La vicepresidente Victoria Villarruel ha subido a redes la foto de una coqueta anciana, María Estela Martínez de Perón.
Los comentarios que he leído se limitan a lo anecdótico. Parece que no le gustó al Presidente Milei. Creo que son muchos más los disgustados por el posteo. Hubo un silencio cínico de la dirigencia política.
La primera presidente mujer de Argentina y del mundo viene a marcar una bisagra en el relato político e histórico posterior a la democracia.
Delegada personal del general y su esposa por casi 20 años, es cuestionada en su filiación peronista. No importa que la fórmula Perón-Perón fuera apoyada por todo el arco político argentino, con excepción del radicalismo. Cuando es nombrada, la desconocen. Le adjudican la responsabilidad sobre el poder que desplegó en su tiempo el comisario José Lopez Rega, antes Ministro de Bienestar Social de Héctor J. Cámpora y del propio Perón, a quien algunos aseguran que quiso resucitar al grito de “Faraón, Faraón”. Le asignan también la decisión y firma de la persecución del terrorismo (incluyendo a la Tendencia Montoneros) “hasta su total aniquilamiento”. Le reclaman haber aceptado el cargo de la vicepresidencia a pesar de su falta de idoneidad. Nadie se atreve a sugerir siquiera que el general no confiaba ni en sus sucesivos delegados personales ni en ninguna persona de su movimiento. Hoy vemos a uno de los ministros de Isabelita, con más pelo e iguales y perfectos dientes, opinar como si llegara de otro planeta, en tanto devenido panelista libertario, Carlos Ruckauf. ¿Cuáles son los dirigentes justicialistas que subsisten hoy y participaron en ese período? La memoria no me asiste, probablemente por mi falta de pertenencia a ese partido político.
Isabel carga sobre sus hombros toda la tragedia vivida en el país desde 1973 a 1976. Y lo hace en silencio. El mismo mutismo que inauguró en su prisión de El Mesidor y sostuvo por casi 50 años. Ese silencio impidió deslindar las responsabilidades de las tropelías previas al golpe de Estado. En nuestra provincia, el derrocamiento del Gobernador Obregón Cano y su vicegobernador Atilio López, el primero exiliado y el segundo asesinado en 1974, siguen sin explicación razonable.
Isabel es mujer y, por tanto, mucho más frecuente destinataria y víctima propiciatoria de todo ataque. Baste recordar a Claretta Petacci, ejecutada con odio y virulencia por ser amante del Duce, o más próxima en el tiempo y la distancia, María Julia Alsogaray, que creyó alcanzar gloria y belleza envuelta en pieles y fue entregada para el sacrificio que liberaría a la larga lista de imputados en tiempos menemistas (Corach, Dromi, Kohan, Granillo Ocampo, etcétera, etcétera), lista que incluye al nuevo prócer Carlos Saúl Menem, exculpado por su muerte amparado en fueros de dudosa legitimidad.
El Presidente ha optado por reescribir la historia. Esa mala práctica reciente que nos condena a un fracaso en nuestro destino nacional, más temprano que tarde.
El Presidente descree del Estado, de la Constitución, del Congreso de la Nación, de la Justicia, de los partidos políticos. En definitiva, descree de la realidad institucional que lo rodea. No hay que disminuir la importancia de este escepticismo. Es grave. Y, si bien se mira, es un escepticismo parcial: si descreyera genuinamente de todo lo apuntado a modo de ejemplo, no se es esmeraría en destruirlo con empeño, con prisa y sin pausa.
El Presidente se fotografía como un niño y desde la primera Magistratura dice lo que le viene a la mente sin filtros, sin madurez, sin responsabilidad. El círculo rojo, o la casta, como él decidió nombrarla, finge demencia, como dicen los adolescentes de hoy. Eligen flotar, permanecer, esperar que pase la tempestad. No advierten que nuestro sistema se sustenta en los partidos políticos. Mientras desde la Presidencia se mina, se corrompe, se destruye al resto de los partidos, se construye el propio.
Hemos escuchado muchas veces, ante las críticas diversas que tal o cual no pertenece a determinado partido. En esa lista podemos poner a Isabel, o a Carlos, a Domingo, a Cristina, a Néstor, a Alberto, quienes para algunos de sus compañeros no pasan los análisis de pertenencia. No puedo ni debo hablar por un partido al que no pertenezco, pero creo necesario que fortalezca su identidad de modo orgánico y asuma los aciertos y errores con la adecuada autocrítica.
No puedo callar lo que compete a mi propio partido, la Unión Cívica Radical. Escuchar al presidente Milei denostar a Raúl Alfonsín, valiente demócrata reconocido en el mundo entero, es demasiado. Es intolerable. Este joven mandatario debió estudiar Educación Democrática, Formación Cívica, Ciudadanía y Participación, e Historia, en su adolescencia. Tal vez así comprendería la magnitud del valor de Alfonsín como impulsor del juicio que determinó las responsabilidades en el terrorismo previo a la recuperación democrática. Tal vez comprendería la gravedad de la decisión de indultar que llevó adelante el prócer por él elegido, con el objeto de pacificar, deuda que aún se sostiene (en términos de Villarruel). Indulto que tal vez hubiera incluido a “Lopecito”, como le decía el general, de no haber muerto antes de su condena.
Los radicales nos haremos cargo del fracaso del plan económico de Raúl Alfonsín y la entrega anticipada del gobierno, fogoneados ambos por un exultante Carlos Menem y sus socios gremialistas (Cavalieri, entre otros).
También nos haremos cargo del fracaso político y económico del Gobierno de Fernando de la Rúa en la Alianza y de la renuncia anticipada del Presidente, agravada por la huída del vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez y el asesoramiento del ídolo cordobés Domingo Cavallo.
Obviamente nos haremos cargo de los correligionarios con conductas zigzagueantes que confunden a propios y extraños y conducirán a su alejamiento.
Lo propio deberán hacer el resto de los partidos políticos. Fortalecer la propia identidad para recuperar la confianza.
Aquel Preámbulo de la Constitución Nacional, que nos cobija a todos, nos exige “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
Invocamos la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia, para construir el futuro que nuestros hijos merecen.
(*) Abogada. Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política