La polarización y el descrédito de las formas democráticas -entendidas por muchos como imposición de la voluntad de las mayorías vencedoras antes que como un conjunto de reglas fundamentales para proteger los derechos de las minorías- marcan el desarrollo político de la región
Por Javier Boher
La democracia liberal republicana es uno de los grandes desarrollos de la humanidad. Ha permitido el crecimiento económico y la igualdad de derechos entre los ciudadanos, alejándolos de las consecuencias de las decisiones unilaterales de gobernantes que se sienten infalibles.
Durante décadas América Latina sufrió dificultades para la implementación de esa forma de gobierno. Atravesó diversas experiencias militares y cívico-militares, así como amenazas y tensiones de grupos guerrilleros o revolucionarios. Nadie parecía valorar entonces la democracia como única forma válida de canalización de las demandas sociales, descomprimiendo las tensiones sociales y favoreciendo los acuerdos entre antagonistas.
La nefasta experiencia de los gobiernos militares y el colapso del comunismo a fines del siglo XX abrieron una nueva etapa en la región, que pudo ver de qué manera las posiciones extremas les costaron a las sociedades latinoamericanas demasiada sangre y dolor como para insistir por ese camino. Poco a poco las elecciones se fueron convirtiendo en una costumbre, consolidando la democracia como forma de gobierno.
Sin embargo, la segunda década del siglo XXI trae nuevas amenazas y problemas. Una polarización creciente y un marcado descrédito de las formas democráticas -entendidas por muchos como la dura imposición de la voluntad de las mayorías vencedoras antes que como un conjunto de reglas fundamentales, tendientes a proteger los derechos de las minorías derrotadas- marcan hoy el desarrollo político de la región, donde las tensiones entre los extremos ideológicos amenazan con arrastrar la convivencia política, el crecimiento económico, la mejora de la calidad de vida y la reducción de las desigualdades sociales conseguidos en estas décadas.
En ese contexto de pérdida de confianza en el sistema democrático se desarrollaron algunas elecciones importantes para la región. En primer lugar de relevancia para Argentina -pero por último en términos cronológicos- se encuentra la elección en Brasil, el gigante del subcontinente.
En segundo lugar, la votación en Colombia, vecino inmediato de la Venezuela chavista.
Finalmente, la elección del año pasado en Chile, que se consumó con la asunción presidencial a principios de este año, relevante por la estrecha relación y los problemas comunes entre los dos países.
Se hace un recuadro como mención a la situación vivida en Perú apenas unos días antes del cierre de este anuario, que no tiene relación con las elecciones, pero sí con la tan golpeada democracia.
Chile
El 19 de diciembre de 2021 fue electo en segunda vuelta Gabriel Boric, quien asumió la presidencia el 11 de marzo. La campaña estuvo marcada por una fuerte polarización entre los candidatos, en un balotaje que -por primera vez desde el regreso de la democracia- no tenía a las dos grandes coaliciones que marcaron la historia moderna de Chile.
Boric está tratando de construir una izquierda moderna y democrática en América Latina, lo que le ha traído algunos problemas.
La amplia coalición con la que ganó la elección empieza a ver con dudas su voluntad de un cambio radical para el país, mientras que sus detractores más a la derecha del espectro ideológico lo consideran un comunista incurable.
Tal vez por eso le ha bajado el tono al fervor juvenil, sabiendo que gestionar un país no es lo mismo que militar en la universidad. Su prédica progresista es una forma de seducir al electorado de izquierda cansado del rígido corset que ha marcado el consenso político desde la salida de la dictadura. Sin embargo, ha sabido cuestionar a la dictadura venezolana o a la cubana, entendiendo que el posicionamiento a favor de los derechos sociales no significa justificar el avasallamiento de los derechos civiles y políticos.
Desde su espacio militaron a favor del plebiscito constitucional pero no consiguieron su aprobación.
El aprendizaje que le quedó al gobierno de Boric fue que muchas voluntades extremas e identitarias -propias de los claustros universitarios del occidente blanco culposo- son opuestas al sentimiento universalista que corresponde a una constitución, por eso han decidido volver a la carga con una nueva discusión por la carta magna.
Los niveles de aprobación del presidente son muy bajos, aunque la estabilidad política del país y el modelo económico no parecen estar en riesgo. Sin embargo, el miedo a la inseguridad y la incertidumbre sobre el futuro siguen conspirando contra su gestión.
Colombia
El 29 de mayo se hizo la primera vuelta y el 19 de junio la segunda en Colombia, donde Gustavo Petro se impuso sobre Rodolfo Hernández. Asumió el 7 de agosto.
Petro llegó a la presidencia después de años de militar en la izquierda; incluso, en grupos guerrilleros. Fue en los años del caos político que sumió al país en la locura homicida de la violencia armada entre bandos que se disputaban el control de un Estado casi inexistente.
Desde aquel entonces el país fue protagonista de una pacificación sostenida que favoreció el desarme de los diversos grupos -aunque algunos decidieron volver a la clandestinidad, protegidos por el corrupto régimen venezolano-.
La presidencia de Iván Duque generó una tensión como hacía tiempo no se veía, haciendo aflorar viejos resentimientos y enojos. La elección de Petro después de dos intentos previos es un reflejo de las consecuencias del covid en la región: en casi todas las elecciones desarrolladas pospandemia se castigó a los oficialismos.
Los desafíos para Petro, con una vieja relación con el chavismo, son grandes, especialmente en lo que hace a la posibilidad de poner un tinte social al desarrollo económico que vivió el país en las dos últimas décadas, pero sin caer en un modelo de socialismo como el venezolano, que arrase con todos los progresos logrados.
Brasil
Las elecciones generales fueron el 2 de octubre, habilitando la segunda vuelta entre Jair Bolsonaro y Luiz Inácio Lula da Silva. Se enfrentaron el 30 de octubre, en medio de tensiones por el posible desconocimiento de los resultados por parte de los partidarios del ex militar.
Lula llegó a su tercer período 20 años después de su primer triunfo, lo que más conspira contra su posibilidad de hacer un buen gobierno. Después de superar un cáncer y de una condena por corrupción, volvió al centro de la escena política en un país radicalmente diferente del que gobernó.
La polarización social, el crecimiento de la representación parlamentaria de la derecha encarnada en Bolsonaro, la amplitud de su coalición y el rechazo que pesa sobre su partido tras la mala gestión de Dilma Rousseff son algunas de las amenazas que se encontrará en su nueva gestión.
El ascenso de China, una economía global que se contrae y un Mercosur que agoniza le ponen un contexto internacional con poco empuje a su favor, diferente al que vio a Brasil convertirse en la quinta economía del mundo.
Lula ha decidido rifar su prestigio en esta nueva excursión, que puede salir exactamente al revés de lo que planearon en la previa. La experiencia acumulada hasta este punto no será de gran utilidad si no logra entender que el contexto social, político y -fundamentalmente- comunicacional, es muy diferente del que lo acompañó en sus dos primeros mandatos.
Perú
El país andino tuvo su contienda el año pasado y un outsider de la política, Pedro Castillo, resultó el vencedor. Sin experiencia, con escasa formación, sin el liderazgo sobre su partido, con un Congreso fragmentado y opositor, intentó gobernar un país económicamente estable, pero en ebullición política permanente.
La constitución peruana prevé la posibilidad de que el Congreso destituya al presidente, pero no al revés: es una especie de parlamentarismo de una sola vía. Castillo, adelantándose a la destitución, decidió disolver el parlamento en un movimiento golpista.
Sin el acompañamiento de sus ministros, de los partidos políticos, de los grupos económicos ni de las fuerzas de seguridad, Castillo fue destituido y detenido por su ataque contra la democracia.
Los países de la región cuestionaron su accionar, aunque poco después -tras las movilizaciones sociales realizadas en su bastión electoral en apoyo de su figura- México, Bolivia, Colombia y Argentina decidieron apoyar a Castillo a partir de una interpretación de la noción de democracia separada de la idea de república.
La democracia es mucho más que votar periódicamente. No se trata sólo de que se haga la voluntad de la mayoría sino de respetar las leyes que garantizan que los derechos de los individuos puedan ejercerse plenamente y de comulgar con el espíritu republicano de división de poderes, con igualdad ante la ley y rendición de cuentas y alternancia de los gobernantes.