“Lo que ocurrió con la Unión Soviética fue mi drama. Y un drama para todos los que vivieron allí”, confesó sin anestesia Mijail Sergueievich Gorbachov en una entrevista concedida en 2016, a 25 años de su renuncia como presidente de la URSS.
No dudó en sostener que en la desintegración de la URSS “hubo traición” a sus espaldas y que -como sus adversarios no pudieron llegar al poder por medios democráticos- “cometieron un crimen porque fue un golpe de Estado“.
Gorbachov, quien falleció ayer martes 30 a los 91 años edad, sintetizaba así el momento más crítico que le tocó vivir en su vida política, luego de haber encarnado un cambio inimaginable en el gigante comunista.
Procedente de una familia campesina rusa de la región del norte del Cáucaso, estudió Derecho en la Universidad de Moscú, ciudad donde conoció y se casó con Raisha Maximovna Titorenko, y se afilió al Partido Comunista. De regreso a su región de origen, realizó una rápida carrera política, ascendiendo a cargos de responsabilidad regional en las juventudes comunistas y en el partido.
Saltó a la política nacional como miembro electo del Soviet Supremo y varios cargos más en el transcurso de los siguientes años, luego de afrontar con éxito la terrible sequía de 1968.
Sin embargo, su consagración ocurrió en 1985, luego de la muerte de Konstantin Ustinovich Chernenko, cuando fue elegido secretario general del Partido Comunista de la URSS y, tres años más tarde, presidente del Soviet Supremo y jefe del Estado. El máximo poder de la potencia estaba en sus manos.
Gorbachov era la figura visible de una corriente reformista que pedía espacio a los gritos y que exigía una renovación generacional para salir del estancamiento en el que había quedado sumergida desde la época de Leonid Brezhnev.
Su política estuvo a la altura de lo que reclamaban quienes lo apoyaban. En 1990, Gorbachov puso en marcha un programa político extremadamente audaz que no sólo acabaría con la URSS sino con la propia existencia de aquel Estado.
Se lo recordará por la glasnost (transparencia) y la perestroika (reestructuración), los dos pilares de esa reforma que cambiaría también el tablero político internacional.
Primero fue la glasnost, que consistió en liberalizar el sistema político, que acusaban de estar férreamente controlado por el Partido Comunista (PCUS), por lo que los medios de comunicación obtuvieron mayor libertad para criticar al gobierno.
El objetivo expreso era crear un debate interno entre los soviéticos y alentar una actitud positiva y entusiasmo con respecto a las reformas. Sin embargo, esta política de apertura se volvió en contra de Gorbachov al incrementarse los problemas económicos y sociales por efecto de sus mismas reformas y al crecer la crítica de la población contra la dirección política del PCUS.
Con la perestroika, en tanto, intentó modernizar la economía soviética con reformas que iban en línea con lo que ya estaba aplicando China, descentralizando el sistema y dándole más autonomía a los diferentes ministerios.
A pesar de ello, este movimiento revolucionario -porque modificaba de raíz las anquilosadas estructuras- terminó siendo el principal factor que aceleró la desintegración de la URSS, fundamentalmente por el crecimiento del nacionalismo de las repúblicas dentro de aquélla en medio de una fenomenal crisis económica.
Tal dimensión tenía esa crisis económica que Gorbachov optó por reducir drásticamente los gastos militares que incluyeron dos iniciativas históricas: la firma en 1987 del tratado de desarme pactado con EEUU, en esos tiempos gobernado por Ronald Reagan; y la retirada de Afganistán dos años más tarde.
Esas retiradas del ejército soviético facilitaron a los procesos independentistas que acabaron con los regímenes comunistas en Europa central y oriental, lo que allanó el camino a la unificación de Alemania (1990).
Las tensiones entre la vieja guardia del PCUS, que resistía los cambios, y la oposición a ésta que los consideraba “lentos”, fueron el caldo de cultivo de aquellos movimientos independentistas y el principal escollo que debió enfrentar Gorbachov en su convulsionada gestión.
El principio de su fin fue en 1991, cuando un movimiento democrático radical encabezado por Boris Yeltsin frenó el intento de golpe de Estado de aquella vieja estructura. Esto le permitió al nuevo líder pactar con los dirigentes de las otras repúblicas la disolución de la URSS, aglutinar el poder y acabar desplazando a Gorbachov.
El final político del hombre que posibilitó el cambio de escenario mundial no fue el soñado: luego de retirarse ese mismo año intentó regresar en 1996 como candidato a presidente de Rusia, pero el cachetazo en las urnas fue terrible.
El tiempo, como suele ocurrir casi siempre, revalorizó su gestión borrando aquella impopularidad y dándole el lugar privilegiado que se ganó en la historia: para bien o para mal, después de Gorbachov el tablero político ruso nunca volvería a ser igual.
“Nadie puede negar la transformación fundamental que realizó Gorbachov al cambiar el destino de millones en Rusia y en el mundo”, sostuvo en una entrevista reciente Andrey Schelchkov, investigador titular del Centro de Estudios Latinoamericanos del Instituto de la Historia Universal de la Academia de las Ciencias de Rusia.
El especialista ruso presentó la perestroika con una mirada contemplativa. “Independientemente de la posición política, aceptándolos o rechazándolos como catastróficos, todos los habitantes, incluso los políticos, del espacio histórico de la ex Unión Soviética reconocen la trascendental importancia de los cambios iniciados a mediados de los años 80, que culminaron con la quiebra de la URSS y del poder del Partido Comunista”.
Schelchkov recuerda que la política central de la URSS, que estaba destinada a la formación de la clase obrera nacional y que consistió en la industrialización “a veces económicamente injustificada, formó una élite nacional soviética que vio en la perestroika una chance de ensanchar su poderío local”.
Para el especialista, nadie estaba a favor de seguir viviendo en la situación en que estaba la URSS y que el drama de Gorbachov consistió en que no existieron “recetas de acción” que permitirían mejorarla apoyando las reformas político sociales del verdadero socialismo.
Asimismo, Schelchkov reconoce que ante lo inevitable del fracaso de las reformas del sistema soviético, la forma gorbachoviana fue menos destructiva y catastrófica porque “no llevó a una guerra civil generalizada en el país nuclear y lleno de armas capaces de destruir varias veces todo el planeta”.
Por otra parte, Schelchkov no tiene una visión tan piadosa respecto a la glasnot: no dudó en afirmar que con esa iniciativa Gorbachov quiso revolucionar y modernizar el sistema político pero -en cambio- lo destruyó y fue el primero en “sucumbir bajo sus ruinas”.
“Glasnost’ es una palabra que no significa ‘libertad de prensa’ sino una mayor apertura del sistema político, lo que se denominó ‘socialismo con rostro humano’. Pero rápidamente ese término se redujo a la libertad de palabra mientras el poder y el sistema de toma de decisiones no se democratizaban y se desmoronaban, ya que no buscaban consenso sino sumisión”, afirmó el historiador.
“Por eso –agrega- glasnost para muchos fue la causa de la quiebra del Estado”.
Una de las grandes críticas en Rusia a Gorbachov y sus reformas es la de haber abierto las puertas a la desintegración de la URSS y dado paso al nacimiento de repúblicas independientes. Las reformas políticas implementadas despertaron los nacionalismos y movimientos centrífugos de los países de la URSS.
En tanto, Rusia estaba hundida en el abismo de la desindustrialización y desclasificación social y buscó febrilmente algún modelo para estabilizarse.
Para los especialistas, el resultado fue el regreso al poder de una casta de funcionarios de la KGB, pero ahora infiltrados y hasta identificados con el nuevo capitalismo “salvaje” de las privatizaciones furiosas de los años 90.