Como venimos sosteniendo desde siempre en nuestras columnas, la corrupción es una de las fatalidades más nocivas que viven las sociedades. Como dice Jorge Malem: “Los efectos de la corrupción son múltiples y diversos. Pueden ser económicos, políticos, jurídicos y morales. Y no todos son negativos para todos. En el caso típico de un soborno, se benefician las partes que en él intervienen, sobornador y sobornado, que logran ventajas para sí o para terceros. En la gran corrupción aneja al comercio internacional o en la gran obra pública realizada por empresas en el extranjero, por ejemplo, también se beneficia el Estado donde radican dichas empresas”.
Es decir que, independientemente de que algunos (pocos, por cierto) se beneficien, la corrupción tiene, para los miembros de la sociedad, múltiples efectos negativos, entre los que se pueden señalar, en primer lugar, los económicos, ya que impide el desarrollo y atenta contra la inversión, la productividad, la competencia, (aumentando de una manera injustificadas los costos) y los precios de los bienes y servicios. En cuanto a lo político, atenta contra le democracia, al debilitar, sino destrozar, la institucionalidad de los países. Por no decir los efectos negativos en lo jurídico y social ya que la corrupción produce un aumento de la criminalidad y es fuente de inequidades y desigualdades, en donde el corrupto prospera a costa de los demás, aumentando de esta manera la pobreza, situación que si no se le pone un punto final se perpetúa en el tiempo.
Casi es obvio expresar que todas estas calamidades nos resultan familiares. Por todo esto es que los países con sociedades sanas se preocupan y mucho por combatir fuertemente la corrupción. Sin embargo, pese a todo ello, en nuestro país, se escuchan, increíblemente a esta altura de las cosas, voces en favor de la corrupción.
Hablamos de Mayra Arenas, dirigente social/política, quien sostuvo que está a favor de la corrupción, eso sí, no cualquier tipo de corrupción sino la “buena”, ya que existe una corrupción mala, la que ella rechaza.
En un reportaje que se “viralizó” sostuvo la antes mencionada que hay una corrupción leguleya o de tramiterío, a la que identificó como la “que va por los curros de seguros, por los curros de una ley, que es muy de los radicales. Esa corrupción de te pongo tanto, te arreglo tanto, te doy tantos viajes, pero me sacás esta ley”. A esta forma la considera mala porque “no le deja nada al país”.
Pero en su particular concepción existe la “corrupción buena”, de la que resulta simpatizante y que resulta “la corrupción de la obra pública”. En este caso y siempre siguiendo su argumentación, su bondad radica en que estimula a que los “corruptos” para pensar en realizar nuevos proyectos. “Es decir, si las partes muerden de ahí entonces te conviene que haya un montón de esas cosas. Es de las corrupciones más transformadoras. Es el ‘roban pero hacen’. No me calienta”, afirmó. Arenas acepta esta corrupción porque “aceita y estimula una obra, y por lo tanto deja a la sociedad un poquito más equipada”.
Se nos hace difícil poder aceptar -y entender- su “innovador pensamiento”. Manejar dinero ajeno requiere de transparencia y honestidad, ya que sacar provecho propio del mismo fue, es y será siempre una conducta reprochable (lo que ya bastaría para condenar a quienes las ejecutan), sin olvidar los demás efectos negativos que ocasiona, entre ellos multiplicar la pobreza, como ha ocurrido en nuestro país.
De más está decir la enorme ola de indignación que generaron estas palabras, lo que le valió incluso que la denunciaran penalmente. Esta reacción habla bien de nuestra sociedad porque demuestra que, contra lo que ocurría hasta no hace mucho, que la tolerancia a la corrupción es cada vez menor. Pero, además, pese a todo lo dicho, advertimos una cosa positiva en sus dichos: expresiones y actitudes como estas van poniendo en evidencia quienes están del lado de los que se aprovechan de los demás (corruptos) y quienes están del lado de los que consideran que vivir sin dañar o aprovecharse de los otros. Esta última, a nuestro entender, es la que resulta correcta.
En definitiva, las expresiones de la “consultora política” sirven para ir poniendo las cosas en su lugar, viendo dónde está cada quien.
(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas
(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales