viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Democracias en peligro: ¿Libertad de jaula o libertad de la selva? 

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Por Juan Pablo Martínez Ghirardi (*)

En aquellas fervientes discusiones parlamentarias, en las que el recordado presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln, protagonizó la abolición de la esclavitud, el eje de discusión en los históricos debates era -en concreto- si las personas negras y blancas eran iguales. Con fervor parlamentario se debatía si abolir la esclavitud, es decir que los esclavos fueran hombres libres, implicaba un reconocimiento de igualdad de razas. 

Aquí y ahora, lejos en el tiempo, la esclavitud “legal” es impensada en nuestros días. No obstante -no decimos nada nuevo con ello-, la esclavitud ha tomado formas grotescas pero reales con el nombre de “trabajos forzados”, “trata de personas” y todo tipo de abusos que espantan y resultan a veces tan o más crueles que la clásica forma de esclavitud conocida en términos históricos. 

Los conceptos de igualdad y libertad van unidos e indudablemente son inherentes a la persona humana. Debemos recordar que, al convivir en sociedad, los conceptos de libertad e igualdad deben asociarse a los de individualidad y bien común. 

Muchas veces afirmamos en cualquier mesa de café que todos somos iguales… ¿pero lo creemos? ¿O lo decimos por una simple cuestión de conciencia social? 

Justamente puede ser una hipocresía enorme en la historia humana. Una hipocresía que podría alentar las más atroces injusticias. 

Para que una sociedad alcance su fin de bien común debe tener como objetivo el bienestar de todos sus integrantes, ¿pero alguien está en condiciones de afirmar que todos necesitarán lo mismo? Si no atendemos esto, fracasaremos como sociedad. 

La búsqueda de la igualdad no debe someter a la individualidad. Las condiciones y oportunidades en equilibrio empujan hacia el desarrollo. No es necesaria la unidad étnica o religiosa. Es necesario construir una identidad que nos guíe a todos hacia un bien común. 

Si como sociedad no lo contemplamos, sus integrantes se sentirán excluidos y orientarán su búsqueda personal en desmedro del resto. 

Si, además, permitimos el avance de la corrupción, ésta sólo fomentará desigualdades, erosionará oportunidades y conducirá al hastío de los ciudadanos, debilitando a la democracia. En fin, divide y destruye cualquier sociedad. 

La humanidad ha buscado diferentes formas de unir las comunidades, de buscar el punto de identidad y unión. Una de ellas ha sido la religión. 

John Locke, en el siglo XVII, con una amplitud de tolerancia religiosa sorprendente para su tiempo, no dejaba de sostener que debíamos caminar de la mano de la religión. No obstante, señalaba que ésta, sin el halo protector de la razón, podía convertirnos en bestias, o mejor expresado, no nos distinguía de ellas. 

Locke, en su calidad de creyente, se refería a lo que denominaba “exceso de entusiasmo”, que podemos identificar hoy con el fanatismo religioso que no acepta otra creencia. Por lo tanto, el camino del fanatismo religioso no podrá jamás buscar el bien de la humanidad toda. 

Mientras busquemos una igualdad de fantasía, mientras la igualdad sólo sea el justificativo para no reconocer la pluralidad y continuemos desatendiendo nuestra condición plural y no igual, los conflictos permanecerán y prevalecerá el instinto, con el riesgo de que el hombre corra al amparo de las cavernas. 

Porque la cuestión que atañe a nuestra humanidad es la misma que se discutió en aquella oportunidad con Lincoln. ¿Somos iguales? ¿Todos tenemos la misma capacidad de desarrollo? ¿Pensamos que todos debemos tener las mismas oportunidades? 

Claramente las condiciones en las que nacemos y en las cuales crecemos, combinadas con nuestra identidad genética, nos marcarán diferencias de potencial desarrollo. 

No somos iguales. Reconocerlo sería el primer paso en su búsqueda genuina. 

El bienestar puede ser distinto en cada individuo; y una sociedad será equitativa cuando la unidad resulte del bien común. 

Como dijimos, esa búsqueda de igualdad no debe someter a una individualidad que sofoque libertades. Lo que en definitiva sostenemos es que la igualdad es una búsqueda que puede prescindir de muchos factores pero nunca de la individualidad. 

Podemos representar una sociedad como un carruaje de caballos. Éstos serán los individuos exitosos, que sobre la base del mérito han triunfado por sobre otros individuos. El carruaje representará a los miembros que requieren asistencia, que presentan dificultades y también a quienes han quedado atrás en el camino del mérito. Si el carruaje es liviano, y es tirado por muchos caballos briosos que se dirigen en un mismo sentido, correrán rápido en la carrera hacia el desarrollo; e indudablemente lo harán de manera más veloz que un carruaje pesado y con un sólo caballo enorme y torpe. 

Pero no debemos olvidar que siempre, caballos y carruaje, estarán unidos por el lazo indivisible que significa vivir en sociedad. 

Olsen A. Ghirardi, en la obra editada por la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, denominada Derecho, política y economía, equilibrios y desequilibrios, nos expresa que la política fija el fin de la organización social humana. De ahí que la ciencia política sea la que discierne cuál es el bien absoluto, no sólo de las comunidades sino también de la humanidad toda. 

Los puntos débiles del equilibrio ocurren cuando el bien individual no armoniza ni tiene debida coherencia con el bien común social de la comunidad y, por su parte, el bien común de la comunidad no guarda armonía con el bien común de la humanidad. 

Entonces, cabe preguntarnos si como sociedades perseguimos el bien común global, de toda la humanidad. 

En una tarea de retrospección, en primer término, deberíamos preguntarnos si como individuos buscamos el bien común de la sociedad que integramos; y si lo buscamos bajo un modelo en el que los conceptos de igualdad y libertad tengan preponderancia en nuestras comunidades. 

Los modelos de gestión política deberían contemplarlo. Sin embargo, hemos estado inmersos en discusiones históricas y pujas por ideologías preponderantes que sólo dividen el mundo. 

La izquierda fanática parece buscar colectivizarnos ofreciendo una libertad de jaula, pérdida de individualidad. La derecha extrema nos ofrece una individualidad por sobre la igualdad, en lugar de contemplarla como una búsqueda, que se transforma en una libertad de la selva. 

La historia contemporánea parece ofrecernos líderes que, en apariencia, buscan la igualdad pero para ello atacan la libertad y cercenan además nuestra individualidad, socavando la idea misma de democracia como sistema de autogobierno. 

Sean de la clásica izquierda o derecha, se arrogan el derecho de poseer la voz del pueblo, de ser el pueblo, otorgando y deseando una libertad de jaula. Pero también existen aquellos que, tras una supuesta libertad utópica, pregonan la individualidad, asumiendo como real una igualdad que se tornará inalcanzable, la libertad de la selva. 

(*) Diplomado en periodismo político

Comentarios 4

  1. Claudio M says:

    Excelente articulo !! De a poco empiezan a brotar opiniones del sustrato sociológico, psicologico e histórico que fundamentan la existencia de la luz al final del túnel en el que estamos transitando.

  2. José Daghero says:

    Esa identidad que nos guíe a todos al bien común se llama Nación. Es una lástima que sólo se vea, se sienta y se materialice sólo en un mundial de fútbol, dónde todos alentamos sin importar el del lado. Ojalá que ese sentimiento, esa identidad (cómo vos decís) lo apliquemos en la política de estado del gobierno de turno

  3. alberto minuzzi says:

    excelente juan!, prefiero confiar en mi habilidad de tomar decisiones a delegarlas a cualquier “iluminado” que abogue por el “bien común”.

  4. Carlos Gonzalo Navarro cima says:

    Excelente!!!

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