El fuego del hogar vidriado de revistas de interiorismo se refleja en la ventana de la habitación, tras la cual humea una piscina climatizada rodeada de montículos de nieve, pinos albinos y una ladera interminable serpenteada por decenas de esquiadores. Es un día brillante y el sol acaricia el océano blanco y ondulado que se extiende hasta el infinito.
El desayuno abundante, nutrido con salmón, frutas, tortas y huevos revueltos, se degusta en el salón con vista a las pistas, justo del otro lado, a centímetros del hotel.
Un joven amable colabora con el proceso de calzar botas y cargar tablas. Sólo hay que abrir la puerta y salir a esquiar.
Así son las mañanas en el resort The Ospray, ranqueado como el más cercano a una telesilla de América del Norte, uno de los tantos lujos que regala Beaver Creek, el centro invernal ubicado en las montañas Rocosas del Estado de Colorado, a unos 20 minutos de Vail, su hermano mayor con el que comparte la filosofía de exclusividad y excelencia.
El corazón del pueblo es una pista de patinaje rodeada de sillones calefaccionados por braseros en los que los pequeños derriten chocolates y malvaviscos. Por sus arterias fluye un pequeño arroyo atravesado por puentes pintrescos con techos a dos aguas.
El estilo centro europeo se repite también en hoteles, comercios y restaurantes y se combina con ítemes tecnológicos del primer mundo, como escaleras mecánicas, aceras calefaccionadas para derretir la nieve y medios de última generación para acceder a la montaña.
La villa está literalmente pegada al centro de esquí en cuyos cerros se dibujan pistas verdes, azules, negras y doble negras, aptas para todas las inquietudes, habilidades y desafíos.
En la base, un grupo de chefs ataviados con sus característicos delantales y sombreros reciben a los esquiadores con galletas recién horneadas.
Un perro labrador, que desciende desde la ladera en los hombros de su instructor, juega con los niños. “Es uno de los recursos cordiales que tenemos para imponer la seguridad en la montaña”, explica su tutor.
Al finalizar la jornada, suenan bandas musicales en vivo, arden fogones y desfilan manjares y tragos entre grupos alborozados de turistas apostados en los bares de la base.
Cuando cae la noche, algunos sibaritas abordan un trineo abierto y ascienden la montaña cubiertos con mantas, apreciando el contraste bucólico de la blancura en la oscuridad hasta arribar a una cabaña escondida en las alturas donde sirven exquisiteces.
Placeres únicos, glamorosos y exclusivos que sólo puede conceder Beaver Creek, uno de los destinos de nieve más lujosos del planeta.