Por Edmundo Aníbal Heredia (*)
Hay un Sarmiento poco conocido, y en algunos aspectos hasta desconocido. Es el Sarmiento americanista. Porque Sarmiento tuvo múltiples facetas, como un diamante proveniente de San Juan convertido en brillante a lo largo de sus viajes por el mundo, tallado por sus manos hábiles de observador de culturas y civilizaciones diversas y en el que cada faceta brilla según los ojos de quien la mira, porque es un brillante de caras desiguales y hasta contradictorias.
Hay historiadores que se detienen en un momento de su vida y desde allí lo juzgan; unos lo exaltan, otros lo descalifican. La faceta poco conocida es ésta, la de un americanista. Como todos los hombres notables tuvo sus períodos y en cada uno de ellos sus cambios. Será porque viajó mucho, porque conoció tantos lugares y países y en cada uno de ellos fue descubriendo algo que lo inquietó y lo motivó.
Sarmiento fue designado por el presidente Mitre ministro plenipotenciario en Estados Unidos, dicen que para sacárselo de encima. Habían pasado veinte años del Facundo y ya no era el mismo de entonces.
De San Juan dejó la gobernación para cruzar una vez más la cordillera, donde había dejado asentado que “las ideas no se matan”, y pasó una vez más a Chile, donde años atrás y con el casco de minero aprendió a decir malas palabras.
Se detuvo luego en Lima alrededor de seis meses para disgusto de su presidente, y allí adquiriría una experiencia que le haría decir poco después -a manera de confesión- que reconocía que en América no sólo hubo una civilización notable sino varias.
Tan profundo fue el impacto que Estados Unidos causó entonces en su pensamiento que su biografía bien podría dividirse tomando como hito este viaje, con la superación de la disyuntiva entre civilización y barbarie, que era el correlato Europa-América. Su experiencia en Estados Unidos le hizo pensar que la dicotomía era entre Norte y Sur, no como una cuestión de naturaleza intercontinental.
En la primera etapa de su viaje, en Chile, tomó contacto con la difícil situación del continente -revelado en su correspondencia-, preocupado por la instalación de la monarquía de Maximiliano en México bajo la tutela de Francia, y de Santo Domingo entregado a España; era un claro signo de retorno al imperialismo europeo. Mayor fue su reacción cuando al llegar al Perú se encontró con que una expedición española se había posesionado de islas guaneras peruanas, cuando el guano de los cormoranes era producto raro y valioso para el mundo por sus virtudes fertilizantes; allí participó en el Congreso Americano y se asoció al repudio por la intromisión.
Comprobó además que en las naciones americanas la opinión se volcaba masivamente a favor del Paraguay en la Guerra de la Triple Alianza, entonces desatada. Definitivamente introducido en el mundo americano, se planteó varios interrogantes sobre su misión diplomática, que no encontrarían eco en su presidente, embarcado en aquella guerra regional, totalmente volcado a privilegiar las relaciones con Europa, e inclinado a desentenderse de este rebrote imperialista.
De los numerosos estudios realizados por autores argentinos y extranjeros sobre su cautivante personalidad y su gigantesca actividad no son pocos los dedicados a su etapa norteamericana. Escasas son, sin embargo, la referencias que pueden obtenerse sobre la revista Ambas Américas, que fundó y dirigió en Nueva York. Su mayor biógrafo norteamericano, Allison Williams Bunkley (Vida de Sarmiento), quien dedicó una atención especial a la permanencia del sanjuanino en ese país, sólo dice que fundó una revista, y nada más.
Otro historiador norteamericano, Percy Alfin Martin (“Sarmiento y los Estados Unidos”), quien se ocupó de Sarmiento con igual objetivo, hace también tan sólo ligeras referencias a la revista. Joseph Barager (Sarmiento y los Estados Unidos) ni la menciona. Es probable que ella no dejara huellas allí y que en sus repositorios documentales no haya ejemplares.
Autores argentinos, como Edmundo Correas (Sarmiento y los Estados Unidos) y Ezequiel Martínez Estrada (otra vez Sarmiento y los Estados Unidos), sólo aportan escuetas menciones. Esto podría explicarse en que en Argentina se conoce solamente una colección de la revista, que está en la Hemeroteca del Archivo General de la Nación.
Con esta publicación, ya el título anuncia una intención bastante explícita: Ambas Américas. Es decir dos Américas, la del Norte y la del Sur, aunque interrelacionadas -que es el estricto significado de la palabra ambas-, notable síntesis en una sola palabra. Por entonces comenzaba a usarse el término América Latina como oposición al de América Anglosajona, para distinguir una y otra América.
El subtítulo “Revista de Educación, Bibliografía y Agricultura” era también una síntesis perfecta de su objetivo: la educación como base sustancial para el desarrollo de su América del Sur; la bibliografía como herramienta fundamental para alcanzar esa educación y la agricultura como medio para formar hábitos de trabajo, de apego a la tierra y a la propiedad.
En efecto, Sarmiento estaba convencido de que la grandeza y la madurez de los pueblos no se conseguirían sino con la educación, con la habilitación y capacitación de los ciudadanos en el desempeño de las labores que debían propender al desarrollo material de la nación. En síntesis, educación mediante el libro para formar pueblos agricultores era la concepción sarmientina del destino de esta parte del mundo. Se formarían así individuos honestos, laboriosos, de hábitos sanos y mente clara. En fin, se trataba de logar la civilización y desterrar la barbarie.
Aparecieron cuatro números, editados en Nueva York en 1867 y 1868, y debe entenderse que el regreso de Sarmiento para ocupar la Presidencia de la Nación fue la causa de su extinción. Estaba destinada a todos los pueblos de habla española con el propósito concreto de que ellos entraran en comunicación por medio de la revista, para lo cual se ocupó de distribuirla en esas naciones, requiriendo opiniones autorizadas sobre la materia a partir de informes sobre el estado de la educación en cada uno de estos países. Las repuestas llegaron con cierta abundancia, lo que probó la pertinencia de la propuesta. El requerimiento lo expresó en el primer número y las respuestas positivas lo estimularon a continuar con la publicación. Le llegaron suscripciones de México, Colombia, Venezuela, Chile. Opiniones e informes de personas autorizadas llegaron desde Annápolis, Tucumán, Córdoba, Buenos Aires, Cambridge, Caracas, Santiago de Chile, Lima, Mendoza, San Juan, París, Chivilcoy…, todo un mosaico heterogéneo.
La correspondencia recibida y transcripta se refería a planes, situación, problemas y soluciones para la educación, formación técnica, cultura. Secciones como Escuelas en Suramérica, Bibliografía, Agricultor americano, Legislación e instituciones, Bibliotecas populares, Edificios de escuelas e Instrumentos de agricultura son indicativas de su contenido.
Un recuadro merece su artículo, en el segundo número -a tres años de la finalización de la guerra abolicionista- en que señala que las escuelas para negros en Estados Unidos eran superiores a las escuelas para blancos en la América del Sur.
Una definición concluyente de Sarmiento, incluida en el tercer número, puede servir aquí como colofón: “En la América del Sur, pasado el fervor de la Independencia, ningún movimiento aparece que indique un propósito claro que imprima actividad a la mente, si no es el sentimiento de la Independencia misma obrando después de obtenida la de España, en el vacío, y propendiendo a desagregarse los pueblos y constituir Estaditos de poca o ninguna importancia, pero independientes.”
Pero el mayor mérito de la revista consiste en que fue el primer ensayo en América Latina que procuró reunir información y debatir sobre el estado de la educación en sus países, con el propósito de perfeccionarla.
(*) Doctor en Historia. Miembro de Número de la Junta Provincial de Historia de Córdoba