Que la inflación es uno de las principales preocupaciones de los argentinos no es ninguna novedad. Día a día se puede ver que la plata no alcanza y que los billetes se escurren entre los dedos. Cómo será que el billete de mil es casi un suspiro, que hace rato dejó de comprar un kilo de carne y ya no alcanza ni para una compra chica en la verdulería.
Por supuesto que eso no es un problema exclusivo para los consumidores, que lo viven en carne propia cada vez que tienen ese diálogo incómodo con el cajero sobre lo caras que están las cosas y para lo poco que alcanza la plata. Quien también lo sufre es el nuevo billete de $2.000, pese a que ni siquiera está en circulación.
Hay que remontarse a mayo de 2020 para empezar a contar esta historia. En aquel momento se afirmaba que iba a ser un billete de $5.000, con Grierson y Carrillo, en medio de la pandemia y el lavado de cabeza que se hacía sobre cómo el Estado -y puntualmente un gobierno peronista- nos cuidaba en esos tiempos de zozobra.
Por aquel entonces el billete hubiese comprado 42,37 dólares, ya que la divisa norteamericana estaba a $118 en el mercado paralelo. Eso significa que con $2.000 se podían comprar 16,95 dólares.
La idea quedó archivada por un tiempo, especialmente porque a la vicepresidenta no le gusta la idea de que se impriman billetes de mayor denominación, ya que eso evidencia que la inflación existe y se come el valor de la moneda. La reflotaron en febrero de este año, poco antes de que se conociera de que la inflación de enero había sido del 6% y se empezara a romper el hechizo que Sergio Massa había realizado sobre los medios que hablaban maravillas de Precios Justos.
En aquel mes de febrero se anunció que el billete sería de $2.000 en lugar de los $5.000 originales, por lo que los reconocidos fueron allí denigrados y descendidos de categoría. Por aquel entonces el blue ya estaba en $377, lo que hacía que el esperado billete fuese equivalente a 5,3 dólares.
Desde ese momento la inflación no paró de crecer, profundizando la crisis en la que se metió el mismo gobierno. Fue de 7% en febrero, 7,7% en marzo y el centro de almaceneros ya proyectó para abril un 8,24%. La corrida cambiaria de las semanas previas empujó al dólar hasta los $500, bajando -al menos por ahora- hasta los $468. Así, el billete anunciado alcanzó a valer 4 dólares, para finalmente revalorizarse hasta los 4,27 de ayer.
Desde que se presentó el diseño original -pero para los $5.000- hasta ahora, $2.000 pasaron de comprar 16,95 dólares a 4,27, la cuarta parte. Dicho de otro modo, hoy harían falta unos $8.000 para comprar la misma cantidad de dólares. Si hacemos la cuenta desde febrero, desde 5,3 hasta 4,27 dólares es todo un dólar menos.
Contra la inflación no parece que la vaya a tener mucho mejor. Ese tándem de aumentos significa que, con el casi seguro piso de 7% de inflación para mayo, se va a haber acumulado un 16,53% de inflación de febrero a junio. Todo un problema para el gobierno, que a este ritmo está planeando lanzar a circulación un billete que no podrá simplificarle la vida a los ciudadanos durante un tiempo medianamente considerable, al punto que las proyecciones de inflación marcan que casi con certeza al 10 de diciembre de este año el billete va a comprar la mitad que cuando se lo anunció.
El problema de la improvisación es que no hay previsibilidad, aunque sí todo sea predecible Al final del mes las cosas van a valer más y los billetes van a comprar menos. Aunque le pongan destacados médicos en una de sus caras.