viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Diversos rasgos no menores del carácter del Libertador aparecen en ese documento

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Redactado por Cristóbal Barcala, escribano de Cabildo y Gobierno de Mendoza, fechado el 23 de octubre de 1818, con el gobernador intendente de Cuyo coronel mayor don Toribio de Luzuriaga, su tío político, el militar de igual grado don Hilarión de la Quintana y Fray Luis Beltrán por testigos, tal pieza documental es acaso el menos conocido de los tres testamentos que han llegado a nuestro saber respecto de José de San Martín. Acaso sea el más íntimo y el que mejor pone de resalto la personalidad privada del Libertador.

Es de tal forma que “don José de San Martín, Capitán General y en Jefe del Ejército de los Andes”, residente en el presente en Mendoza pero “estando en próxima partida para la Capital de Santiago de Chile”, a fin de preparar la expedición al Perú, “deseando hacer una declaración con fuerza de última voluntad en virtud de los privilegios que le franquean las leyes civiles, militares y otras superiores resoluciones, para que se tenga en la clase de disposición testamentaria para el caso que Su Excelencia fallezca”, previos los requisitos legales que se dan por insertos y comprendidos en el documento, “dispone y es su voluntad dar y conferir, en primer lugar, a su esposa doña Remedios Escalada de San Martín, todo su poder amplio y tan bastante como se requiera y sea necesario para que perciba y se haga cargo de todos los bienes que tiene y posee Su Excelencia, así en ésta como en cualesquiera otra parte, disponiendo de ellos y administrándole como le parezca libre y francamente y que pueda practicar para las diligencias que le ocurran en ausencia de Su Excelencia por sí y sin intervención ni permiso de Juez ni autoridad alguna”.

Tal decisión es una prueba innegable no sólo del afecto por su esposa, Remedios de Escalada, relación tan vilipendiada por algunos sin mayores fundamentos, sino también de la opinión del prócer respecto de las capacidades y méritos de la mujer en la sociedad de su tiempo para manejar los asuntos patrimoniales.

En un tiempo en que se acostumbraba, por misoginia, nombrar a un pariente o amigo cercano como albacea, San Martín a su esposa Remedios, además de instituirla heredera junto a “su hija legítima y de su esposa la antedicha señora doña Remedios Escalada, y a los demás descendientes de su legítimo matrimonio que tuviese al tiempo de su fallecimiento”, la designa asimismo “Albacea Testamentaria, Tutora y Curadora de su dicha hija. Quedando todo lo demás como queda expuesto a la disposición de dicha señora su esposa”. Encargos, como ya hemos dicho, poco comunes en la época que un marido hiciera a su esposa. Reveladores, por lo demás, de la estima y confianza que le tenía, más allá de lo sentimental, en las cuestiones de orden práctico y mundano del matrimonio, así como el plano de igualdad en que debió haberse vivido dicha comunidad de vida.

Un dato no menor, en lo personal e incluso íntimo, era la parte en que deja abierta la sucesión a otros hijos que pudiera tener con Remedios.

En cuanto a sus bienes -éste es un dato por demás esclarecedor de la importancia que le asignaba a las posesiones materiales, a pesar de tener propiedades en Mendoza, una casa en la ciudad y una chacra en los barriales-, nada dice respecto de ellos. Sólo dispone respecto de dos de sus cosas personales: sus armas personales y sus libros.

Respecto a las primeras, establece que “las armas de su uso se repartan entre sus hermanos políticos”. Es decir, los hermanos de Remedios, Mariano y Manuel, ambos de los primeros oficiales que tuvo el Regimiento de Granaderos a Caballo.

Por tales fechas, su cuñado Manuel Escalada y de la Quintana habían tomado parte del cruce de los Andes y de la batalla de Chacabuco, después de la cual galopó en 14 días hasta Buenos Aires con la noticia del triunfo, marcando un récord que lo convirtió en un héroe popular. Luego combatiría en el asalto de Talcahuano, en Cancha Rayada y en Maipú. Después de esta última batalla, rompió su propia marca e hizo el mismo recorrido e idénticos fines en sólo 12 días. Llegaría, un año después del testamento, a ser comandante del Regimiento de Granaderos.

Su hermano Mariano participaría de similares combates y ascendió al grado de teniente coronel por la época. En 1819 San Martín lo enviaría de Chile a Mendoza para que acompañara a su hermana Remedios hasta la casa de su padre, en Buenos Aires, a causa de la mala salud de ésta.

Respecto de sus libros, manda que “la librería que actualmente posee y ha comprado con el fin de que se establezca y forme en esta capital una biblioteca, quede destinada a dicho fin, y se lleve a puro y decidido efecto su pensamiento”.

San Martín era un lector voraz y un decidido cultor del libro como medio de difundir, no solo el conocimiento y la cultura sino hacer libre a un pueblo. Donde fuera, lo acompañaban sus libros. Al punto de mandar a construir unos cajones especialmente acondicionados para que su biblioteca lo acompañara durante el cruce de los Andes.

Se calcula que tal biblioteca se componía de un millar de obras sobre arte, historia, literatura (narrativa, poesía y teatro), ciencias y crónica de viajes. No pocas de ellas en francés, alguna en portugués y, por supuesto, el grueso en español.

Algo después, ya Protector del Perú, por decreto del 14 de septiembre de 1822, fundaría la Biblioteca Nacional del Perú, en Lima, en razón de que, como luce en los considerandos de la medida: “A los progresos del espíritu, se debe la conservación de los derechos de los pueblos”. Se trata pues, este testamento mendocino de 1818, de un documento capital para entender la personalidad y el sentir del hombre en sí, más allá de sus cargos y hazañas. También para confirmar, una vez más, que los logros públicos de las personas tienen una esencial ligación con los valores que tenga en su interior.

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