Por Pilar Viqueira
Llegó noviembre y, con él, el Mundial de Fútbol. En primavera, por primera vez en esta parte del mundo.
Durante un par de semanas pareció que ni nuestra pasión por la Selección nacional podía unirnos. Afortunadamente, los argentinos demostramos que sí: todos juntos, sin líderes, sin otra consigna más que el apoyo a nuestros deportistas, protagonizamos las movilizaciones populares más nutridas de la historia del país.
En persona, siguiéndolas por la televisión o por Internet, estuvimos todos juntos. Fue un gran momento para estar vivos: la tercera estrella bordada en la camiseta de la Selección conectó a varias generaciones.
Por el triunfo, por la copa, en homenaje a nuestros ídolos. Por los que ya no están, por orgullo patriótico, por el deporte. Por Messi. Por ver los frutos del esfuerzo y del estoicismo. Motivos para festejar y para estar contentos sobraron en cada región de Argentina y en los países que ahora habitan compatriotas.
La alegría por el resultado en Qatar cerró un año marcado por el alboroto político, la crisis económica, la polarización en alza, un panorama regional y global incierto y debates sobre temas universales, como la libertad y la paz. Muchos sucesos que abordamos en estas páginas lo reflejan.