Por Paul Krugman (*)
El 3 de febrero, un tren que transportaba materiales peligrosos se descarriló en el pueblo de East Palestine, en Ohio. Una parte de la carga se incendió de inmediato. Tres días después, las autoridades liberaron y quemaron material adicional de cinco vagones cisterna. Estos incendios generaron alta concentración de sustancias químicas nocivas en el aire, aunque la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos dijo que la contaminación no fue lo suficientemente grave como para causar daños a la salud a largo plazo.
En realidad, los descarrilamientos de trenes son bastante frecuentes pero es sencillo ver cómo este descarrilamiento en particular podría convertirse en un problema político. Después de todo, el gobierno de Barack Obama había tratado de mejorar la seguridad ferroviaria y exigido frenos más modernos y potentes en los trenes de alto riesgo. Después el gobierno de Donald Trump revirtió estas regulaciones.
Resulta que es probable que éstas no hubieran evitado el descarrilamiento en Ohio porque eran demasiado limitadas para haber cubierto ese tren específico. Aun así, podría parecer a primera vista que los acontecimientos en East Palestine solidifican el argumento progresista a favor de una regulación más severa de la industria y afectan el argumento conservador en contra de aquélla.
Pero es la derecha la que está a la ofensiva y alega que la culpa del desastre en Ohio es del gobierno de Joe Biden, al que, dice, no le importa o incluso es activamente hostil a las personas blancas.
Es repugnante. También es asombroso. Me parece que los comentaristas de derecha acaban de inventar una nueva clase de teoría de la conspiración, una que ni siquiera trata de explicar cómo se supone que funciona la supuesta conspiración.
Por lo general, las teorías de la conspiración son de dos formas: las que involucran una elite pequeña y poderosa y las que requieren que miles de personas se confabulen para ocultar la verdad.
Las teorías sobre los conciliábulos poderosos, históricamente, se han vinculado a menudo con el antisemitismo, con la creencia de que los Sabios de Sión y/o los Rothschild están moldeando la historia, un relato que ha sido promovido por personas muy poderosas como Henry Ford. En estos días, sin embargo, el ejemplo más destacado es QAnon, con su teoría de que una red secreta de pedófilos controla al gobierno de Estados Unidos; y en este momento, por supuesto, los seguidores de QAnon tienen un poder significativo dentro del caucus republicano de la Cámara de Representantes.
Lo que pasa con las teorías de un grupo secreto es que, aunque generalmente son absurdas, son difíciles de refutar de manera definitiva.
¿El presidente Biden en realidad es un lagarto alienígena que cambia de forma? El doctor de la Casa Blanca te dirá que no, pero ¿cómo sabes que él tampoco es un reptil?
El otro tipo de teoría de la conspiración, por otro lado, parece sencillo de refutar porque miles de personas tendrían que estar involucradas en el complot sin que una sola rompiera filas. Un buen ejemplo, todavía muy influyente en la derecha, es la afirmación de que el cambio climático es un engaño. Para creer eso debes suponer que miles de científicos se están confabulando para falsificar evidencia. Pero eso no ha impedido que la creencia de que el cambio climático no es real sea generalizada, tal vez incluso dominante, en la derecha política estadounidense.
La Gran Mentira sobre las elecciones “robadas” de 2020 parece caer en la misma categoría: requiere de la mala conducta de funcionarios electorales en todo Estados Unidos. Sin embargo, una gran mayoría de republicanos les aseguró a los encuestadores que no creía que Biden ganara en verdad.
Hay una nueva teoría de la conspiración circulando: la aseveración de que la guerra en Ucrania no está sucediendo realmente, que es una especie de farsa. ¿Quién podría creer que todos los reportajes, todo el material fotográfico y de video es inventado? Bueno, el primer asesor de Seguridad Nacional de Donald Trump aparentemente ahora es negador de la guerra de Ucrania, y no me sorprendería si comenzamos a escuchar esto de muchas personas de la derecha.
Pero la teoría de la conspiración sobre el descarrilamiento de Ohio lleva todo esto a otro nivel. Cuando Tucker Carlson sugiere que esto sucedió porque East Palestine es una comunidad blanca rural; y otro presentador de Fox News dice que el gobierno de Biden está “derramando químicos tóxicos sobre las personas blancas pobres”, ¿cómo se supone que esto se llevó a cabo? ¿Cómo fue que los funcionarios de Biden diseñaron un descarrilamiento de un tren de una empresa ferroviaria del sector privado, que circulaba en vías de propiedad privada, que cabildeó contra normas de seguridad más estrictas?
El gobierno tampoco ha escatimado en ayuda para desastres. Varias agencias federales llegaron con rapidez al lugar del hecho, y el gobernador republicano de Ohio ha dicho sobre la respuesta federal: “No tengo quejas… estamos recibiendo la ayuda que necesitamos”.
Pero no importa. Algo malo les sucedió a personas conservadoras blancas, por lo que seguramente los progresistas concienciados o woke deben ser los responsables.
Ahora sabemos el modo como Fox lidió con las afirmaciones de una elección robada —alimentando la Gran Mentira en público mientras se burlaba de ella en privado—, así que es probable que esta cadena y otros comentaristas de derecha sepan perfectamente que sus acusaciones sobre el descarrilamiento son una basura. Pero conocen su audiencia y es posible que crean que es un buen negocio presentar teorías de la conspiración racistas aunque no tengan lógica.
Por supuesto, no sirve de nada apelar a las buenas intenciones de la derecha. Pero permítanme hacer una súplica a los principales medios de comunicación: por favor, no informen sobre este evento como si hubiera una controversia real sobre quién es responsable del desastre de East Palestine.
(*) Columnista de opinión y profesor distinguido en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Texto publicado originalmente en The New York Times