La invasión de Rusia fue una continuación de la anexión de la península de Crimea, ocurrida en 2014. Se trata de episodios que se pueden rastrear hasta la conformación del país que conduce Volodimir Zelensky
Por Javier Boher
Cuando el 24 de febrero de 2022 las tropas rusas invadieron Ucrania, muchos se sorprendieron. No es que no existieran conflictos armados o escaramuzas en todo el globo, pero esto dejaba entrever otra cosa. Ya no era sólo una operación militar sino que se estaba ante una guerra como en los viejos tiempos.
“Es un episodio de otra época” y “me parece irreal una guerra a esta altura del partido”, fueron dos de las definiciones de un amigo, doctor en Relaciones Internacionales, sobre el conflicto.
Nadie esperaba una guerra clásica en pleno siglo XXI; ni siquiera quienes pasaron buena parte de su vida estudiando el sistema internacional y las relaciones entre Estados y demás actores.
El conflicto es uno de larga data, en el que la invasión de este año fue apenas una continuación de la anexión de la península de Crimea que efectuó Rusia en 2014, todos episodios que se pueden rastrear hasta la conformación de Ucrania como país, pasando por la ocupación y colapso soviéticos.
Llegando a fin de año el escenario es distinto del de febrero, con rusos y ucranianos en situaciones diferentes a las que vivían cuando comenzó la invasión, saliendo del invierno europeo.
Caída
La caída del bloque soviético tuvo consecuencias que se siguen manifestando. La rápida disolución de una entidad política que gobernó siete décadas generó problemas en todos lados, dejando en incubación algunos huevos del viejo imperialismo ruso a lo largo de los espacios que había ocupado hasta entonces.
Las poblaciones rusas del este de Ucrania y los habitantes de la península de Crimea apoyaron a lo largo del tiempo a los sucesivos gobiernos prorrusos que ocupaban el poder en Kiev.
Poco a poco, el balance de poder empezó a cambiar, generando un sentimiento proeuropeo en el resto del país que hizo resquebrajar el poder político con el que Rusia se valía de Ucrania como un Estado satélite. Las tensiones y las convulsiones se vivieron desde entonces con más frecuencia.
Camino expansionista
La geografía ucraniana, de llanuras y mesetas, se ubicó siempre en medio del camino expansionista ruso, que le pasó por encima cada vez que sus líderes decidían ejercer algún tipo de protagonismo en el teatro europeo.
La anexión de Crimea fue el primer paso de la estrategia de expansión rusa en ese revival zarista de Putin. Con ella recuperaba el territorio en el que se asentaban sus bases navales sobre el mar Negro y cerraba el control del acceso al mar de Azov.
La operación lanzada en febrero pretendía concretar un paso más en esa ocupación del espacio prorruso de Ucrania, pero también buscaba arrollar al gobierno de Zelensky, volviendo al sistema de protectorado gris en el que se encontraba el país antes de querer formar parte, decididamente, de la Europa pacífica, liberal y democrática que se ubica a su oeste.
Con el apoyo del régimen títere de Bielorrusia, la Federación Rusa invadió Ucrania por el norte y el este, tratando de ocupar los espacios de Donetsk y Luhansk, pero también con Kiev como objetivo. Había que demoler las aspiraciones de los ucranianos, que en la cabeza de Putin y su círculo de propagandistas no podían ser más que una población apenas útil para ser una posesión.
Gas
La dependencia energética europea respecto del gas ruso hizo que los grandes países del bloque minimizaran las probabilidades de un conflicto abierto. Alemania y Francia, un tanto más alejados de la realidad rusa que Polonia, Hungría o Eslovaquia, eligieron confiar en que todo quedaría en amenazas.
El Reino Unido de Gran Bretaña fue el primer país en apoyar resueltamente a los ucranianos: cuando los rusos decían estar haciendo ejercicios militares de entrenamiento dentro de Bielorrusia, los británicos empezaron a enviar material bélico a la zona.
El estallido del conflicto en suelo europeo desnudó al Putin que todos señalaban desde hacía tiempo como dictador, pero que los poderosos del Viejo Continente elegían no ver. Desde entonces la crisis se intensificó. Los problemas energéticos se profundizaron, agregando más combustible a una inflación pospandemia que comía los ingresos de unos europeos acostumbrados a la opulencia y la tranquilidad.
Desde aquel febrero la guerra pasó por distintas etapas. El fervor inicial de los rusos lo fue consumiendo una realidad que no esperaban encontrar. No era la Ucrania abandonada a su suerte del 2014 sino un país que pasó a ser visto por el resto de los europeos como un freno al expansionismo ruso: si no se puede erigir allí una muralla, ¿qué les asegura a ellos no ser los próximos?.
Tiempo real
La guerra también fue la primera en la que la información fue accesible en tiempo real. No había que esperar partes telegrafiados al otro lado del océano ni imágenes recopiladas exclusivamente por los bandos en disputa ni los grandes medios con enviados al frente. Todos los involucrados, soldados incluidos, podían mostrar en tiempo real lo que estaba pasando.
La información digital permitía rastrear las mentiras y desinformaciones, geolocalizar los eventos y arriesgar desenlaces. La crueldad de la guerra quedó en primer plano, pudiendo ser banalizada por los que naturalizaron el horror, pero también desnudando una realidad que solamente existe cuando los que mandan deciden enviar a personas a matarse entre ellas.
Tractores y campesinos remolcando tanques, influencers enseñando a manejar vehículos abandonados, padres que peleaban en el frente haciendo videos con coreografías para sus hijos que se habían visto obligados a dejar el país y el presidente cerca de la gente de las zonas liberadas contrastaban con el hermetismo que pretendían los rusos, humanizando los relatos y facilitando la identificación con personas que no habían pedido la guerra, sino que les había llegado desde el otro lado de la frontera.
Poco a poco Rusia fue perdiendo el halo protector que había conseguido a lo largo de los años de ejercer su soft power con su profuso sistema de medios y periodistas adictos. Ver a sus soldados despachar lavarropas o televisores saqueados de las casas de los pobladores de uno de los países más pobres de Europa fue exponiendo la vil mentira de su voluntad “desnazificadora” en Ucrania, así como el chantaje global ruso de no permitir que saliera la cosecha de los puertos en el mar Negro o la amenaza permanente del posible uso del poder nuclear en el conflicto.
A medida que los ucranianos se fueron haciendo fuertes lograron repeler a los invasores, liberando poco a poco los territorios ocupados, empezando por los del norte. Al avanzar en una contraofensiva en todos los frentes se empezaron a hacer evidentes los abusos cometidos por los que habían ocupado su espacio. En Járkiv e Izium se encontraron fosas comunes con cientos de cuerpos, muchos de ellos con signos de tortura.
Retirada
Los testimonios de las personas de las zonas liberadas reflejaban la barbarie de la ocupación. Los rusos no dejaron crimen de guerra sin cometer y siguen delinquiendo en su retirada. Los bombardeos a objetivos civiles han sido una constante, para desmoralizar a la población y sumirla en el terror. Es el testimonio del fracaso militar del que se consideraba hasta este momento uno de los ejércitos más poderosos del mundo.
La dinámica internacional del año estuvo marcada por el conflicto en la tierra europea. Expuso las tensiones entre Estados Unidos y China, empujó el precio de las commodities al alza y contribuyó a generar la sensación de que la paz no puede darse por sentada.