Por José Emilio Ortega y Santiago Espósito (*)
Una crisis de gobierno es lo último que debería sucederle a un país del G-7, en plena guerra en Ucrania, con la inflación disparada, el precio del combustible en ascenso, faltante energético inminente y una sequía sin precedentes. Pero Italia, acostumbrada al drama político, continúa fiel a su historia.
Mario Draghi fue nombrado presidente del Consejo de Ministros de la República en febrero de 2021 bajo condiciones muy especiales. Probablemente ningún dirigente había contado hasta entonces con la confianza ciega de todos los partidos sin conocer su programa de gobierno.
Draghi, de perfil técnico, llegó al poder con el prestigio obtenido durante sus ocho años al frente del Banco Central Europeo (BCE) y de haber salvado el euro. Obtuvo la confianza del Parlamento al registrar una de las mayorías más amplias desde la Segunda Guerra Mundial. Formó un gobierno de coalición con excepción del partido de ultraderecha Hermanos de Italia.
Las desavenencias de los últimos meses llevaron a Draghi a renunciar después de que el Movimiento 5 Estrellas (M5E), liderado por el expremier Giuseppe Conte, no apoyó un paquete antiinflacionario. Para Draghi, esta posición era inaceptable. Ya durante junio, y después de diferencias en la coalición sobre el envío de armas a Ucrania, el canciller Luigi di Maio anunció su partida del gobierno, creando un nuevo partido.
El sistema italiano renueva senadores y diputados cada cinco años pero hay senadores vitalicios, y el presidente, jefe de Estado elegido por el Parlamento cuyo mandato dura siete años, puede disolver el Poder Legislativo.
Ante la nueva crisis italiana, el experimentado presidente Sergio Mattarella, de base democristiana (su padre y su hermano fueron grandes dirigentes de ese espacio), acompañó los movimientos de centroizquierda luego de la crisis del 90 y fue juez de la Corte Constitucional entre 2011-2015, cuando fue electo presidente (2015).
Mattarella tuvo cuatro primeros ministros contando a Draghi y decidió rechazar su dimisión, y lo emplazó a volver al Parlamento y verificar si existen las condiciones para que siga al frente del Ejecutivo, en el que todavía cuenta con los votos para seguir en el gobierno.
Todo quedó aplazado hasta el próximo miércoles cuando, después de un viaje a Argelia -Italia está muy necesitada del gas argelino para independizarse de los hidrocarburos de Moscú-, el todavía primer ministro acuda a la cita con Mattarella.
Fue una forma del presidente de ganar tiempo, al devolver el balón al campo de Draghi; o de intentar una nueva mayoría que permita culminar las reformas acordadas con Bruselas ante una nueva crisis económica.
El otro escenario es adelantar los comicios a septiembre u octubre, algo que solo desea la líder ultraderechista Giorgia Meloni, expectante y fuera de los consensos. Según diversas encuestas, Hermanos de Italia se encuentra en primer lugar en intención de votos.
El pacto “por encima de los partidos” que amontona en el gobierno a derechas e izquierda que planteó Draghi, se desmorona. Las encuestas demuestran que la crisis actual recibe un estímulo fundamental del desgaste de los dos partidos que han marcado el ritmo político en los últimos años. La Liga de Matteo Salvini y el M5E, de Giuseppe Conte, habían reunido un poco más de 50% de los votos en las elecciones legislativas de 2018 y ahora han perdido prácticamente la mitad.
La guerra en Ucrania ha resultado un grave problema para Europa. La economía mundial marcha hacia una caída que puede aterrizar en una recesión La inflación alcanzó 6,8% después de muchos años de estabilidad, el BCE subió las tasas de interés, por primera vez en más de una década, para controlar la inflación, y las previsiones realizadas muestran un bajo crecimiento para la eurozona.
Como en el resto del mundo, el aumento de los precios de la energía, en particular electricidad, gas y combustibles, impactan de lleno en el poder adquisitivo general, que se hace dramático en los sectores más pobres. En los últimos 30 años los salarios han crecido 30% en Francia y Alemania. En Italia descendieron 3%. Diversos analistas señalan que Draghi había combatido con éxito la recesión ocasionada por la pandemia de 2020 pero la guerra en Ucrania cambió el panorama.
La pregunta es cómo afrontar la nueva crisis europea. Italia es un botón de muestra de los problemas que se están empezando a apreciar en la Unión Europea.
La guerra en Ucrania no repercute sólo en lo militar sino especialmente por las sanciones económicas cruzadas. La fragilidad de la economía italiana le hace sufrir, anticipadamente en comparación con otros países de la Unión, las consecuencias de esas sanciones.
La caída del euro impulsa las exportaciones y el turismo pero encarece las compras de energía y materias primas, en su mayoría en dólares.
Las dificultades económicas que puede desencadenar la nueva crisis política italiana no se restringen exclusivamente al ámbito del BCE sino que también pueden hacer más difíciles los intentos de la eurozona por evitar la recesión.
Italia ya está pagando tasa diferencial de interés. Se complica la llegada del gran paquete de ayuda económica que la UE aprobó antes de la guerra (los medios hablan de que a Italia le corresponden alrededor de 200 mil millones de euros), de cuyo buen empleo Draghi era o es garante.
Italia es la tercera economía más importante de la región y una eventual caída de su gobierno puede generar parálisis en un momento especialmente delicado, con el lógico riesgo de influir en otros países. La salida de un hombre del establishment y conocedor de los pasillos de Bruselas puede ser una pésima señal para Europa y Occidente.
La endogámica política italiana siempre trae sorpresas.