudio. 1902.
3. Vladimir Ilich Ulianov (Lenin): El imperialismo, fase superior del capitalismo. 1916.
* Licenciado en Historia, UNC. Adscripto a la cátedra Historia Americana II.