jueves 14, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Matar a la Amazonia

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Más de 25 días de incendios, con irreversible daño ambiental. En lo que va de 2019 hubo 72.843 focos detectados y un aumento de 83% respecto al mismo período en 2018

Por José Emilio Ortega y Santiago Espósito (Docentes UNC)

La Amazonia, esencial en el pensamiento geopolítico brasileño, representa 63% de su superficie. Cruzando Sudamérica entre el Pacífico y el Atlántico, se extiende por 8 millones de kilómetros cuadrados incluyendo, además de Brasil, a Colombia, Ecuador, Perú, Guyana, Guyana Francesa, Surinam y Venezuela. Aporta cerca de 20% del agua dulce del planeta y nutre a un ecosistema de invaluable biodiversidad -10% de las especies de flora y fauna del mundo-.
El cauce principal del río Amazonas, con sus 7 mil kilómetros, es la vertebra la red fluvial navegable más extensa de la Tierra (50 mil km) y en él desembocan más de mil ríos, de distintas magnitudes. Los recursos hídricos del Amazonas son fundamentales para aportar 81% de la energía hidroeléctrica que consume Brasil, ya que 68% de la cuenca se encuentra en su territorio. Concentra 34% de los bosques primarios del planeta, fundamental para la captación del carbono.

Marcha hacia el oeste
Getulio Vargas presentó la Amazonia -década de 1930-, como un espacio que abriría nuevas posibilidades económicas y sociales.
La llamada “Marcha hacia el oeste” funcionó como una política de poblamiento, pero procuraba el control efectivo del territorio y la seguridad de las fronteras. En los años 50, la creación de Brasilia, promovida por Juscelino Kubitschek, presentó la vocación de liderazgo regional brasileña.
En el decenio siguiente, la dictadura militar profundizó el modelo de expansión: invirtió en infraestructura física y financió grandes proyectos de ganadería, agricultura, o la construcción de hidroeléctricas.
La década del 80 trajo aparejados compromisos de responsabilidad ambiental, a partir de la Conferencia de Estocolmo, organizada por Naciones Unidas, en 1972. Bajo este marco, Brasil firmó el Tratado de la Cooperación Amazónica (TCA) en 1978.

Por otra parte, entre la doble consideración de la Amazonia por su importancia ambiental y como zona estratégica de seguridad, se implementaron diferentes políticas de control y defensa territorial desde los años ochenta, con resultados ambiguos. Aunque en los años 90 las críticas sobre el tratamiento de las cuestiones ambientales en la Amazonia elevaron su tono.
A su vez, se reflotaba una idea de la premier británica Margaret Thatcher de que se vendiera parte del territorio amazónico para pagar la deuda externa de las aquejadas naciones sudamericanas. Ante ello, Brasil tomó una posición activa como sede de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente de 1992, en la que se profundizó una idea de enfoque global para el abordaje ambiental, sobre los postulados del informe Brundtland (1987).
Posteriormente cobró fuerza en distintos foros internacionales y también en ámbitos académicos la idea de la internacionalización de la Amazonia, o por lo menos que algunas organizaciones internacionales especializadas, pudieran incidir en la administración de los recursos naturales, con fundamento en el riesgo para la humanidad que implicaría su destrucción. Por ello, Brasil impulsó la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica en 1995.

Fernando Henrique Cardoso y Lula da Silva -con matices- presentaron la Amazonia como una prioridad nacional e intensificaron las acciones conjuntas entre Brasil y los países vecinos.
Dilma Roussef -hasta su destitución- procuró continuidad; pero Michel Temer, bajo una ola privatizadora, dio un giro drástico al disminuir las áreas de protección selvática y abrir la Amazonia al capital privado para que pudiera investigar y explotar sus recursos minerales.

Amazonia en llamas
Jair Bolsonaro decretó el estado de emergencia por los incendios forestales. Más de 25 días de incendios, con irreversible daño ambiental. En lo que va de 2019 hubo 72.843 focos detectados y un aumento de 83% respecto al mismo período en 2018.
Las políticas de Bolsonaro -quien históricamente planteó como “insoportable” que Brasil tuviese más de la mitad de su territorio protegido entre zonas de reserva, parques nacionales, etcétera-, abrieron la región amazónica a la agricultura y la minería: ajustó 40% el presupuesto destinado a protección ambiental y las multas por violaciones a la legislación vigente se redujeron un 20%.
Despidió al director del Instituto Nacional de Investigación y Espacio (INPE) de Brasil luego de que afirmara que la deforestación fue 88% mayor en junio en comparación con el año anterior. Eduardo Bolsonaro -hijo del presidente y diputado federal- presentó un proyecto de ley para disminuir las zonas de reserva.
En tanto, organizaciones no gubernamentales hablan de un aumento de la deforestación, para este año, de 278%.

En el plano internacional generaron críticas unánimes los incendios (que a la devastación de especies le suman muertes humanas y numerosos problemas ambientales o sanitarios) que podrían haber comenzado de forma intencional en algunos Estados -Rondonia-. A todo ello se sumó una controversia personal entre Bolsonaro y el presidente francés Emmanuel Macron.
El brasileño llegó a burlarse de la apariencia física de la esposa de su colega y éste deseó que Brasil tuviera en el futuro un presidente a la altura de las circunstancias.
En la reciente Cumbre del G7 se decidió destinar 22 millones de dólares para la Amazonia, desestimados por Brasil: “Tal vez esos recursos sean más útiles para reforestar a Europa”, expresó el jefe de gabinete brasileño.

La polémica es útil para ambos. A Macron le sienta bien como pretexto para rechazar de pleno el reciente acuerdo con el Mercosur; mientras que a Bolsonaro inocular una dosis de nacionalismo y plantear actitudes neocolonialistas en un momento dramático le rinde réditos en lo interno.
Las “tres B” de Bolsonaro -“bala, biblia, buey”, por los representantes del poder militar, religioso y agrícola- son su actual sustento político. Pero la catástrofe ambiental no solo arrasará con cuantiosos elementos vitales para la sobrevivencia del planeta: exigirá un nuevo plan para el Brasil.
Se verá si este gobierno podrá asumirlo. Mientras tanto, su incapacidad está, lisa y llanamente, matando la Amazonia.

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