En lo que va de abril el déficit llega a US$244 millones, mientras que en el año ya se ubica en US$3.222 millones. Extrema dependencia de las divisas que genera el agro. Inflación en dólares presiona sobre el tipo de cambio.
Los sostenidos rumores de cambios en el Ministerio de Economía que conduce Sergio Massa impactaron de lleno en las expectativas de los productores y exportadores, reduciendo a cero las liquidaciones de productos del campo en el marco del Programa de Incremento Exportador (PIE). Más allá del tipo de cambio diferencial temporal de $300 por dólar, el complejo sojero y las economías regionales se movieron con prudencia para resguardar el valor de su producción. La situación expone la debilidad de la autoridad monetaria para adquirir divisas sin el programa.
Ayer miércoles el dólar blue terminó cotizando en Buenos Aires a $423, con el CCL en $429,58 y el MEP en $409,77. Esos valores fueron señalados desde el Gobierno como el resultado de especulaciones opositoras en torno a una posible devaluación brusca antes de las elecciones o la posibilidad de que se implemente una dolarización en el próximo período de gobierno. Incapaces de ver sus fallas, otra vez recurrieron a apuntar el dedo hacia fuera en busca de culpables que los exoneren.
Un dato fundamental alimenta ese nerviosismo cambiario: muy lejos del objetivo originalmente planteado por Massa para la balanza comercial de este año -en la que proyectaba un holgado superávit de más de u$s12.000 millones-, el mercado espera que el saldo sea incluso inferior al registrado en 2022. La encuesta REM del Banco Central indica que los economistas esperan un superávit de apenas u$s3.000 millones, producto de una fuerte caída en las ventas por la sequía del campo.
Consecuencias del dólar soja
El economista Salvador Vitelli, citado por El Economista, dijo que la no liquidación del agro depende de varios factores. “Nos debemos remontar un poco a la génesis de todo esto y a por qué hoy no resultan atractivos los valores que estamos viendo de soja. Con los esquemas pasados de dólar soja 1 y dólar soja 2, la soja, al momento de terminarse estos esquemas, quedó relativamente inflada. Sobre todo después del segundo dólar soja por las mismas perspectivas que había de que vaya a ver otro tipo de cambio diferencial en el futuro”, dijo.
“Entonces eso arbitraba compras y generaba cierto sobreprecio por la soja. La idea central es que durante enero, febrero y marzo la soja quedó muy inflada porque había muchas perspectivas de que vaya a haber otro dólar soja. Ahora que se implementó el programa, el problema radica en que la mejora del precio no es acorde a la mejora del tipo de cambio, porque el sector exportador está ofreciendo precios apenas superiores en un 10% a los precios que había antes de este esquema. El productor está esperando que se le convaliden precios superiores, en torno a los $115.000 y $120.000 [por tonelada]. Por ende, está trabada la comercialización”
“En la medida que sigamos con estos precios (entre $85.000 y $90.000), va a costar que arranquen fuertemente las liquidaciones, o por lo menos liquidaciones genuinas, porque en toneladas negociadas venimos muy por debajo de los esquemas pasados. Entonces, la justificación de lo que está pasando es básicamente una lucha de precios entre productores y exportadores, que aún no se logran poner de acuerdo en los valores” agregó.
“El productor no tiene demasiado apuro en vender porque sabe que este tipo de esquemas son transitorios pero a la vez repetitivos, no como en septiembre donde se dijo que iba a ser por única vez. Entonces, se concentró mucha oferta sobre ese mes. Ahora no va a ser para nada para nada igual porque se va a volver a repetir. Es año electoral donde también prima la incertidumbre y las ganas de estar dolarizado y en definitiva, su mercadería es dólar”, concluyó
Presiones devaluatorias
El atraso cambiario se empieza a hacer más notorio, lo que se ha visto reflejado en la inflación en dólares que han empezado a registrar las consultoras, motivo por el cual desde el mercado descuentan que el peso deberá acelerar su ritmo de devaluación para cumplir el acuerdo con el FMI.
El acumulado enero-marzo indica una devaluación de 17,86% ante una inflación de 21,69%. Esto significa que los precios de la economía argentina, medidos en dólares, se encarecieron un 3,24%, a contramano de lo que está ocurriendo en el resto del mundo, donde la inflación en dólares está en descenso. Esto marca un cambio en la política del gobierno, que hasta entonces había mantenido la tasa de devaluación apenas por encima de la inflación.
Siguiendo lo que dicta el manual de campañas electorales, el kirchnerismo pretende generar una ilusión de riqueza atrasando el tipo de cambio. El problema, claro está, es el contexto macroeconómico, que limita por compleo las posibilidades de éxito del planteo. Esta situación encarece las exportaciones argentinas y abarata las importaciones, un efecto inverso al que se está buscando en un momento de escasez de reservas, que obliga al gabinete de Massa a endurecer todo tipo de cepos.
Las señales que envía el Banco Central hacen pensar en una tasa devaluatoria que trate de mantenerse más a tono con la inflación, aunque no se percibe una intención de que el dólar traspase al IPC todos los meses. En otras palabras, evitará un atraso cambiario fuerte, a la vez que tampoco volverá a los días de la “deflación en dólares”. Si lo que está ocurriendo en estos días de abril se transforma en una tendencia, entonces habrá que pensar en una economía en la que, todos los meses, los precios crezcan 1% medidos en dólares.
Una situación que no conforma a nadie: a los empresarios, porque erosiona su competitividad; al FMI, porque va en contra de su visión sobre el tipo de cambio; al kirchnerismo duro, porque cree que disminuye las chances electorales; al ahorrista en general, que intuye que es una situación poco sostenible en el tiempo. Los antecedentes tampoco ayudan: todas las grandes devaluaciones de los últimos años han ocurrido luego de un período en el que se acumuló una inflación en dólares de más de dos dígitos.