“Para el mundo existe todavía y existirá mientras al hombre le sea dado elegir la posibilidad de alcanzar lo que la filosofía hindú llama la mansión de la paz. En ella posee el hombre, frente a su Creador, la escala de magnitudes, es decir, su proporción. Desde esa mansión es factible realizar el mundo de la cultura, el camino de perfección.
R. Tagore nos dice: “El mundo moderno empuja incesantemente a sus víctimas pero sin conducirlas a ninguna parte. Que la medida de grandeza de la humanidad esté en sus recursos materiales, es un insulto al hombre.”
La Comunidad Organizada
La crisis que enfrentamos
El mundo vive convulsionado por las secuelas de una crisis propia de esta época, que no es sólo económica ni política ni tampoco solamente social. Es integral porque afecta la existencia misma de la humanidad, ya que no sólo peligra nuestro hábitat sino también la propia esencia espiritual que nos anima, ante al avance despiadado de un materialismo que, frente a un tecnicismo exultante, ha perdido el sentido mismo de su misión.
Argentina, al igual que muchos países en el mundo, vive agobiada y desorientada, según los signos inocultables de su decadencia, dominada por un individualismo extremo que ha afectado el accionar de instituciones y líderes consumidos por la soberbia, incapaces de desentrañar y descifrar dichos acontecimientos.
Hoy se necesita fundamentalmente de la fortaleza ética y moral si se quiere recuperar la armonía entre el progreso social y los valores espirituales porque, aun conscientes de semejante catástrofe, no atinan a evitar el atropello de las esperanzas de millones de argentinos.
Por eso hablamos de un cambio de época, ya que la actual ha perdido la brújula que nos debería guiar hacia un futuro trascendente, implicando una auténtica integración de pueblos, razas, credos y religiones para sellar una unidad con los que valen por lo que son y no por lo que poseen. A partir de ello, la superación individual consolidada en principios, valores y virtudes nos conducirá -inexorablemente- a la superación colectiva.
La descomposición institucional
Hoy vemos los escarceos y las reyertas entre las potencias ante una realidad mundial que va sugiriendo la multilateralidad en un nuevo orden, equilibra la composición de fortalezas y debilidades propias de cada uno de los contendientes, dirime supremacías e impone determinadas condiciones, sean políticas, económicas o interestatales.
Pero lo que sí debe preocuparnos es ver cómo los Estados y regiones del resto del mundo quedamos comprometidos ante el desarrollo de dichos movimientos, como ante la posibilidad de una tercera guerra mundial, cuando la realidad oprobiosa de la guerra, la destrucción del equilibrio entre naturaleza y humanidad, la miseria y las injusticias sociales, nos exigen construir los puentes necesarios y definitivos de la unidad y la paz mundial.
Argentina, en plena decadencia institucional, no puede eludir los estigmas de esta crisis global y una gran parte de la dirigencia, sin medir consecuencias y situaciones indignas, sigue aferrada a la lucha por el poder. Aunque en el subconsciente imagine estar en presencia de los últimos estertores de esta tragedia y la llegada de una nueva instancia -que no sabe cuál puede ser-, busca generar algunos cambios pero para que nada cambie estructuralmente.
Distintos sectores comprometidos en esta crisis
Comprobamos cómo los gobiernos democráticos desde 1983 hasta el presente fueron transmutándose hasta adherir plenamente a este modelo que define a un régimen autocrático, con poca o nula participación del pueblo a no ser por la posibilidad de votar cada dos años. Esta especie de autocracia legalizada -pero ilegítima- no sólo ocurre en nuestro país sino también en nuestro continente y en casi todos los regímenes y signos.
Hoy, estos gobiernos siguen respondiendo a un sistema alimentado sólo por el sector político-partidario, sin dar cabida a la participación institucional de las organizaciones intermedias, ya sea por medio de los consejos económicos y sociales o en otros ámbitos, porque sólo persiguen concentrar y aumentar su poder.
Es por eso que tienen como su principal arma la confección de los presupuestos, que también deben ser aprobados por el Congreso; de allí la lucha por tener una mayoría asegurada en él. Eso les permite aprobar dichos presupuestos con la inclusión de proyectos de monumentales obras públicas que se prestan para el soborno, ya que, por medio de un sistema de coimas y claro lavado de dinero, entran en el ámbito de la corrupción, en lo que se dio en llamar “el mecanismo”.
Estas obras generan la idea de que provienen de un modelo de gestión de fuerte crecimiento económico, cuando la realidad demuestra una ficción porque, ocultos detrás de enormes pautas publicitarias y toma de deudas con organismos internacionales, están los datos que provee el Indec que señalan un fuerte retraimiento en el progreso social, aumento progresivo de la desocupación e incluso porcentuales que vergonzantemente indican 50% de ciudadanos pobres.
Siguiendo con el análisis de funciones y objetivos de los poderes del Estado, en el caso de los legisladores queda también demostrado que sólo responden a las directivas emanadas de las conducciones partidarias o de coaliciones. Este régimen es anticonstitucional porque, como representantes del pueblo al ocupar cargos públicos, deberían sustentar una independencia absoluta y renunciar a sus partidos de origen.
Pero el escándalo se magnifica con la Justicia porque, al pivotar en esta pendular manera de cogobernar, se instala como poder del privilegio, al mantener una postura tan aislada y tan independentista como ajena a las injusticias que sufren los pueblos por las atrocidades políticas, económicas y sociales.
Otro de los ámbitos importantes es donde discurren y se movilizan las cámaras y entidades intermedias de la sociedad de trabajadores, empresarios, comerciantes, profesionales, educativos, investigación y desarrollo científico, etcétera. Paulatinamente fueron acostumbrándose a ser solo acérrimos defensores de sus intereses, aplaudir o protestar contra aquellas medidas implementadas por el poder público que pudieran beneficiarlos o afectarlos.
De esta manera, miles de organizaciones que son gran parte del poder del pueblo, en ocasiones se unen para protestar o aplaudir determinadas políticas de Estado pero siempre entretenidos en la irresoluta lucha mediática, enfrentando impuestos distorsivos, dilemas entre trabajadores y empresarios, inflación, pago por deudas mal contraídas, problemas de importación y exportación, tarifas de servicios recargadas de tasas municipales, provinciales y nacionales, etcétera.
Lamentablemente no toman conciencia de que están desaprovechando el poder que pueden construir unidas si consensúan propuestas estratégicas, relevantes e integrales para que, como parte de la responsabilidad social, se revierta esta lamentable realidad.
En referencia a los tres poderes del Estado, sostengo que deben ser independientes en la toma de decisiones en los temas específicos que a cada uno le compete, pero eso no les prohíbe participar en el desarrollo de las políticas integrales que afecten a la sociedad en su conjunto, estableciendo comportamientos armónicos y consecuentes con la solución de los graves problemas del país.
De este andamiaje que soporta el peso de sus grandes estigmas, llegamos al rol de la sociedad, que, frente a un cambio de época, deberá jugar un papel primordial.
Su protagonismo no sólo deberá plasmarse en su poder de movilización sino en su capacidad de construir conciencia y organización social, más aún cuando su “des-poder” se verifica en la fragmentación ya sea en clases sociales, en ocupados y desocupados, según posturas de género o en enormes sectores subsidiados, etcétera.
El poder de la sociedad radica en su capacidad de construir su unidad en torno a principios esenciales, valores y virtudes, además de recuperar la mística de su propia cultura. Ése es el leitmotiv que hoy constituye el mayor desafío, ya que estos regímenes instituyeron las formas de dividir y anarquizar el desplazamiento de las masas y quitarles el poder de discernir.
No hay dudas entonces sobre cuál es el proceso necesario por el que el “nosotros” constituye la odisea que nos permitirá derrotar el individualismo acérrimo. Porque la humanidad no puede vivir sólo de lo material, como tampoco de la libre determinación de cada individuo encerrado en sí mismo.
Son atentatorios por igual el desmesurado derecho individual como el desinterés y la falta de responsabilidad social de todos en consolidar una comunidad que pueda realizarse en plenitud.