Por Ismael Arce. Licenciado en Historia.
Los médicos, enfermeros, bioquímicos y demás colaboradores de las actividades relacionadas con el cuidado de la salud han estado, están y –seguramente- estarán sometidos a presiones de todo tipo, comenzando con la posibilidad cierta –muy cierta- de padecer las enfermedades contra las que combaten, sufrir heridas y lesiones, etcétera.
A ello sumemos –a la luz de la actual crisis sanitaria causada por la pandemia del covid-19- que el personal de salud también ha estado expuesto a agresiones, insultos, malos tratos de variada especie y toda una gama de atropellos más propios de un estado de guerra o (al menos) de confrontación, que no es lo que algunos lemas propagandísticos pretenden hacernos creer.
A lo largo de la historia, aquellos a quienes el destino, la formación, la vocación o tan sólo la suerte (mejor o peor, según el caso) han colocado al frente de la atención médica, de los hospitales, etcétera, en las innumerables guerras y catástrofes que ha padecido la humanidad, han cargado sobre sus espaldas el terrible peso de enfrentar y asumir la muerte, las mutilaciones, las heridas, las consecuencias atroces que muy a menudo dejan las epidemias y (siempre) las guerras. Esas circunstancias tan delicadas, tan humanamente al límite, al extremo, han colocado y -con toda seguridad- pondrán a los encargados de curar ante la disyuntiva de una elección.
Ahora bien, esa elección no es una “selección” entre los más aptos, los más fuertes o, simplemente, los “mejores”. Ése era el núcleo de cierta medicina, pseudocientífica, de corte “social-darwinista” que tuvo su momento de supuesta gloria desde los comienzos del Tercer Reich hasta la caída definitiva del régimen hitleriano. Su punto de partida lo constituyó la esterilización de los “débiles” mentales, alcohólicos, discapacitados, etcétera, todos ellos englobados en la categoría atrozmente inhumana de personas cuyas vidas no son dignas de ser vividas. Es decir, aquellas personas cuyas existencias no tenían ningún valor para la “comunidad del pueblo” alemán. A ellas se agregaron poco después los denominados “indeseables” que, entre varias categorías de seres prácticamente no humanos, incluía a los delincuentes (de todo tipo) y homosexuales, entre otros.
Desde el comienzo de la guerra, los “científicos” al servicio de raza (aria, por cierto), fueron alcanzando el paroxismo absoluto al contar con carta blanca y centenares de miles, millones, de “conejillos de Indias” para todos los supuestos experimentos que con anterioridad la ética y la moral les impedían realizar. Contaban con los prisioneros de los campos de concentración a quienes se privaba de voz, de existencia, de humanidad, sometiéndolos a todo tipo de atrocidades en aras de la ciencia.
Esa “selección” criminal, deshumanizante, destructiva, atroz y salvaje no admite comparaciones. Pero tampoco podemos permitir que, con liviandad irresponsable, se quiera tan sólo “sugerir” que en la actual pandemia, los médicos y el personal de los hospitales estén “eligiendo” alegre y criminalmente a qué paciente salvarle la vida o permitirle el acceso a la respiración mecánica o asistida. En una palabra, jugar a ser Dios y definir quién vive y quién muere.
Los planes de eugenesia, esterilización, experimentación, eutanasia y el asesinato sin más de millones de seres humanos, son parte un pasado que no debe olvidarse. La criminalidad y la total falta de ética de estas actividades no reconocen antecedentes y será muy difícil igualarlas, pero por esa misma razón no puede tolerarse que por ambiciones políticas (por no denominarlas “baja” o “sucia” política) se pretenda colocar al personal sanitario a las puertas de ese infierno que se instauró en la tierra entre los años 1933 y 1945. Sólo pensarlo es monstruoso.
Siempre ante la enorme magnitud de determinadas calamidades se ha aceptado (con dolor, con mucho sufrimiento) que no podrá salvarse a la totalidad de los enfermos, heridos, etcétera. Habrá –desgraciadamente- un número de casos que por diversas razones o circunstancias no podrán superar la experiencia y se convertirán en fallecimientos; en muertos, no en números parte de una estadística fría y manipulable y serán los médicos y enfermeros los primeros que lamentarán no haber podido impedir ese desenlace.
Las normas internacionales en materia de salud y aún el que –a duras penas- podríamos denominar “derecho” de la guerra han terminado por aceptar la imposibilidad material, moral y humana de salvar todas las vidas ante una catástrofe sanitaria, natural o bélica. Y estamos seguros de que ese plexo normativo no “tranquiliza” a los encargados de salvar nuestras vidas, porque confiamos en que su gran vocación es permitirnos seguir en este mundo y de la mejor manera posible. Ese derecho pretende simplemente establecer ciertos límites, aceptar la posibilidad de que la inmensidad de una tragedia impide enfrentarla con totalidad y, finalmente, tratar de impedir la criminalización del acto médico responsable y humanitario.
No debemos confundir las manipulaciones políticas, las mezquindades y miserias que suelen aparecer en estos momentos de gran incertidumbre, que buscan manipular nuestras conciencias y desviarlas del verdadero epicentro de la cuestión que la Humanidad está viviendo, padeciendo y atravesando.
No podemos buscar culpables de esta pandemia porque, si llevamos al extremo esa búsqueda sin sentido, el covid-19 dejará su lugar a una guerra entre nosotros o a episodios de una caza de brujas a escala global. Las únicas herramientas que –tal vez- nos permitirán superar este nuevo dilema al que se enfrenta el ser humano son la solidaridad, la unidad de la especie y el abandono del egoísmo extremo que asola el mundo entero.
Sólo así, aunque no será sencillo, podremos salir airosos de esta nueva “prueba” a la que el ser humano se enfrenta. Pero, a no dudarlo, la superación de este desafío dependerá, en gran medida, de nuestros médicos, enfermeros y de todos aquellos que en todos los confines de la Tierra plantan cara al enemigo invisible y están ajenos a las manipulaciones más mezquinas y repugnantes que muchos pretenden atribuirles.
Excelente comentario. Me adhiero a cada uno de sus conceptos.