Por Elba Fernández Grillo / Licenciada en Comunicación Social, mediadora
En la entrega anterior me referí a la mediación comenzada con dos hermanas por temas de relación entre ellas, y la división de varios condominios que poseían.
En muchos momentos las mediadoras sentíamos estar como frente a un tablero donde cada propiedad que se discutía era -más allá de su valor económico- un símbolo, es decir, la representación de una parte de la historia de estas mujeres. Una historia que tenía que ver con su niñez, su juventud, con los vínculos que cada una había tenido con la madre cuando vivía y con el padre aún presente. Julia era la mayor y Graciela la menor; una había fracasado en su matrimonio y regresado a vivir con el papá; la otra tenía familia y continuaba viviendo con su esposo. Todos estos aspectos, como luces que aparecen y desaparecen en un camino, aparecían y desaparecían, pues mientras una sólo decidía por ella, la otra manifestaba que debía consultarlo con su esposo, pues si hacía un arreglo inconveniente recibiría sus recriminaciones. A menudo las mediadoras sentimos que no íbamos a poder con tanto, fundamentalmente porque cuando las partes en conflicto tienen historias de mucho tiempo vivido, en este caso desde el comienzo mismo de la vida, retornan permanentemente a ella para reclamarse, para ofenderse, para recordarse mutuamente los sinsabores vividos. Trabajamos buscando equilibrar estos sentimientos negativos tratando de mostrarles todo lo bueno que sí les pasaba: tener padres que habían trabajado muy duro para dejarles bienes que les hicieran más fácil la vida; estar allí comunicándose entre ellas e intentando decidir cómo deseaban vivir el futuro y no esperando que la decisión fuera a través de una sentencia judicial.
Hubo muchos tiempos de impasse en los cuales todas nos retiramos pensando: ellas en la conveniencia de resignar algunas cosas para lograr otras, nosotras en qué nuevas técnicas aplicar para poder ayudarlas con un acuerdo satisfactorio. Fueron muy importantes estas pausas, pues les permitieron reflexionar exhaustivamente sobre todo lo hablado y negociado. Implementar criterios objetivos para la valuación de los inmuebles fue también de mucha ayuda.
Todo sumó: el tiempo, la empatía, los criterios objetivos aplicados. ¿Por qué hablamos de tiempo? Porque una mediación muchas veces es como un plato gourmet: no se la puede apurar, las personas no están preparadas para resolver viejas situaciones, necesitan de un tiempo real y de un tiempo interior para irse acomodando a nuevos contextos que signifiquen dejar la confrontación para poder acceder a una negociación. Y no es fácil: hace años que viven atrincheradas detrás de esta bronca, por eso hay que esperarlas. La empatía es también primordial, pues necesitamos que las personas sientan que comprendemos su malestar, su dolor, su preocupación y que es nuestro trabajo intentar nuevos caminos para zanjar estos entornos. Por último, en este caso también fue muy difícil la implementación de criterios objetivos, pues cada vez que alguna proponía un tasador era automáticamente rechazado por la otra y varios de estos inmuebles se encontraban fuera de la provincia. Aquí también fue necesario respetar los tiempos de cada una pues necesitamos analizar a cada profesional y los motivos para su aceptación o rechazo. Luego de varios meses de avances y retrocesos, pudieron sentarse y redactar un acuerdo que les conformaba, que ponía fin a sus diferencias y les permitía escriturar las propiedades, sintiendo que cada una podía decidir sin la aprobación de la otra.
Les preguntamos que decía el papá a todo esto y por suerte nos contestaron que estaba muy feliz de que ellas se hubieran puesto de acuerdo. Sin lugar a dudas ésta fue una de las mediaciones más difíciles en que nos tocó trabajar, ¿verdad, Mary?