Por Diego Lo Tartaro
Cicerón decía: “La historia es la luz de la verdad, testigo de los tiempos y escuela de la vida”. Inspirados en esta afirmación es que bien vale la pena acudir a la historia cuando se transitan senderos escabrosos como los que hoy afrontamos.
Un 12 de octubre de 1812 fallecía en Buenos Aires Juan José Castelli, detenido en el Regimiento de Patricios que comandaba su primo Manuel Belgrano. Estaba siendo interrogado y sometido a juicio por la derrota sufrida el 20 de junio de 1811 en Huaqui, localidad del Departamento de La Paz, Bolivia. La causa de su muerte fue un cáncer de lengua. Había gastado su fortuna siguiendo sus ideales y dejaba a su familia en la indigencia.
Hoy queremos rememorar y homenajear a Castelli porque, al igual que el resto de los próceres que integraron la Primera Junta, demostró coraje, claridad de ideas, firmeza en sus propósitos y resolución en su accionar.
Para comprender y apreciar su grandeza, es su correspondencia una de las formas más idóneas; para conocerlo más íntimamente y adentrarnos en su pensamiento.
Por ello vamos a acudir a una carta inédita que le dirigió Castelli a Feliciano Antonio Chiclana, en ese entonces gobernador intendente de Potosí, en momentos en que la Revolución de Mayo comenzaba a dar sus primeros pasos.
De esta carta, que más adelante transcribimos en su totalidad, es necesario destacar un concepto fundamental, que hace a la esencia de cómo entendían y definían la “Patria Libre” los hombres que construyeron la incipiente nación.
En ella, Castelli expresa: “Me duele que haya hombres tan malos que, como en todos los pueblos, trabajen en la ruina de la Patria y ataquen directamente la libertad, propiedad y seguridad”. Conceptos estos fundamentales, hoy tan devaluados y menospreciados.
La Revolución de Mayo afrontaba conflictos en todos los frentes del extenso territorio que constituía el Virreinato del Río de la Plata. A Castelli, la Junta de Buenos Aires le ordenó viajar a Córdoba con el fin de dar cumplimiento a la orden de fusilamiento de Santiago de Liniers y demás cabecillas que se habían rebelado contra ella.
El 26 de agosto de 1810, en Cabeza de Tigre fueron fusilados Liniers, Juan Gutiérrez de la Concha, Santiago de Allende, Victoriano Rodríguez y Joaquín Moreno. La excepción fue el obispo Rodríguez de Orellana, quien salvó la vida por su investidura.
De inmediato Castelli se dirigió a Potosí investido por la Junta de facultades que en la práctica lo convertían en el Jefe del Ejército Auxiliar del Norte, cuyo propósito era consolidar la autoridad de la Junta y negociar con los españoles.
El 7 de noviembre de 1810, el general Antonio González Balcarce venció las tropas realistas que comandaba el general José de Córdoba y Rojas en la batalla de Suipacha, así llamada porque se produjo en la pequeña población del departamento de Potosí del suroeste de Bolivia. Ésa fue la primera victoria de la Revolución.
Este triunfo permitiría que Castelli ocupase y asumiese el control de la ciudad de Potosí. Allí exigió a la Junta local un juramento de obediencia y la entrega de Francisco de Paula Sanz, gobernador intendente de Potosí y duro represor de los levantamientos revolucionarios de 1809, del mariscal Vicente Nieto, presidente de la Real Audiencia de Charcas, y del propio Córdoba y Rojas, quienes fueron fusilados el 15 de diciembre de 1810 junto a otros militares y políticos.
El fuerte temperamento de Castelli lo llevó a proceder siempre con extrema dureza. Lo acompañó Bernardo de Monteagudo, ambos masones compenetrados en los ideales de la Revolución Francesa.
Intransigente firme y tenaz en sus ideales, implacable ante los que creía que atentaban contra la Revolución, indubitablemente esta personalidad le generó numerosos enemigos y le dificultó su gestión de gobierno.
Castelli instaló su gobierno en la ciudad de La Plata (cuyo primer nombre fue Charcas desde 1538, luego La Plata de 1540 a 1776, Chuquisaca de 1776 a 1839, y desde 1839 hasta el día de hoy Sucre, actual capital de Bolivia).
En uno de sus primeros actos de gobierno, el 5 de enero de 1811, dispuso: “Aquellos clasificados como incluyentes en el desorden, anarquía y opresión de los pueblos y militares que han servido en estas provincias al detestable proyecto de sacrificarlas a la dependencia extranjera … se declara que han perdido sus empleos, grados, honores y bienes”.
Quienes estaban incursos en esta disposición fueron buscados para condenarlos a prisión y en numerosos casos a muerte. Esto evidencia el indómito carácter de Castelli.
La ventajosa situación que motivó el triunfo de Suipacha lo alentó a extender la Revolución.
Para ello, tomó contacto y acordó con el caudillo y patriota peruano Francisco Antonio de Zela y Arizaga, para que iniciara una campaña por la independencia del Virreinato del Perú de la corona española, para lo cual convinieron que el caudillo limeño llevaría a cabo la revolución en Tacna, ciudad del sur de Perú cerca de la actual frontera con Chile.
Simultáneamente, el ejército rioplatense avanzaría sobre el Perú para iniciar la campaña libertadora.
La revolución que había sido convenientemente preparada estalló el 20 de junio de 1811.
Por esas extrañas casualidades y circunstancias del destino, el mismo día Castelli fue derrotado en Huaqui por las tropas realistas que comandaba el general José Manuel Goyeneche.
La magnitud de la derrota en Huaqui (o Guaqui, o del Desaguadero) fue conmocionante para la Junta Grande; tuvo implicancias tanto en el orden político como en el militar, a raíz de los más de mil hombres muertos y la pérdida de armas.
Esto determinó que el presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, se dirigiera a las provincias del norte con el fin de recomponer la situación.
Sin embargo, esa derrota fue aprovechada por el grupo revolucionario morenista para destituirlo del mando.
El 23 de septiembre de 1811 cayó la Junta Grande, que se transformó en Junta Conservadora; y el Primer Triunvirato fue depuesto el 8 de octubre de 1812 por el golpe de Estado militar (planificado por la Logia de Lautaro y la Sociedad Patriótica), dirigido y encabezado por el teniente coronel José de San Martín. Como consecuencia, se constituye el Segundo Triunvirato.
El movimiento republicano de Zela quedó aislado sin apoyo. Las noticias del desastre en Huaqui provocaron el desconcierto entre las tropas, que fue aprovechado por los realistas para desbaratar la rebelión, detener a Zela y condenarlo a prisión perpetua. Falleció en la cárcel.
Tanto Castelli como jefe político y el brigadier Antonio González Balcarce como comandante militar fueron relevados y juzgados, al igual que el en ese entonces coronel Juan José Viamonte, por no involucrarse con los 1.500 efectivos que tenía a su mando. Castelli murió en prisión durante su juzgamiento. González Balcarce y Viamonte superaron la situación y continuaron en su heroica lucha por la libertad de estas tierras.
Cuando nos adentramos en la vida y el accionar de Juan José Castelli debemos analizarlo siempre en el contexto de lo que le tocó vivir: “tiempos de revolución y guerra”.
Esta excepcionalidad impone a quienes en ella están comprometidos proceder con dureza, porque las circunstancias así lo son y exigen.
Pero por sobre la barbarie de la guerra prevalece y se agiganta su heroísmo, su inquebrantable lucha por la libertad, la justicia, la verdad y la igualdad que, sin dudas, son las virtudes que lo distinguen.
Tuvo activa y destacada participación en la gesta emancipadora de Mayo. Abogado brillante, hombre de acción, consumado orador, con su elocuencia conciliaba situaciones problemáticas.
Sus adversarios lo definían como el orador destinado a “alucinar a la concurrencia”. Luchador por “Patria Libre” hasta el fin de sus días, su aspiración a que “Toda la América del Sur debía formar una sola y grande familia” fue un concepto que años después Simón Bolívar trataría de concretar, sin éxito, en el Congreso de Panamá de 1826.
Por todo lo que fue e hizo, por su desinterés por lo material, por su devoción y fidelidad a sus ideales, queremos honrar a Castelli publicando su carta, reitero, inédita, que nos ayudará a comprender su pensamiento y amor por “la libertad, propiedad y seguridad”, esencia de la República.
Feb 16 1811
D. Feliciano Antonio Chiclana
Mi amigo. Después de escrita y despachada la de fecha de ayer, recibo hoy su apreciable del 13 del corriente entre otras. Yo me complazco sobre el bien de mis semejantes y cuando he podido hacerles alguno tengo la recompensa en mi gozo. Daría hasta mi vida para que no hubiera un solo hombre contrario a nuestra gran causa, aunque fueran poquísimos los que protegiesen. Quiera el Cielo que lo que hacemos sea en bien de todos aunque no quisieran conocerlo mi estimado, yo seré feliz si lo consigo con el auxilio de mis buenos compatriotas y la gloria será de todos. No obstante, como me intereso lo sumo en la buena opinión de nuestro Gobierno. Me alegré infinito de saber que había un nuevo motivo de que sus Provincianos lo amasen más. Pero me duele que haya hombres tan malos que, como en todos los pueblos, trabajen en la ruina de la Patria y ataquen directamente la libertad propiedad y seguridad. Juro por la misma Patria Libre que primero dejaremos de ser nosotros que ser nuestros enemigos.
Estoy conforme en todo lo que me dice de Socasa (1). No faltaré y Ud. sabe que cumplo lo que prometo.
Antes de recibir la de hoy escribí diciéndole en respuesta de la recomendación de Prudencia que ya estaba tocada la ocasión de colocar al Rdo Capellancito.
A Dios mi amigo. Él le guarde sano, robusto y fuerte como importa a la Patria y a su amigo viejo.
Juan José Castelli
Al Sr. Coronel Fel. An. Chiclana
Gobernador Intendente de Potosí
(1) Hace referencia a Indalecio González de Socasa (1755-1820). Nacido en el valle de Soba, Obispado de Santander, España, militar llegado a Potosí a finales del siglo XVIII, vino a emparentarse con las más ricas familias de azogueros y propietarios agrícolas de la región. González Socasa como militar, si bien inteligente y esforzado, era poco práctico, se unió al general José de Córdoba y Rojas y quedó al mando de un batallón, luego de derrotados en Suipacha tomó el mando de los restos del ejército realista y se dirigió hacia Puno (localidad ubicada al sur del Perú sobre la orilla oeste del lago Titicaca) para unirse a José Manuel de Goyeneche. Sin embargo, fue apresado por Castelli en Potosí. Trató de huir y finalmente lo logró.