Por José Emilio Ortega y Santiago Espósito (*)
Filósofos -como por ejemplo Byung-Chul Han- vienen planteando que categorías tradicionales utilizadas para explicar la dinámica sociopolítica en el marco del paradigma industrial, ya no resultan aplicables. La “sociedad disciplinaria” visualizada tempranamente por Foucault, estructurada sobre el arraigo, la estabilidad y la prohibición, mutó gradualmente a una “sociedad del rendimiento”, en la que cada sujeto es emprendedor de sí mismo y se vale de una vastísima parafernalia global para concretar sus objetivos, antes que enfocarse en servir con su aporte a las estructuras.
Dice Byung: “Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera dementes y criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados”.
En el decurso entre estos paradigmas, la relación entre el Estado y los ciudadanos experimentó dificultades. Pesados andamiajes estatales sostenidos por una ingeniería constitucional centenaria -surgida en plena sociedad disciplinaria- se mantienen sin mayores variaciones a pesar del drástico cambio social; más allá de la evolución de los derechos (más influyente en los capítulos constitucionales dogmáticos que en los orgánicos), que incide en el espacio público, su agenda, principales actores, la oferta estatal es rígida y la demanda se desacopla. Los deprimidos y fracasados deambulan sin contención.
Surgen los outsiders, se profundizan las diferencias, el enojo o la crispación social; los gobernantes no se perciben como “emprendedores de sí mismos” que deben sostener su legitimidad en otro contexto; el Estado intenta diluir su ineficiencia forzando su autoridad. El resultado es la inestabilidad creciente.
Byung fija su mirada en sociedades más estables y homogéneas que las americanas. Pero se percibe en nuestro continente esa tendencia, con cambios a diferentes velocidades. En sociedades que han hecho una etapa industrial probablemente inconclusa y por tanto más heterogéneas, un sector está plenamente atravesado por la dinámica del rendimiento; mientras otros aún transitan entre ambas etapas, un sendero de total incertidumbre. En cualquier caso, el Estado y los actores políticos atraviesan las dificultades advertidas por el filósofo surcoreano en sociedades occidentales más desarrolladas. Indefectiblemente potenciadas en América, por la fragmentación social y la mayor ineficiencia del sector público. La pandemia agravó esta crisis casi al nivel de una “tormenta perfecta”.
Elecciones y problemas
En un 2021 cargado de elecciones en América Latina, tendremos un duro test el próximo 11 de abril, jornada en la que Ecuador, Perú y Chile llevarán adelante comicios de significativa relevancia histórica.
Según datos de la Cepal, la región retrocedió socioeconómicamente durante 2020 el equivalente a 12 años (aumentó la pobreza 3,7%, al totalizar 33,7% de la población, 209 millones de pobres). Ecuador es el país más afectado, con 30,8%, mientras que Perú alcanza 22,9% y Chile, 11,9%. Desde el punto de vista sanitario, estos países afrontaron complejas situaciones; asimismo, la combinación de dificultades incidió profundamente en la agenda política, con violentas crisis en los tres casos.
El drama pandémico exacerbó, en los países analizados, el desencuentro entre políticos y ciudadanos. Los gestores públicos, encerrados en sus propias limitaciones, intentaron remontar complejas coyunturas previas con recetas fallidas. El covid-19 los sorprendió desarmados, apelando a fórmulas “disciplinarias” que devinieron en estallidos sociales, incertidumbre institucional, insustanciales cambios de gabinetes y en un caso, el de Perú, renuncias presidenciales.
Ecuador enfrentó una tensa primera vuelta electoral el pasado 7 de febrero. El presidente Lenin Moreno (hoy sin partido), después de haber llegado al poder de la mano del líder populista Rafael Correa, comenzó a tomar distancia de éste hasta enfrentarlo decididamente. Desde su exilio en Bruselas, quizá inspirado en la recordada profecía del general Juan Perón en torno a su regreso (“todo lo harán mis enemigos”), Correa ungió un nuevo delfín: el joven economista Andrés Arauz, vencedor (32,72%) contra 19,74% de Guillermo Lasso (habrá balotaje). Tercia en la disputa el indigenista Yaku Pérez (19,39%), quien impugnó el resultado (y ha sido visto junto a integrantes del Juzgado Contencioso Electoral recientemente, en sonado escándalo). De mantenerse -algunos lo dudan- la fecha del 11-A para el balotaje, interesa cómo moverá sus piezas Xavier Hervas, cuarto en la elección (15,68%), un dirigente joven, empresario, no vinculado con la partidocracia: perfecto embajador de la sociedad del rendimiento.
Perú transitó un bochornoso 2020, entre cabildeos de congresales divorciados del drama social. Tres presidentes (Kuczynski, Vizcarra y Sagasti) se sucedieron; se recuerdan las dramáticas revueltas de noviembre. Dos ex mandatarios (Fujimori y Kuczynski) están detenidos; dos, investigados por corrupción (Toledo y Humalá); y Alan García decidió quitarse la vida en el marco de dichas causas. Sagasti afrontó una conmoción después de que se conoció que casi 500 personas fueron vacunadas contra el covid-19 violando las prioridades de inmunización.
Existe, a un mes del acto electoral, más de 30% de indecisos. Un ex futbolista (otra vez los “autoemprendedores”), George Forsyth, aventaja a un lote de casi 15 candidatos.
Chile se mostró al mundo como un modelo exitoso de “país de rendimiento”. Pero una larga crisis política que probablemente se potencie en el fallido segundo mandato de Michelle Bachelet, que incumplió gran parte de sus promesas de cambios estructurales aptos para una mayor inclusión, otra distribución y disfrute de bienes públicos -con mayor equidad- y ciertos avances en la organización político territorial, detonaron los estallidos de violencia a los cuales el presidente Sebastián Piñera respondió con el fatídico “estamos en guerra” (2019), los toques de queda e inusitada represión.
El cóctel fue determinante. Una ciudadanía votó en paz, finalmente, por apostar a una nueva constitución; tremendo desafío para una dirigencia que irá a representar al pueblo, sin mayores convicciones de fondo -ni grandes acuerdos interpartidarios- sobre el núcleo de esta carta magna.
El vacío que existe entre representantes y representados en el querido país hermano es, sin duda, el mayor problema a la hora de encarar un año electoral que, además de la convención, también determinará el recambio presidencial y de gobiernos locales. No aparece aún la dirigencia que tome la posta tras la indispensable renovación de ideas y personas que la sociedad reclama.
Incertidumbres sobran en un continente disgregado y golpeado, que sorteará otros importantes desafíos (legislativas en Argentina y México, presidenciales en Nicaragua y Honduras) mientras sus ciudadanos (sobran fracasados y deprimidos) requieren, más que nunca, de un Estado y una política con rumbo, autoridad e ideas para afrontar los capítulos más difíciles del siglo que transcurre.
(*) Docentes, UNC