viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Alberdi y la cuestión educativa

"Juan Bautista Alberdi", óleo de Susana Neder (1938). Congreso de la Nación Argentina.
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Por Luis Carranza Torres (*) y Carlos Krauth (**)

La pasada marcha del pasado 23 de abril reclamó el financiamiento de la universidad pública, pero queda pendiente la demanda de que sea una educación de calidad. Pues no se concibe una casa de altos estudios que solo sea una fábrica de títulos más formales que reales, fruto de un tránsito por una currícula que no se refleja en la realidad de las cosas. 

Con relación a eso, por estos días, la vicegobernadora de Mendoza -en una entrevista con el programa Séptimo Día, que se transmite por el Canal 7 de la capital de esa provincia- expresó al respecto que hay carreras universitarias que son hobbies y que es un “despilfarro” financiarlas.

Hebe Casado se refirió al conflicto por el presupuesto de las universidades públicas, cuestionando seguir sosteniendo los planes de estudio sin salida laboral.

En su opinión, la discusión sobre los presupuestos de las instituciones públicas tiene que centrarse en responder a qué se destinan los fondos y verificar que estos estén siendo utilizados para sostener aquellas carreras que estén alineadas con las profesiones que demanda el país en este momento.

Días previos a la entrevista, en un mensaje en sus redes sociales, indicó: “Nadie discute la educación pública, cuidemos que los recursos vayan donde corresponde”.

Relativo a eso, en el capítulo XIII de su libro Bases, Juan Bautista Alberdi, bajo el título de “La educación no es la instrucción”, se explayaba sobre la cuestión de la educación, sus fines y los modos de lograrlo. 

Allí, Alberdi advertía sobre el error de “de desatender la educación que se opera por la acción espontánea de las cosas, la educación que se hace por el ejemplo de una vida más civilizada que la nuestra; educación fecunda, que Rousseau comprendió en toda su importancia y llamó educación de las cosas”. Por eso: “Ella debe tener el lugar que damos a la instrucción en la edad presente de nuestras Repúblicas, por ser el medio más eficaz y más apto de sacarlas con prontitud del atraso en que existen”. 

Sostuvo, asimismo, en 1852: “En cuanto a la instrucción que se dio a nuestro pueblo, jamás fue adecuada a sus necesidades. Copiada de la que recibían pueblos que no se hallan en nuestro caso, fue siempre estéril y sin resultado provechoso (…) La instrucción superior en nuestras Repúblicas no fue menos estéril e inadecuada a nuestras necesidades”.

En cuanto a lo que debía hacerse postulaba: “En nuestros planes de instrucción debemos huir de los sofistas, que hacen demagogos, y del monaquismo, que hace esclavos y caracteres disimulados (…) La instrucción, para ser fecunda, ha de contraerse a ciencias y artes de aplicación; a cosas prácticas, a lenguas vivas, a conocimientos de utilidad material e inmediata”.

De allí que “el plan de instrucción debe multiplicar las escuelas de comercio y de la industria, fundándolas en pueblos mercantiles. Nuestra juventud debe ser educada en la vida industrial, y para ello ser instruida en las artes y ciencias auxiliares de la industria. El tipo de nuestro hombre sudamericano debe ser el hombre formado para vencer al grande y agobiante enemigo de nuestro progreso: el desierto, el atraso material, la naturaleza brota y primitiva de nuestro continente”.

Fuertes palabras en su época, pero que llaman a la reflexión en la nuestra: ¿qué es lo que ofrece la universidad pública? Su gran y principal desafío es que la masividad se conjugue con la calidad. 

Como puede verse, ese divorcio entre aulas y realidad no es de hoy. Se trata de un desafío que persiste, siendo central a la oferta y modalidades de la educación superior. Lo universitario, por su misma naturaleza, se trata de una materia que no puede ser tratada reduciendo la cuestión a la gratuidad y el financiamiento público. 

Hay verdades incómodas que se invisibilizan. Como que el acceso a la educación superior no pasa por la falta de arancelamiento de los estudios sino con brindar los medios para que quien quiera estudiar lo haga. Existen no pocos costos ocultos en ir a la universidad, que determinan que sólo una porción de la sociedad pueda llevarlo a cabo. A la inversa, también perjudica ese acceso el no penalizar a quien pudiendo hacerlo, vegeta en el sistema como eterno alumno sin justificación alguna, a lo sumo con paupérrimos avances, y que consume recursos sin sentido. 

La calidad se integra con muchos elementos, pero el esfuerzo es necesariamente uno de ellos. No se logran metas sin esforzarse y no se las alienta sin exigir.

Es por eso que la universidad debe ser abierta a nuevas miradas, y articularse con las fuerzas del trabajo y realidad del mercado laborales; no debe atarse o defender un pensamiento endogámico único, sino que debe estar abierta a la discusión de ideas. Todo esto requiere, entre otras cosas, de la implementación de nuevas titulaciones, quizás intermedias, y de una formación dirigida a dar respuestas a las necesidades de la sociedad. 

Como puede verse, la defensa de la universidad pública va más allá de pedir financiamiento. No reduzcamos un problema que es mucho más amplio y más vital para la sociedad toda.

(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas

(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales

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