martes 5, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

¿Quién es ese tal Saint-John Perse que enfrenta la tragedia del siglo XX?

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Por Silverio E. Escudero

Las crónicas de viaje es un género literario que trae noticias desde el fondo de la historia. Son informes que se han recogido de primera mano o es la versión más fidedigna de hechos que nos han llegado hasta el presente. Quizás, John Reed, Waldo Frank, Stefan Zweig y German Arciniegas, hayan sido los cronistas más sagaces del siglo XX, razón suficiente para exaltar aquí sus virtudes.

Esta vez hemos convidado a nuestra mesa a un personaje diferente. Un caribeño, nacido en Guadalupe, poseedor de una excelsa pluma como poeta, que dejó un fuerte testimonio de la vida de los desarrapados de la humanidad. 

Por ello usó el látigo de su palabra para denunciar la explotación del hombre por el hombre, la voracidad del capitalismo que, en su afán de optimizar ganancias, condena al hambre más atroz a millones de seres humanos.

Saint-John Perse -quien también se llamaba Marie René Auguste Alexis Léger-, premio Nobel de Literatura 1960, es nuestro invitado principal. No sería menester presentarle si el analfabetismo y la incultura no hubiesen ganado la batalla.

Perse, según la crítica literaria fue el poeta de los poetas. Lo celebraron T. S. Eliot y Archibald Me Leish que lo tradujeron al inglés; Giuseppe Ungaretti y Hugo von Hofmannsthal, lo hicieron al italiano y alemán, respectivamente. Se sabe por testimonios directos que sus libros ocuparon lugares destacados en las bibliotecas de André Gide, André Breton, Claudel, René Char, Supervielle, Stephen Spender, Simion Kirsanov y Juan Ramón Jiménez.

Sus crónicas de viaje conmueven. Nos llevan a pueblos y comunidades del centro de África, a diversas regiones de la cordillera de los Andes, a las profundidades del Istmo centroamericano y al Tapón del Darién, a las regiones insondables del Recóncavo de Bahía que, a lo largo de sus “vagabundeos (tanto en el sentido existencial como físico), me acogieron, me aceptaron, me dieron su hospitalidad, me curaron”.

Fue un demócrata cabal; enemigo férreo del nazismo. El Führer se enfurecía al escuchar su nombre. La Gestapo fracasa en sus dos intentos de asesinato, por lo que asalta su casa e incendia su nutrida biblioteca, destruyendo manuscritos producto de quince años de intenso trabajo literario.

Sus diferencias con Hitler se profundizaron, cuentan sus contemporáneos, durante las deliberaciones que culminaron con la firma del Tratado de Münich, en el otoño de 1938. Tratado al que Saint-John Perse -o Marie René Auguste Alexis Léger como en realidad se llamaba- siendo ministro secretario General del 37 del Quai d’Orsay, sede parisina del ministerio de Asuntos Exteriores, se opuso firmemente.

En ese acto Francia e Inglaterra le facilitaron a Alemania la conquista de Checoeslovaquia, la desintegración de Polonia, la ocupación húngara de territorios de Eslovaquia y Rutenia y, finalmente, la invasión nazi del resto del territorio checoslovaco en marzo de 1939. 

Neville Chamberlain le recuerda con dureza en sus memorias. No olvida que Marie René Auguste Alexis Léger le trató de cobarde y lo hizo responsable de la guerra que se avecinaba. 

Si alguien necesitase en cabalidad el auge y ocaso de la III República Francesa encontraríamos en ese Léger que visitamos al experto perfecto. Nos explicaría al detalle el funcionamiento de los órganos del Estado y, por cierto, las razones del fracaso del gobierno del Frente Popular, conformado en 1935.

Indicó las razones que motivaron el sabotaje que organizó el Partido Comunista francés .profundamente estalinista- molesto, quizás, por la constitución de la Liga de los Derechos del Hombre, el Movimiento contra la Guerra y el Fascismo y el Comité de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas, que levantaban su voz frente a los excesos de Moscú. 

Esta vez no será el político, el diplomático ni el poeta quien llame nuestra atención. Ese horizonte lo ocupará el viajero profundo, el sociólogo e investigador sagaz, que reflejan sus cuadernos de viaje, publicados por última vez en Argentina en 1974, y que terminaron en las “piras sacramentales” de la última dictadura militar. 

El texto elegido requiere ser leído en clave latinoamericana. Es posible que ayude a los burgueses citadinos a comprender la realidad del campo; y, a los biencomidos la tragedia del hambre extremo más allá de los límites de sus vestíbulos y las imágenes fugaces de la televisión. 

“Me deslumbra el poder de la identidad de los pueblos periféricos. ¿De dónde proviene esa fuerza? ¿Por qué son tan solidarios estos hombres y mujeres? ¿De dónde proviene la frescura de sus canciones, el color, el vigor, la emoción de su música?¿Cómo explicar su intenso amor a la vida, su inconmovible esperanza? 

De las barracas de Guatemala a las montañas de Eritrea, de las callampas de Santiago de Chile a las resecas aldeas de Cabo Verde, retahílas de niños surgen por todas partes. En los lugares más sórdidos y más pobres resuena la risa de una increíble multitud de mocosos. ¡Explosiones de vida! Prácticamente no se produce ningún suicidio en las comunidades afrobrasileñas, que sufren, sin embargo, un nivel de vida espantosamente bajo. ¿De dónde proviene esa alegría de vivir, esa cotidiana victoria sobre la desesperación y la muerte?”

“En estas comunidades el optimismo es permanente: a la pregunta llena de compasión del visitante del visitante blanco, el habitante caboclo de las barracas de Fortaleza responde sonriendo tudo bem. Tudo bem dice también una mujer de 30 años, flaca, desdentada, vestida de harapos que permanece en el umbral de su cabaña rodeada de sus once niños de vientres hinchados por los gusanos de los alagados de Bahía. Pertinaz optimismo como el del cortador de caña, del garimpeiro, del boia fria, del cabloco de la caatinga. En Brasil, el garimpeiro es el buscador de oro o diamante que trabaja por su cuenta, sobre el barro, bajo la lluvia, con un calor tórrido. Boia fria es un término popular brasileño que designa a los jornaleros agrícolas seminómades que “comen frio”. Al alba se presentan en la plaza del pueblo: el capataz de un gran propietario selecciona a algunos para el trabajo de un día, de una semana, de tres meses. Su salario es irrisorio. Sus mujeres, madres y hermanas preparan en una marmita el plato tradicional, alivias negras, que sus hombres comerán frías. El coboclo de la caatinga es un mestizo de indio y portugués que arranca su subsistencia de la sabana de cactus, hierbas cortantes y matorrales retorcidos y secos que se extiende por los siete Estados del Nordeste de la federación del Brasil.Los saharaui viven y luchan en el desierto más inhóspito del mundo; sin embargo, en ninguna otra parte he encontrado tan delicado respeto por el viajero, hospitalidad tan generosa, discreta y sutil. Un campesino de las montañas negras de Tarafal (Cabo Verde) gana menos de lo que necesita para sobrevivir, pero comparte el plato de maíz y los escasos mangos de que dispone en la medida en que lo permita la indigencia de su familia y de sus vecinos. ¡Y cómo cuida un campesino del Tigris el menor tallo de teff! Su refugio de piedras y barro, colocado sobre un promontorio de las montañas centrales de Etiopía, está rodeado por dos o tres bananos, un pedazo de tierra en barbecho y un minúsculo campo de teff. Cada planta es cuidada como si fuera un ser vivo”.

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