miércoles 13, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

La picota

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Su imposición no distinguió naciones ni personalidades

Quién no ha escuchado la frase “estar en la picota”. Tiene una historia por detrás, no demasiado agradable, emparentada con el derecho de las penas. 

Se llevaba a cabo en el derecho hispano en una columna de piedra o poste de madera, situada en lugar destacado de la villa o ciudad. Se la utilizaba para practicar la pena de azotes, exponer a los reos a la vergüenza pública, o las cabezas de los ajusticiados para que sirviesen de escarmiento. En Francia o Inglaterra adoptó la forma de cepo. 

Dicha pena fue legislada ya en el siglo XIII, en el libro de Las Partidas, de Alfonso X, que la consideraba la más grave de las penas leves para los delincuentes, destinada a castigar mediante la deshonra. 

Se hallaba dentro del género de las penas infamantes, las que doctrina coincidió en definir como aquellos castigos impuestos y ejecutados por un órgano jurisdiccional que iban destinados exclusiva o al menos principalmente a menoscabar el honor de los condenados. Seguimos en esta determinación clásica los trabajos de Jean Domat, en el primer tomo de Les loix civiles dans leur ordre natural, así como el primer tomo del Traité de la justice criminelle de France, de Daniel Jousse. No obstante, no todos los autores compartieron la opinión de que estas sanciones convertían en infames a los condenados a ellas, como nos dice Pierre-François Muyart de Vouglans, en Les loix criminelles de France dans leur ordre natural.

Se trataba de un elemento jurídico, la infamia, instituido en el derecho romano, en el que aparece definida en el Digesto, gracias a Calístrato, como “el estado de ilesa dignidad, comprobado por las leyes y las costumbres”, entendiendo la «buena fama» como la estimación civil, la consideración y dignidad exterior que se tenía por ser un ciudadano romano con el disfrute de todos los privilegios públicos y privados que esta clase traía aparejados, como nos dice Aniceto Masferrer Domingo, en su obra La pena de infamia en el Derecho histórico español.

La presencia del rollo o picota tradicional de piedra o madera se halla mencionado en todas las actas de fundación de ciudades, de manera especial en los siglos centrales de la Edad Media y en particular en las pertenecientes a Castilla.

Fue una práctica que se continuó en las ciudades de la América española. Era de las primeras cosas que se llevaban a cabo al fundarlas; luego de haberse redactado el acta respectiva, nombrado el cabildo, en la plaza mayor se colocaba el rollo que representaba la justicia real. En general, como pasó en Buenos Aires en junio de 1580, se lo colocaba de madera si no era posible obtener piedra en la región.

Quizás la ejecución más documentada de esta pena fue en mayo de 1703 la de Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe, quien fue condenado en Londres por el juez Salathiel Lovell por libelo sedicioso, a causa de un escrito de 28 páginas en que se tomaba a risa y hablaba en burla del gobierno y del partido dominante en Inglaterra.

El magistrado, a quien Defoe ya había tomado antes para la chacota en unos versos, no tuvo mucha contemplación a la hora de dictar sentencia. Le impuso, a más de una multa elevada, ser expuesto públicamente en la picota durante tres días. Ello suponía, en la versión inglesa, estar en un cepo inmovilizado de brazos, cabeza y piernas a fin de que los transeúntes del lugar se burlaran o le arrojaran cosas, desde comestibles hasta barro y piedras. 

Pero el caso es que Daniel Defoe, antes de ser “empicotado”, es decir puesto en la picota como escarmiento, desde su prisión escribió unos versos respecto a la injusticia que se cernía sobre su persona: “Aprende la justicia a adaptarse al interés/y lo que ayer fue mérito, hoy delito es:/las acciones dependen del color de los tiempos,/y son virtud o crimen según les venga el viento./Tú, que la trampa eres de la ley y el estado/ni acabas con el malo ni asustas al honrado;/el uno está curtido por la ofensa,/al otro lo protege su Inocencia”. 

En tanto el autor cumplía su pena, sus amigos distribuyeron el poema, que resultó un éxito literario casi instantáneo. Quienes se acercaron a Defoe no sólo no lo insultaron sino que lo vivaron, le tiraron flores en lugar de basura como usualmente sucedía. Eso llevó al historiador John Robert Moore, autor de una investigación sobre el novelista, a expresar que “ningún hombre en Inglaterra, excepto Defoe, estuvo en la picota y luego se hizo famoso entre sus semejantes”.

La picota más difundida en la América colonial española fue la que se impuso como parte del suplicio de Túpac Amaru. Los términos del fallo del proceso especificaban, a más de la pena de muerte y de descuartizamiento del cuerpo, que, tras ello, fuera “su cabeza llevada al pueblo de Carabaya, una pierna a Paucartambo, otra a Calca, y el resto del cuerpo puesto en una picota en el camino de la Caja de Agua de esta ciudad”.

Producida la Revolución de Mayo, la prohibición de penas corporales y toda medida que conllevara una mortificación de los detenidos, extraña a la pena impuesta por la Asamblea del Año XIII, selló su suerte. Inglaterra no la aboliría hasta 1837, cinco años después que Francia; en España la suprimieron las Cortes de Cádiz, aunque Fernando VII la restableció, y en EEUU permaneció vigente hasta el siglo XX.

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