Los avances en la ciencia también trajeron aparejada una nueva mirada para los destinatarios de sus prácticas
No es algo tan antiguo que los pacientes sean sujetos de su propio tratamiento y tengan derechos respecto del médico o institución que los trata. Resulta un logro de la consagración del principio de autonomía, establecido finalmente por la bioética, no sin antes pasar por un largo proceso de evolución histórica, no sólo de humanización de la práctica médica sino también del reconocimiento de la dignidad del paciente y de protagonizar los actos curativos que se le lleven a cabo. Lo cual lleva implícito el desplazamiento del paradigma del «paternalismo médico», en el arte de curar.
En los tiempos antiguos, el carácter empírico y libre de la práctica de curar llevaba a que los pacientes fueran, en muchísimos casos, poco más que meros “objetos de experimentación”. Un rehén, por su enfermedad, de las decisiones de quien decía saber cómo curar o tenía fama pública de hacerlo.
Desde temprano el derecho procuró, de distintas formas, aventar dichas situaciones. En los compendios curativos de la medicina tradicional china dados en el tiempo del emperador Huangdi, alrededor de los años 2698 al 2598 a. C., denominados Nei Jing (Cuestiones Básicas de Medicina Interna), hay referencias al deber de buen actuar del sanador y su compromiso con la recuperación de la salud del enfermo.
En los textos védicos de la civilización hindú, de unos 2000 años a. C. de antigüedad, se hallan algunos de carácter médico que establecen que el estudiante y practicante del arte de sanar debe consagrarse en “alma y cuerpo” al bien de los enfermos, prohíben actos que dañen al paciente, en traición de la confianza propia del arte curativo y, además, el sanador debe abstenerse de revelar datos comprometedores del enfermo o de su familia. Pero no son derechos de los pacientes sino imperativos del propio ejercicio profesional.
En la estela de basalto que contiene las 282 leyes del rey babilonio Hammurabi, 1400 años antes de la era cristiana, 11 se refieren al acto médico, estableciendo el pago en caso de curar bien y el castigo en el supuesto de fallar, bajo los términos de la “ley del Talión”. Se trata de una normativa que busca la seguridad del paciente por una doble vía: establecer un precio cierto y previo a pagar, por una parte, y una pena en caso de errar, que funcionó como un gran disuasivo para los audaces e imprudentes.
En la antigua Grecia se deja de lado en la medicina la magia y el misticismo para centrar el arte de sanar en el examen físico del enfermo y el estudio racional de sus síntomas y signos, a la par de iniciar el desarrollo de los principios higiénicos en su atención. Hipócrates de Cos, quien vivió entre los años 460 a 370 a. C., consagró el principio de que el acto médico no debe causar daño al paciente. La exigencia de prestar un juramento para ejercer la medicina habla de su evolución hacia una actividad con claras exigencias éticas.
Esto fue continuado por los romanos, quienes además oficializaron el ejercicio de la medicina, empezando por los médicos militares, quienes trabajaban en los hospitales de campaña de las legiones. El emperador Alejandro Severo, durante su gobierno entre 225-235 d. C., reguló la enseñanza de la medicina para garantizar su calidad.
Durante la Edad Media europea, el cristianismo impone grandes cambios en la mirada del enfermo, destacando su carácter de ser humano irrepetible, importante y esencial, e introduciendo en la atención médica los elementos de misericordia, humanidad y la atención igualitaria.
En la época moderna, el médico de la tradición hipocrático-galénica se corporativiza y burocratiza. La institución profesional Royal College of Phisycians inglesa es el mejor ejemplo de esta nueva postura. Thomas Percival, en el año 1803 redactó el que fue considerado primer proyecto de ética médica, mucho de lo cual será plasmado en el National System of Medical Morales, el primer código de ética médica,de 1847.
El ejercicio de la medicina como profesión liberal, aunque sometido al control estatal o de los pares, regida por sus propios códigos éticos, tan paternalista como en tiempos antiguos, será puesta en crisis en lo que Lázaro y Gracia, en su obra La relación médico-enfermo a través de la historia, entiende una auténtica «rebelión del sujeto» o «introducción del sujeto en la medicina», que se entronca con la reivindicación constante, aunque paulatina, de los derechos y libertades básicos de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada por la Asamblea Nacional Francesa el 26 de agosto de 1789. Pero como bien se aclara en la obra referida, “fuese por el prestigio del médico, por la eficacia de las estructuras del poder profesional, por el estado de real desvalimiento en que el enfermo se encontraba; lo cierto es que transcurrieron doscientos años desde la eclosión de los derechos humanos fundamentales hasta la aparición de los derechos de los enfermos”.
En el medio de ese proceso se erige la historia y el desarrollo del derecho en el siglo XX, como fruto de lo peor y lo mejor que el ser humano puede provocar. Pero ésa es ya otra parte de la historia.