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Democracia y aporofobia

NORMA. La modificación legal surgió como respuesta a un reclamo de la sociedad civil uruguaya
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Por Fermín Bertosi (*)

Aporofobia como descarte del pobre, es un dato humano democráticamente cruel según los “hechos” del desempeño político en los últimos 39 años.

¿Y si imitamos a Illia? Arturo Illia, conforme irrebatibles “hechos e índices estadísticos”, fue el presidente argentino que más concretamente se ocupó de la pobreza entre 1963 y 1966.

 “Un desafío para la política”

Hoy, cuando la pobreza trepó a 44% y la indigencia a 11%, atónitamente datos semejantes parecieran “insensibles o invisibles” para los políticos, tanto en sus arengas internas, discursos públicos o participaciones periodísticas de cara a un 2023 electoral.

Esa ceguera de los políticos en general, resulta tan inaudita como reprochablemente inaceptable. 

La impresionante pobreza e indigencia que caracterizan el espectro nacional da la impresión de encontrarse entonces con abordajes políticos partidarios inapropiados o idealizados, en un trance y percance de ya cuatro décadas de mediocridad.

Claramente no estamos ante la mejor Argentina posible, pero los políticos hablan y actúan como si no fuera la peor en lo que va de este siglo. Así las cosas, ¿quién podrá tener probabilidades de éxito para gobernar esta Argentina real, si ninguno de “los anotados” mira lo que pretende gobernar, o niega lo que “ve en su mirar”

A 54 años de su derrocamiento, no quedan dudas de que el presidente Illia fue un hombre de firmes y testimoniales convicciones axiológicas, persuadido como Muhammad Yunus después, de que la pobreza no la crea la gente pobre y que los pobres son las personas “bonsái”.

Con su presidencia, la desocupación – que había llegado a un récord histórico en julio de 1963- bajó a 4,6% en octubre de 1965. El salario real horario creció entre diciembre de 1963 y diciembre de 1964 un 9,6%. La inflación, que en el bimestre anterior se había mantenido en 26%, bajó en 1964 a 22,1%.

Preconclusivamente urgen políticas sociales equitativas y dignos salarios que se correspondan mejor con los guarismos oficiales de la canasta familiar básica, porque muchos argentinos tienen hambre cuando 51,5% de los menores de 14 años son pobres.

En paralelo, durante el último transcurrir democrático se fueron sumando y multiplicando fracasos recurrentes, corrupción e impunidad; nefastos populismos o cooptación, alineamiento y representación clientelista por ausencia de cultura cívica y compromiso democrático; resumiendo, demasiada adversidad “democrática” que humanamente alienó y empobreció.

No obstante ello, todavía podemos exigir propuestas políticas programáticas, pragmáticamente realistas (por escrito, sin excusas futuras), genuinamente financiables y humanitariamente sostenibles en pro de revertir paulatinamente la caída estrepitosa de los índices del desarrollo humano argentino. Y con ellas, simultáneamente, ir por el rescate premuroso de tanto destrato y maltrato gubernamental a que nos sumieron gruesas ineptitudes, componendas, delitos e irresponsabilidades de muchos que han detentado el poder en los últimos 39 años.

Por último, desde una simple contrastación de los “números humanos” de la administración Illia con los actuales duele admitir que durante las cuatro décadas pasadas demasiados argentinos fueron empobrecidos o sumidos en la indigencia, sin poder alimentarse, educarse ni curarse conforme las originarias promesas presidenciales de 1983, malogrando mucha democracia con la mitad de argentinos crispados o abatidos.

(*) Experto en cooperativismo de la Coneau.

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