Si bien todas las ediciones de la Copa del Mundo de Fútbol traen alguna sorpresa, la de Qatar 2022 presentó varias: se jugó en una época inusual, en una sede exótica -no sólo desde el punto de vista “futbolero”- y con una versión “afilada” del VAR
Por Alfredo Barrionuevo
Acaba de concluir el Mundial Qatar 2022, con el resultado deseado por la gran mayoría de la sociedad argentina, no sólo por la parte futbolera (cada vez mayor) sino también por otros sectores que esperan que el triunfo obtenido por la Selección les traiga alivio.
Más allá de las consideraciones netamente futbolísticas, la buena actuación del combinado albiceleste contribuyó a mejorar un humor social que -dada la situación real en diversos aspectos (economía, política e inseguridad, por citar algunos)- necesita autoengañarse para no estallar.
Tal vez ese autoengaño sea una señal de madurez pero ésa es una cuestión que no viene al caso analizar ahora. Lo cierto es que la Selección logró una adhesión prácticamente unánime, aun de quienes tienen una visión que va más allá del mencionado autoengaño. El conjunto nacional conquistó esa cuasi unanimidad gracias al resultado y, principalmente, a una actitud con la que se identificó la mayoría de las personas, sean apasionadas por el fútbol o no.
Antes de seguir con nuestra visión futbolístico-sociológica de la actuación del combinado nacional, es interesante referirnos a esta edición de la Copa del Mundo de Fútbol. Próxima a convertirse en centenaria, esta competencia tuvo una regularidad asombrosa: desde su primera edición, en 1930 en Uruguay, sólo dos veces fue suspendida: en 1942 y en 1946, debido a la Segunda Guerra Mundial. Ni siquiera la pandemia, que fue capaz incluso de hacer cancelar una edición del carnaval de Brasil, logró detener la 22ª edición de este evento, esta vez en Qatar, un país con una tradición futbolística aún menor que las de otros anfitriones “exóticos”, como Estados Unidos (1994), Japón-Corea del Sur (2002) y Sudáfrica (2010).
Qatar tiene una pequeña extensión pero una enorme ambición -tal como lo reflejó Comercio y Justicia en el informe especial publicado en su edición del 28 de noviembre-. Esa ambición del anfitrión que justificaba su enorme inversión se podía resumir en un beneficio en cuanto a la mejora de su imagen, al mostrarse como un país de mente abierta y prooccidental.
Controvertido
Así como otras ediciones de la Copa del Mundo, ésta tuvo sus puntos oscuros y difíciles de justificar. Denuncias de violaciones de derechos humanos, tal como ocurrió en ocasión del Mundial disputado en Argentina, en 1978; malas condiciones laborales e incluso muertes de operarios en la construcción de estadios, como en Brasil (2014), y corrupción -como en el caso de EEUU (1994)- relacionada con la designación como país organizador. Esta última situación está siendo investigada en el denominado “Qatargate”, que ya llevó a la cárcel a una eurodiputada.
Pese a todos los reclamos, el espectáculo continuó, tal como lo exige el refrán. Al igual que ocurrió en 1978, participaron incluso los países que esgrimían serias objeciones a la realización del campeonato en un estado que no respetaba los derechos humanos: hace 44 años -con Francia a la cabeza- países europeos como Alemania, Países Bajos, Suecia e incluso España, que había dejado pocos años atrás 40 años de autoritarismo, llevaron a cabo sus mejores ejercicios retóricos pro derechos humanos, pero vinieron y jugaron.
En 1978 sucedió lo mismo que ahora: nadie quiso perderse la fiesta ni, mucho menos, el negocio.
Como decíamos, el campeonato se llevó a cabo, pese a todas las objeciones. Con una organización perfecta, se ejecutó la agenda prevista –tres ruedas en la fase de grupos, octavos, cuartos, semifinales, partido por el tercer puesto y final- en un lapso menor que el de ediciones anteriores con estructura similar (32 equipos divididos en ocho grupos de cuatro, de los cuales prosiguen a octavos los dos primeros), estructura vigente desde 1998.
La agenda tan apretada tenía un motivo: el campeonato, debido a las extremas condiciones climáticas que rigen en Qatar, sólo podía ser disputado en noviembre y diciembre.
En esas circunstancias era necesario encontrar fechas que permitieran llevar a cabo las competiciones de clubes y que, además, no colisionaran con las fiestas de fin de año.
Los jugadores prácticamente no tuvieron descanso durante 2022 y no sorprendió que -lamentablemente- muchos sufrieran molestias o hasta lesiones que les impiden alcanzar su máximo nivel o incluso participar del Mundial, durante el cual también hubo escaso tiempo de descanso entre partido y partido. En este punto cabe reflexionar y recordar las quejas de Diego Maradona contra la FIFA, el ente rector del fútbol en el mundo, relativas al escaso respeto para con los jugadores, quienes a veces tienen que hacer esfuerzos que ni siquiera el mejor pago compensa.
El VAR, figura excluyente
Una vez en juego la pelota, todas estas disquisiciones previas perdieron relevancia: sólo importaba lo que se veía en la cancha, y lo que se vio al inicio del campeonato fue una incidencia superlativa del VAR, un conjunto de recursos tecnológicos que habían hecho su debut en el Mundial anterior (Rusia 2018) y que se presentaba ahora con su cara más perfecta, una cara que tenía incluso rasgos inhumanos: tamaña la precisión que ofrecía para que los árbitros fundamentaran sus decisiones o, incluso, las tomaran.
La primera de estas situaciones ocurrió en el partido inaugural. A los poco minutos de iniciado, Ecuador, que enfrentaba al combinado anfitrión, convirtió un gol que fue anulado por off side automático. La imagen del VAR mostraba que el jugador ecuatoriano estaba adelantado por milímetros.
En su debut, Argentina sería beneficiaria y a la vez víctima de la precisión del VAR. A los pocos minutos de iniciado el partido, el árbitro sancionó un penal para la Albiceleste, apoyado por la evidencia del VAR, penal que Messi transformó en gol. Los ojos del árbitro y sus ayudantes en el campo fueron insuficientes para detectar la falta del defensor catarí sobre Messi.
Aún en el transcurso del primer tiempo, el VAR pasaría de aliado a enemigo de la Selección argentina: sus veredictos precisos, milimétricos y minuciosos la privaron de tres goles, que sumados al ya convertido, habrían significado una diferencia casi imposible de revertir en el segundo tiempo.
Arabia Saudita
En el segundo tiempo de ese partido contra Arabia Saudita se produjo la primera gran sorpresa del campeonato. En aproximadamente 10 minutos inolvidables -para la historia del fútbol saudita- sus jugadores consiguieron primero empatar y luego ponerse dos a uno al frente en el marcador. Argentina tenía tiempo para empatar e incluso ganar el partido, pero todos los esfuerzos fueron inútiles y la Selección nacional quedaba en la difícil situación de tener que jugar a ganar los dos encuentros restantes de la fase de grupos, sin poder especular con posibles empates, ante dos equipos, México y Polonia, en teoría más fuertes que Arabia Saudita.
En los otros grupos también hubo sorpresas -y decepciones-. Quedaron en el camino Alemania, que ya en la copa anterior había corrido igual suerte; Bélgica, envuelta en un escándalo de “fiestas” no permitidas; Dinamarca, promesa de buen fútbol que no se cumplió y Uruguay, que -evidentemente- aún no resolvió satisfactoriamente la sucesión del maestro Washington Tabárez, quien lo dirigió en cuatro mundiales.
En los octavos de final sólo hubo una sorpresa, la eliminación de España a manos de Marruecos, que también se constituiría en una sorpresa en cuartos, cuando derrotó a Portugal, que sufría una confusa situación interna con su estrella Cristiano Ronaldo.
En esa misma instancia se jugó un partido que bien podría haber sido la final del campeonato: Francia e Inglaterra disputaron uno de los mejores encuentros -sin considerar, obviamente, la final-.
La final
En una de las mejores finales de la historia, Argentina venció a Francia y obtuvo su tercer título mundial. La Selección logró una ventaja de dos goles a cero –tal como lo hizo en todos los partidos, con excepción del primero-en el primer tiempo, con base en un juego veloz, agresivo y de extrema presión. Francia prácticamente no tuvo participación en el juego hasta los diez minutos finales del partido cuando -ya sin Di María en campo, quien había sido un factor fundamental para la ventaja argentina- logró empatar y llevar el juego al alargue, tal como había sucedido en cuartos contra Países Bajos. En el tiempo extra nuevamente Argentina fue superior y tradujo esa superioridad con un gol de Messi; sin embargo, una vez más, Francia consiguió empatar en las postrimerías del segundo tiempo adicional e, incluso, pudo haber ganado de no haber mediado una espléndida intervención del arquero Emiliano “Dibu” Martínez, quien brilló volvió a brillar en la definición por penales.
Pocas finales en la historia de los mundiales tuvieron un desarrollo tan espectacular. Argentina fue un justo vencedor, obtuvo su tercera copa y continúa cuarta en el ranking histórico, atrás de Brasil (5 títulos y dos subcampeonatos), Alemania (4 y 4) e Italia (4 y 2). Si hubiera perdido, habría cedido ese lugar a Francia.
La pelota manchada
Amir Nasr-Azadani, un defensor de 26 años del club Iranjavan fue condenado a muerte por “enemistad por Dios”, a raíz de que protestó contra la represión que sufren las mujeres en el régimen de los ayatollah que impera en su país, Irán.
El origen de las protestas fue la muerte de Mahsa Amini, una joven que murió bajo custodia policial por no llevar correctamente colocado el velo islámico.
Si bien hubo un gran movimiento vía change.org y la Federación Internacional de Futbolistas Profesionales para pedir que no se ejecute a Nasr-Azadani, es muy probable que el régimen no dé atención a estos pedidos.
Fueron inútiles los pedidos tanto a la FIFA como a Qatar para que se pronuncien contra la ejecución de Nasr-Azadani, quien será colgado de una grúa, de la misma manera que se hacía ya al comienzo de la revolución islámica, a mediados de los años 70.
La FIFA no quiere arriesgar su relación con Qatar, que –a su vez- es aliado geopolítico de Irán.
Más allá de la copa: el fútbol de Córdoba reverdece
Cuna de cuatro campeones mundiales (Julián Álvarez, Cristian “Cuti” Romero, Paulo Dybala y Nahuel Molina), el fútbol de la provincia obtuvo este año diversos logros que lo vuelven a colocar en posiciones de privilegio en el ámbito nacional.
Talleres hizo historia en la Copa Libertadores: llegó a los cuartos de final, algo que no había conseguido nunca anteriormente un conjunto cordobés. En la fase de grupos consiguió un valioso empate contra el equipo que sería campeón, Flamengo (Brasil).
Además, a los ascensos a la Liga Profesional logrados por Belgrano e Instituto se sumaron el de Racing, a la Primera Nacional, y –en el ámbito femenino- el de Belgrano a Primera División y el de Talleres a la Primera B. También es destacable el desempeño de Estudiantes de Río Cuarto que, por segunda vez consecutiva, llegó a las instancias decisivas para el ascenso a la Liga Profesional.
Cabe esperar que los clubes hagan su mayor esfuerzo en 2023 para mantener las posiciones alcanzadas y mejorarlas. Los apoya una afición fiel y apasionada.