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Ante el fracaso del modelo actual, unidad y acuerdo nacional

Por Luis A. Esterlizi* - Exclusivo para Comercio y Justicia
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 Por Luis Esterlizi
Vicepresidente 2do. Foro Productivo de la Zona Norte

Los argentinos estamos viviendo la complejidad de una crisis que tal vez nos impide leer con total claridad el texto completo de su despliegue ya que, por su abarcamiento integral, ha destrozado en casi todos los niveles y sectores de la sociedad, los sueños de realización trascendente. Y ello significa que es fundamental que la sociedad en su conjunto comprenda que es insoslayable recuperar su unidad frente a la imperiosa necesidad de superar definitivamente el ciclo de las confrontaciones, desencuentros y pérdida de esfuerzos y sacrificios producto de las banalidades de una clase dirigente que con sus fallidas promesas, incumplieron sus mandatos.
Es bien cierto que cada argentino o sector proyectamos sueños y realizaciones de diferente dimensión e intensidad y que cada uno le pone el empeño, los esfuerzos y la perseverancia que puede y está predispuesto a poner. Pero cuando aun así no los concretamos, nos damos cuenta de que existen otros factores -ajenos a nuestros deseos– que impiden los propósitos perseguidos. Recuperar nuestra unidad como sociedad organizada y establecer las bases de un acuerdo entre los distintos sectores en que estamos organizados, son razones más que primordiales que deben primar para terminar definitivamente con las políticas erráticas, que sumadas a nuestra falta de responsabilidad social constituyen hoy fallas sistémicas que nos alejan de la integración social en la construcción del destino común que nos corresponde.
Pero, evidentemente, encarar la realización de tales propósitos en el medio de la expansión de una profunda crisis nos impone además la necesidad insoslayable de recuperar valores y virtudes perdidos y encontrar las razones primordiales de nuestra unidad, identificando a una misma sociedad de origen y destino.

Por ello, cuando hablamos del orden nacional, es crucial recordar que la sociedad en su conjunto supo revalorizar la importancia de su unidad, en función de un objetivo superior y una esperanzada expectativa, cuando en 1983 pudimos –entre todos- sellar definitivamente el funesto proceso de los golpes de Estado e iniciar una vida en democracia.
Por aquel entonces creímos haber superado los problemas políticos, económicos y sociales que nos habían dejado dichos gobiernos elitistas, autoritarios y extremadamente violentos como el que acabábamos de enterrar para siempre en el pasado.
Durante 35 años, esas expectativas –lamentablemente- fueron demolidas una y otra vez, convirtiéndolas en frustraciones, en menoscabo de la dignidad social, en la desidia y desparpajo de los que les resbala la impudicia y, por sobre todas las cosas, la corrupción y malignidad de aquellos que apostaron a la creación de profundas grietas detrás de la promoción de concepciones extremas y arcaicas, que socavaron la unidad y frustraron la posibilidad de arribar a las coincidencias estructurales, que tanto necesita Argentina.
Hoy, la falta de confianza perfora la legitimidad de este modelo de gobernanza al tiempo en que la enorme carga de problemas estructurales irresueltos se cierne como una terrible amenaza sobre el futuro inmediato que para resolverlo dignamente con éxito y en solidaridad, nos vuelve a exigir la unidad del pueblo y un acuerdo político, económico y social trascendente. Es cuando deben emerger los dirigentes y las instituciones, tanto públicas como privadas que integradas al servicio del país y de todos los argentinos, se conviertan en instrumentos imprescindibles en la construcción de un pueblo organizado, activo y consciente de su enorme responsabilidad.

Democracia con protagonismo social
Pero es menester reconocer que todos -de alguna manera y sin quererlo- fuimos consecuentes con la construcción de esta realidad inexplicable que nos abruma, sobre todo cuando comprobamos que con solo ir y depositar nuestro voto, no fue definitorio para producir las políticas públicas que necesitamos, sobre todo ante las maniobras de quienes se creen con el poder suficiente para decidir por todos los argentinos el presente y futuro que nos corresponde.
Hoy reconocemos que deberíamos haber seguido profundizando nuestra participación y no sólo conformarnos con haber cumplido con nuestra obligación cívica, sino también haber asumido la decisión de cumplir con la cuota de responsabilidad social que nos corresponde a cada uno y a cada institución, en la toma de decisiones y en la implementación de las políticas de Estado. Es que una democracia en la cual el modelo se debe legitimar con la participación abierta y permanente del pueblo, no sólo debería ser mediante los partidos políticos sino también por intermedio de todas las entidades intermedias sean gremiales, empresarias, comerciales, profesionales, sociales, etcétera, etcétera, coadyuvando con sus aportes y proyectos a la resolución no solo de los problemas estructurales sino también en la elaboración de un proyecto estratégico, que habilite permanentemente el acompañamiento y los aportes de las nuevas generaciones. Por ese motivo resulta fundamental que tanto dirigentes como instituciones se pongan a la altura de las circunstancias y actúen bajo el prestigio que les da la ética, la moral y el compromiso social que tanto necesita el país.

La economía, la política y un desafío universal
La economía debe romper con el cerco perverso controlado por la especulación financiera y retomar el servicio a favor de las políticas públicas que nos lleven al círculo digno y virtuoso del trabajo, la producción, la educación, el despliegue de la investigación científica y tecnológica como así también la ejecución de infraestructuras y provisión de servicios y recursos que también son fundamentales por formar parte del proceso de evolución social que se necesita para poner de pie al país.
Cuando avancemos conscientemente con el proceso de integración mundial, deberemos resolver el dilema que se nos presenta frente al denominado, primer mundo que ha logrado una evolución tecnológica casi imposible de alcanzar. Argentina cuenta con enormes recursos naturales y aportes de científicos, profesionales, empresarios, trabajadores, universidades y centro de formación técnica que solo necesitan la decisión de gobernantes y de la propia sociedad organizada para encolumnarnos detrás de dicho desafío.
Ello debe llevar implícita la posibilidad de equilibrar los esfuerzos y los recursos avanzando en dicho desarrollo tecnológico sin que ello signifique el simple trámite de pensar que la robotización solucionará todos nuestros males, que aunque sea perfectamente entendible en la ejecución de trabajos seriados, también nos pesa –al mismo tiempo- la necesidad de restituirle al hombre y a la mujer argentinos, la dignidad que significa esencialmente sentirse útiles al pueblo y al país al que pertenecen.

Resolver esta cuestión es volver a revalorizar la política no sólo como un mecanismo institucional que se resuelve con la sola conformación de los partidos y los procesos electorales, sino esencialmente con la participación responsable de una sociedad organizada, para que, mediante los sectores que la integran, sean capaces de poner en marcha la instancia superadora que significa que el pueblo sea artífice del destino común que le corresponde.
Y eso también forma parte del desafío que tenemos por delante sobre todo cuando el esfuerzo, el capital y los ahorros de la sociedad se convierten en legítimas inversiones para fortalecer e incrementar los factores apuntados como así también para poder integrarnos a un nuevo mundo que necesita no solo de soportes materiales y técnicos, sino también de un conjunto de ideas, de valores y concepciones filosóficas sabiendo que -hoy más que nunca– ningún pueblo o Estado podrá realizarse digna e integralmente si no nos realizamos en conjunto bajo el predominio de la ética, la moral y el compromiso universal.

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