El resultado de las recientes elecciones de Estados Unidos disparó un sinnúmero de interrogantes sobre el futuro de esa nación y las consecuencias que traerá su resolución en el campo internacional.
Muchos analistas políticos, frecuentadores del pensamiento conservador y religioso, creen que el nuevo mandato de Donald Trump será un gozne en la historia universal.
Otros, con alarma, avisan que debemos aguardar un retorno al autoritarismo, a las épocas más oscuras de un país que se imaginó hegemónico desde el momento mismo de su fundación.
El mismo que golpeó con dureza a América Latina y al Caribe antes y después de la puesta en vigor del Corolario Roosevelt y su política del “Gran Garrote”. Periodo histórico que anticipa el triunfo del fascismo en la Italia mussoliniana, la organización definitiva del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (nazismo) y el despertar de bandas armadas católicas y protestantes que imponían a los tiros sus piadosos mensajes celestiales.
Singular mosaico al que podemos añadir la locura persecutoria de Joseph McCarthy, quien, en su lista de sospechosos de actividades antiestadounidenses incluyó al presidente Dwight Eisenhower.
Por cierto, también persiguió a Robert Oppenheimer, impulsor de la bomba atómica; a Bertolt Brecht, a Allen Ginsberg, a Linus Pauling, a Orson Welles, a Charles Chaplin y a Albert Einstein, entre otros cientos, miles acusados de ser espías soviéticos, miembros del Partido Comunista y hasta de haber afirmado, en conversaciones coloquiales, que “los rusos también sonreían”.
Queda mucho material de análisis en los viejos tinteros sobre los enfrentamientos entre “burros” y “elefantes”. Partidos que no han sabido ni querido superar las viejas heridas y diferencias que dejó la Guerra de Secesión.
En ambos bandos existen poderosos grupos de opinión que velan armas. Los demócratas, para sostener el sistema de partidos mientras trabajan en pro de la conquista de nuevos derechos, atendiendo los reclamos de una sociedad cada día más diversa, aunque aparecen como responsables directos de la Guerra de Vietnam.
Desde la vereda de enfrente, los republicanos, con preeminencia de los ultraconservadores, sueñan con una sociedad segregacionista que celebra la muerte de afroamericanos, latinos y de otras etnias minoritarias a manos de la policía y/u organizaciones parapoliciales. Hechos justificados por el poder que ejerce la religión sobre el ciudadano medio estadounidense.
La lectura de los diarios regionales del medio oeste y del sur estadounidense es una necesaria puerta al infierno que deberíamos trasponer con alguna frecuencia para entender la deriva del nuevo gobierno de Donald Trump.
Las primeras víctimas de las nuevas hogueras de Salem serán los homosexuales y las mujeres que intenten abortar. La lista de muertos por la violencia institucional en los estados gobernados por republicanos es interminable. No ponen de manifiesto sólo tensiones políticas aldeanas sino el tono partidista de la justicia yanqui.
Un argentino residente desde hace más de 30 años en el área metropolitana de Houston-The Woodlands-Sugar Land, sobre cuya familia pesa el peligro de las deportaciones masivas, acercó a sus amigos noticias sobre su cotidianeidad y los cambios que ha generado Donald Trump en la vida de todos.
“Desde mediados de los años 90, el crimen organizado ha disminuido sostenidamente. Habría que consultar los registros de los años 60 y 70 para dimensionar tamaño fenómeno. Pero a pesar de esta notable tendencia las policías estaduales y la guardia nacional han llevado a cabo un proceso de militarización extraordinario. Los desfiles de los tanques policiales espantan. Los sistemas de monitoreo nos han llevado a vivir en una situación de hipervigilancia. ¿Se preparan para una guerra? ¿Contra quién? ¿Contra los hispanos y afroamericanos o el blanco son solamente los inmigrantes ilegales?
En los días del asalto al Capitolio aquí vivimos un infierno. Nadie se ocupó de nosotros. Transitar las calles era horroroso. Nadie sabía si podía retornar al hogar. La violencia estaba o está en todos lados. Soy el colorado de la compañía donde trabajo. Pero me hacen sentir el poder de la discriminación. El sello de ´latino’ es un pesado estigma”.
La discriminación y el asedio que sufren los inmigrantes es un debate que Estados Unidos nunca saldará. El trabajo de un ciudadano estadounidense y el de un inmigrante no tienen el mismo valor. Las diferencias no son sólo simbólicas y no sirven para reactivar la economía.
Muchas veces nos preguntamos desde la comodidad de nuestra mesa de trabajo por qué el latino vota a los republicanos que siguen desde siempre un mismo patrón represivo. El hambre en sus lugares de origen debió ser pavoroso para jugarse la vida marchando hacia el norte, persiguiendo un albur. ¿Basta para certificar nuestro aserto lo dicho por Tony Hinchcliffe, quien -en un acto de proclamación republicano- llamó a Puerto Rico “isla flotante de basura”?
“Defender América” ha sido la eterna consigna de la derecha republicana. En el imaginario trumpiano implica cerrar sus fronteras y prepararse para nuevas guerras comerciales y de conquista. Es la representación cabal de la América blanca y protestante que no soporta la diversidad.
Tampoco lo hacen los que llegaron antes. Temen que, a pesar de contar con los papeles que legalizan su incorporación como “ciudadanos del imperio”, pierdan sus privilegios y su trabajo.
Es el mismo resentimiento que les produce la creciente influencia política y económica de las mujeres y los intentos -hasta ahora fallidos- de desarmar una sociedad violenta que registra cerca de un millar de tiroteos anuales.
Todos representan un sector mayoritario de la sociedad estadounidense que siente desprecio por las instituciones democráticas; que expresó sus preferencias por un gobierno autoritario que proteja su seguridad, aun a costa de recortar libertades.
Con la Cámara de Representantes, el Senado y la Corte Suprema de Justicia en manos de los republicanos, Estados Unidos inicia un viaje sin escala hacia el pasado. Vuelve la delación y el macartismo.
Vuelve todo el poder a un régimen represivo, que cada día será más atroz. Régimen éste que promoverá el retorno del KKK, la Derecha Alternativa (Alt right), el Movimiento Nacional Socialista, el Consejo de Ciudadanos Conservadores, el Partido Estados Unidos Libertad y, otros 1.600 grupos tan poderosamente armados como los nominados precedentemente.
Las medidas contra el cambio climático desaparecerán de la agenda pública. Además, el nacionalismo más agresivo podrá “hacer ondear sus banderolas” sin temor alguno. Será el reino de la impunidad. Impunidad necesaria para declarar una guerra sin cuartel a los enemigos internos -reales o imaginarios- de un Donald Trump ahora con sueños imperiales.
Las feministas, encabezadas por Julia Robert -promotora del voto oculto que buscaba convencer a las mujeres republicanas que en la soledad del cuatro oscuro decidieran cambiar su voto-; los inmigrantes, el colectivo LGTBI+ y los hombres y mujeres progresistas serán los blancos predilectos.
Pretenderán acabar con los más débiles. No más presupuestos para atender a la ancianidad, a los postrados ni campañas de vacunaciones contra el sarampión, el dengue, el covid, la poliomielitis, tal como quedó plasmado en el acuerdo que rubricaron Robert Kennedy Jr y Donald Trump.
Lo hasta aquí narrado conforma el nuevo rostro del fascismo. El nuevo rostro del autoritarismo que se expande por el mundo. Un mundo donde tienen lugar sólo los poderosos. Hombres fuertes que se escudan en bandas armadas, aterrorizados, muertos de miedo, porque saben que pronto, muy pronto, más temprano que tarde, despertará Fuenteovejuna.