ESCUCHARPor José Emilio Ortega y Santiago Espósito (*)
Pasó el balotaje presidencial en Colombia, con el triunfo de Gustavo Petro (50,44%) sobre Rodolfo Hernández (47,31%).
Apenas 700 mil votos de diferencia tras una sorprendente primera vuelta (29 de mayo), con siete candidatos de los cuales cuatro concentraban interés y sólo uno validó pergaminos: Petro, de 62 años, candidato del Pacto Histórico, ex militante del grupo de izquierda M19 que dejó las armas en 1990. Un año más tarde fue indultado. Ex alcalde de Bogotá y senador nacional, había quedado en segundo lugar en la elección de 2018.
Petro dió el “sorpasso” en aquella primera vuelta ante Hernández al subir 10 puntos sobre los sondeos previos. Por su parte, Hernández, ex alcalde de Bucaramanga, en representación del improvisado sello Liga de Gobernadores Anticorrupción, desplegó una campaña “antipolítica” al estilo Donald Trump, Jair Bolsonaro o Javier Milei.
La ciudadanía colombiana descartó a políticos tradicionales como Sergio Fajardo (tercero en las elecciones de 2018) o el oficialista Federico Gutiérrez, ambos ex alcaldes de Medellín.
Con la inflación más alta en 22 años y el más importante desempleo de la última década, recortes en el presupuesto social y educativo, aumento en los precios de los servicios, mayor carga impositiva (en productos alimentarios principalmente) y mucha represión por constantes marchas, las preocupaciones de los votantes pasan por la economía (28%), la corrupción (20%), el desempleo (14%) y la inseguridad (14%). El índice de desaprobación del actual presidente, Iván Duque, supera 80%. La política de siempre ofrecía las respuestas de siempre y había que cambiar.
Iniciada la campaña por la segunda vuelta, comenzó una guerra sucia de datos, en la que las encuestadoras quedaron atrapadas en las imprecisiones. Fracasó la posibilidad de un debate, incluso con intervención judicial (Hernández no asistió a ninguno y manejó su promoción sólo por redes sociales).
¿Una nueva izquierda latinoamericana?
Aunque no lo son, los dos candidatos se habían presentado como outsiders del sistema.
Petro proponía un programa de centro-izquierda, con compromisos anunciados en materia de distribucionismo, reforma agraria y creación de una estructura de gobierno dedicada a la igualdad social. Además, un cambio en las matrices energéticas para salir gradualmente del uso de combustibles fósiles y una enérgica política de género (desde una activa tutela de minorías hasta la equidad para la asignación de funciones de gobierno). Anticipó que, si bien el capitalismo no le gusta, no irá en su contra.
El derrotado Hernández puso eje en apoyar una agenda radical en cuanto a cambiar el estilo de gobierno: lucha franca contra la corrupción, fortalecimiento de las fuerzas armadas y continuar la negociación con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). En balotaje, fue apoyado por el oficialismo (Gutiérrez había obtenido 21% en la primera vuelta).
El apoyo más importante a Petro llegó desde México: del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
EEUU, de gravitante influencia en Colombia por décadas, avaló la elección y el resultado, por intermedio de Antony Blinken, secretario de Estado. En cuanto a la difícil relación con Venezuela, Nicolás Maduro había anticipado, al haber quedado fuera del balotaje el actual oficialismo, su optimismo sobre cualquier escenario que se presentara en el país vecino.
En Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva (próximo a dar su batalla presidencial) tuvo elogiosos conceptos para Petro y el progreso de la izquierda latinoamericana.
Al asumir el próximo 7 de agosto, Petro deberá mostrar respuestas prontas frente al descontento y la incertidumbre y afrontar promesas que el resto cuestionó por considerar que son inviables.
En tanto, el sistema electoral superó dos graves amenazas. La primera, el fraude. La segunda, la seguridad de los candidatos. En la historia de Colombia fallecieron varios presidenciables con chances serias de desafiar el orden político instalado, hegemónicamente liberal, durante el siglo XX: Eliécer Gaitan (1948), Jaime Pardo Leal (1987), Bernardo Jaramillo (1990), Carlos Galán (1989) y Carlos Pizarro (1990). Sus muertes ocurrieron en períodos en los cuales la violencia política recrudeció.
Ese talón de Aquiles colombiano sigue a flor de piel. Sólo en 2022 murieron 77 activistas sociales. Más de 360 ex dirigentes de fuerzas insurreccionales han sido asesinados desde 2016.
¿Cómo armará Petro equipos y programas? Fue importante el rol de su vicepresidenta electa, Francia Márquez (41 años), afroamericana, defensora de los derechos humanos, ambientalista y feminista. Fue rival de Petro en la interna y finalmente se sumó al ahora presidente. ¿Mantendrá Petro esa lógica dentro y fuera de Pacto Histórico?
Petro y Márquez han destacado el triunfo popular y una agenda progresista que actualiza (por aperturista) el “socialismo del siglo XXI” latinoamericano de una década atrás. ¿Pacto Histórico oficiará de movimiento social y político al estilo del mexicano Morena, de López Obrador?
¿Iniciará un camino de profunda renovación, como intenta Chile? ¿Fungirá como coalición inestable, arrastrando diferencias de elección en elección como el Frente de Todos argentino? ¿Intentará la conformación de un partido, como el Frente Amplio uruguayo? ¿Se trata de una alianza improvisada a cada día al estilo peruano?
En cualquier caso, la estructura oligárquico-liberal-conservadora que se ha mantenido en el poder durante más de un siglo y medio en Colombia se retira del centro de la escena (pero no de la dinámica política).
¿Será un tiempo de esperanza? Dependerá de la inteligencia de Petro y Márquez, quienes hoy expresan mucho por sí mismos pero también por una ciudadanía hastiada que los ha puesto donde están, recordamos, para cambiar las cosas.
