Las recetas del organismo desmejoran la situación de Grecia y España. Como pasó en Argentina en 2001, el endeudamiento y los recortes del gasto incrementan el desempleo y reducen actividad y recaudación.
Entre 2009 y 2010, cuando el fantasma de la deuda se cernía sobre algunos países de Europa, muchos economistas heterodoxos advertían que las propuestas de fuertes ajustes fiscales, salvatajes enormes pero a la vez con condiciones leoninas, y destrucción de los restos del Estado de Bienestar no mejorarían la situación, por caso, de Grecia o España. Por el contrario, advertían que eso desmejoraría su economía, habida cuenta de las experiencias en América Latina y África, donde en años anteriores el ajuste propuesto por los organismos internacionales de crédito para hacer frente a la carga de la deuda no había hecho más que echar leña al fuego y hacer explotar -por la vía del descontento social- economías ya debilitadas.
Con la soberbia que los caracteriza, como si en los últimos años sus intervenciones a nivel mundial hubieran sido un dechado de virtudes y de aciertos, los funcionarios del Fondo Monetario Internacional (FMI) volvieron a aplicar en Europa las recetas que fracasaron en otras regiones del mundo, con el habitual resultado de ajuste y recesión, que generan luego más ajuste y más recesión, que producen poco después ajuste y recesión, un círculo vicioso sin salida hasta alguna forma de explosión. Mientras la mecha se va consumiendo, muchos aprovechan –generalmente el sector financiero- para hacer muy buenos negocios a costa de las pequeñas y medianas empresas, los trabajadores, los empleados públicos y los inmigrantes, entre otros.
Arde Atenas
Actualmente, se evidencian en Europa dos casos patentes del fracaso del ajuste recesivo de los organismos –aunque en este caso también fue impulsado por las autoridades monetarias europeas-. Se trata de los ejemplos de Grecia y España, aunque son están ajenos Portugal e Irlanda.
Grecia fue el primer país de la periferia europea en enfrentar problemas el año pasado. Lo llamativo era, en ese momento, cómo las dificultades con su deuda y sus bonos soberanos no habían aparecido antes, ya que su economía mostraba un déficit fiscal de 13,6% del PIB (8,6% de déficit operativo y 5% por intereses de la deuda) y un ratio de deuda pública/PBI de 115.
Frente a eso, Europa y el FMI decidieron intervenir, por varias razones –aunque en ningún caso por las pymes griegas-: porque no era el único país de la región con situación comprometida –también estaban España e Italia- y por la alta exposición de los bancos europeos en deuda soberana de estos países, por lo que un default tendría un alto impacto. Actualmente, menos de un año después de acordar un paquete de asistencia financiera conjunto con el FMI y la Eurozona por 110.000 millones de euros (equivalentes a 48% de su PIB), Grecia vuelve a enfrentar serios problemas.
El gobierno de George Papandreu realizó un duro ajuste –redujo su gasto operativo en más de 3 puntos porcentuales del PIB-, pero las metas fiscales no se alcanzaron. Para peor, la relación deuda/PIB creció ahora hasta 142%. Su economía se contrajo 4,4% -en vez del 1,1% previsto- y la demanda agregada se redujo en virtud del ajuste y de la caída de expectativas de la población.
Todo ello redujo cada vez más el margen político del gobierno, que advierte que no tiene más espalda para ajuste. Sólo como un reflejo de la situación social, cabe destacar que según la propia policía griega, el centro de Atenas se ha cerrado parcialmente o totalmente 496 veces en 2010 para evitar la llegada de manifestaciones.
Pese a la negativa del FMI y de buena parte de Europa, parece inevitable que Grecia reestructure su deuda, más tarde o más temprano. Y allí surgen como ejemplos dos modelos: el uruguayo, que en 2003 canjeó bonos por otros con las mismas promesas de pago, sin quita de capital ni intereses, pero con un plazo de devolución cinco años mayor, lo cual es visto como más “amigable” para los mercados –aunque menos lo fue para los uruguayos-; y el argentino, más beneficioso para el país por la quita lograda, aunque peor vista por los mercados por su unilateralismo y su default intempestivo.
Arde Madrid
La situación de España no es diferente a la de Grecia, pero tampoco es distinta a la de Argentina a finales de 2001, previa a los estallidos populares del 19 y 20 de diciembre: prolongada recesión; desempleo récord; dudas sobre la capacidad de repago de la deuda externa; un sistema financiero interno muy comprometido; un gobierno socialdemócrata que recortó primero y luego congeló sueldos a empleados públicos, redujo beneficios sociales –las prestaciones por nacimiento, por ejemplo-, flexibilizó las condiciones laborales e introdujo una impopular reforma jubilatoria, todo lo cual desgastó su capital político y dejó abierta la puerta a la derecha conservadora; una fuerte presión sobre las provincias para que achiquen sus gastos; un contexto externo dominado por la ortodoxia, que presiona por mayores ajustes a cambio de más recursos; una pérdida absoluta de su autonomía monetaria.
Pese a estas medidas –llamadas “de austeridad” por el presidente Rodríguez Zapatero-, la situación no mejora, pues el desempleo aumenta cada vez más –ya está en el orden de 22% y es más grave entre los jóvenes-, cae la producción industrial -22% respecto del nivel previo a la crisis- y la recaudación tributaria también se reduce, a causa de la menor actividad. El ajuste recesivo del FMI vuelve a hacer de las suyas, esta vez en las entrañas de Europa.
España se debate ahora entre la continuidad del ajuste –que es lo que propone Alemania a cambio de nuevos fondos- o alguna otra solución –una fuerte reestructuración de su deuda, entre muchas otras- que en Europa muy pocos se animan a imaginar, pero que quizás puedan aprender de otros tantos que pasaron antes por las infalibles –pues es cierto que nunca fallan: siempre fracasan- recetas del FMI.