ESCUCHARLa misión fue alfabetizar e integrar una población diversa en su conformación, con nativos, colonizadores e inmigrantes
Por Alicia Migliore (*)
D esde que llegaron y hasta 1884, los maestros del “loco Sarmiento” organizaron, administraron y pusieron en funcionamiento 18 escuelas normales en todo el país, cifra que creció hasta 34 establecimientos en los cinco años siguientes. Ponemos el colectivo masculino porque en el contingente que arribó hubo dos maestros varones, George y Williams Stearns. Si limitáramos la alusión a las maestras, los ocultaríamos incurriendo en el reiterado error de la historia antropocéntrica y patriarcal, que invisibiliza a las mujeres.
Esos establecimientos, ubicados en las capitales de 14 provincias y en puntos estratégicos por lo alejados de centros poblacionales importantes en servicios y comunicaciones, fueron el surco donde germinaron miles de maestros, con predominio de mujeres en sus egresados.
Desde allí salieron a alfabetizar e integrar una población diversa en su conformación, con nativos, colonizadores e inmigrantes. Costumbres, lenguas y culturas que se articulaban en la construcción de un destino común.
Cuando se investiga esta historia, es imposible no conmoverse al conocer los avatares que enfrentaron todos los inmigrantes que llegaron a nuestro país en aquellos años, con idiomas y culturas diferentes.
La tecnología nos ofrece, gracias a la visión de la biblioteca del maestro, la digitalización de la Revista El Monitor de la Educación. Es posible leer allí la descripción que ofrece “nuestra” Jennie Howard en el artículo La obra de las maestras norteamericanas, con el que pretende un justo homenaje a esa epopeya. (www.bnm.me.gov.ar/giga1/monitor/monitor/701.pdf).
Su testimonio, casi medio siglo después de arribo de Jennie, es de tan grande honestidad que basta con citar algunos de sus párrafos para asomar a la dimensión de tan ciclópea tarea.
En el último capítulo de su libro En distantes climas y otros años, Jennie recuerda: “El 16 de agosto de 1871, George Stearns abrió la primera Escuela de Paraná. Al comienzo recibió solo varones pero poco después admitió alumnos de ambos sexos. Las escuelas mixtas eran miradas con poco favor, al principio, en la mayoría de las localidades, y, en general, nunca gozaban de popularidad. Cuatro maestras fueron destinadas a colaborar: Wade, Mary Conway, Miss Strong, Kimball. Luego de su renuncia, continúa la obra José M. Torres, educador español que compartía las progresistas ideas en materia de educación; el curso normal fue extendido a cinco años y en 1877 se lo convirtió en escuela superior cuyo fin era preparar profesores para la enseñanza. Torres fundó un kindergarten anexo a la escuela y creó un curso de instrucción en métodos de kindergarten, confiando la dirección a Sarah Chamberlain de Eccleston (la conocida como ‘abuela de los Jardines de Infantes’ a quienes sus discípulos erigieron un monumento a su muerte en Buenos Aires)”.
Continúa Jennie: “Se organizó también una escuela normal en Tucumán en 1872, dirigida por Williams Stearns (hermano de George); con él colaboraron Miss Wade y Mary Conway. En 1878, en Mendoza, Miss Boyd, Miss Cook, y Amy Wale pusieron en marcha la escuela normal.(…) En la ciudad de Catamarca, al pie de Los Andes se fundó una escuela normal en 1878 con directora y regente norteamericanas Clara Armstrong y Arvilla Cross. El enérgico espíritu de la primera directora y de sus colaboradoras –que fueron siete durante los primeros diez años- no se intimidó por el viaje hasta esa región, tan lejana de los centros de la República”.
Según recuerda Jennie, en aquellos tiempos no existían ferrocarriles y “leguas más leguas de llanura polvorienta y desierta” debían ser recorridas en diligencia, con los consiguientes riesgos e incomodidades.
“En el año 1879 inician la escuela normal en San Juan Miss Graham con la regencia de Clara Gillies. En el mismo año se funda en Rosario la Escuela Normal, bajo la dirección de Alcinda Morrow, Vicedirección de Clara Gilles, Regencias de Mary Youmans, Antonette Choate y Miss Gross. En 1883 es el turno de Corrientes, con la dirección de Edith W. Howe, vicedirectora Jennie Howard. En 1883, en la ciudad de Córdoba Frances Armstrong directora, con las vicedirectoras Frances Wall y Jennie Howard en su reemplazo. En el mismo prolífico año de 1883 inicia en Esquina (Corrientes) la Escuela Normal dirigida por Edith Howe, vicedirectora Cora Hill. Siguen los logros del año, iniciando actividades en Concepción del Uruguay con la conducción de Isabel King y su hermana Rachel King. El año siguiente, 1884, se inician actividades en Jujuy con la dirección de Miss Stevens, y Miss Gay como vicedirectora; en La Rioja, corresponderá organizar la escuela a Miss Strong, Miss Anette Emily Haven, Bernice Avery, Mrs. Hodges. En 1887 inicia actividades la Escuela normal de Goya con la dirección de Isabel King y su hermana Rachel King. En el mismo año de 1887, en La Plata Miss Graham, con Mrs. Dudley. En 1888 corresponde iniciar tareas a la Escuela Normal de San Nicolás de los Arroyos, dirige Frances Armstrong con Jennie Howard como vicedirectora. En ese año también inicia actividades las escuela de Mercedes, con Miss Howe; en Buenos Aires el Kindergarten con Sara Eccleston”
Se disculpa la dedicada Jennie, con sus largos 80 años por los errores y omisiones de estas memorias de escuelas y profesores cuando manifiesta que la lista era la más completa que había sido posible formular acudiendo a archivos, sin saber que ese olvido que ella atisbó en 1931 sería profundizado en el tiempo, con exquisitas excepciones dignas de destacar.
Esta reseña aparece despojada y fría: una larga nómina de nombres de difícil pronunciación y un recorrido por toda la geografía de la Nación de ese final de siglo XIX. Tenemos bastante más que todo eso, y tenemos la deuda con los que rescataron parte de estas historias escondidas, que tienen una dosis de amor trascendente y rescataremos someramente para sorprendernos con mágicos hallazgos.
Sin lugar a dudas estos hechiceros, brujos del saber, encendieron embrujos que multiplicaron sus efectos y permanecen hasta nuestros días. Las escuelas, normales, laicas, confesionales, públicas o privadas, brotaron en distintas latitudes y nos dieron la oportunidad de construir un destino común como sociedad y un desarrollo absoluto como individuos a todas las personas que pudimos acceder a ellas.
La lectura que nos permitió recorrer el centro de la tierra con Verne, llorar la guerra de secesión con May Alcott o bailar hasta el éxtasis con Isadora. La escritura que posibilitó escribir reclamos, panfletos, gacetillas, leyes, decretos, poesías, cartas de amor o de demanda de trabajo, denuncias, ruegos y oraciones. La aritmética, largo recorrido de lágrimas que condujo al pensamiento concreto, a la administración de recursos en la economía del hogar, o en la receta de cocina, la que nos hizo conocer el valor de nuestro trabajo, la justicia o injusticia de la paga. El arte, que nos impulsó a soñar, a buscar nuevas expresiones, a abrir nuestra mente y nuestro corazón.
En la consulta de material se encuentran numerosas críticas a la educación; se extrapolan conceptos, defenestran educadores, con la liviandad y la soberbia de quien sí fue educado.
En estos tiempos donde viejas amenazas se agigantan, como enfermedades que creímos erradicadas o analfabetismo o ignorancias excluyentes que ya no tienen justificación posible, deberíamos convocarnos para emular aquella gesta educativa, que hechizó a alumnos y a maestros, que abrazaron esta tierra, decidiendo que sus restos reposaran bajo este cielo por siempre.
“Convertir a la Nación en una gran escuela”. Ésa fue la consigna que motivaba entonces. Después de un siglo, esa consigna tiene vigencia plena.
(*) Abogada-ensayista. Autora de los libros Ser mujer en política (2014) y Mujeres reales (2018)
