Por Silverio E. Escudero
Estábamos en mora. Debíamos las impresiones que impone la hora histórica que transitamos.
Para cumplimentar ese objetivo se realizo un intenso trabajo de archivo. Se logró reunir casi 90 por ciento de las alocuciones, mensajes y conferencias de prensa del Presidente de los argentinos. Pretendíamos encontrar definiciones a las que nos tienen acostumbrados los hombres de Estado; las líneas directrices del pensamiento de un hombre que pretende ser fundador de la Nueva Argentina.
Confieso que la planilla Excel en la que pretendía anotar sus ideas fuerza, las ideas rectoras de su pensamiento quedó desierta. No encontré –quizá por mi torpeza- algo que versara sobre el futuro de la región o sobre lo que pretende hacer Argentina en el concierto de las naciones.
Los acólitos de todos los partidos que conforman la coalición gobernante, enterados de la tarea, alegaron de oreja para que desistiera. Con el rechazo de regalos y de invitaciones a cenar quedó a salvo mi independencia de criterio. Les sugerí no insistir o sonaría la hora del escarmiento.
Busqué y no encontré; por eso pregunté por la plataforma del Gobierno nacional. No está editada. Tampoco nadie pude reconocer la existencia de un discurso programático. Pretendía que esos textos sirvieran como eje de la discusión necesaria que debía sostener, sobre el momento político, con un conjunto a alumnos que pretenden ingresar al Instituto del Servicio Exterior de la Nación. El instituto fue fundado el 10 de abril de 1963 por iniciativa del canciller Carlos Muñiz, durante la presidencia de José María Guido, y fue parcialmente desguazado durante las presidencias de Néstor Kirchner y su señora esposa.
No encontré en el discurso presidencial ni el de sus ministros respuestas sobre qué entienden por “Capitalismo monopolista” o “el predominio en la vida económica de grandes empresas con acceso a vastos recursos financieros y control de una buena parte del mercado de los artículos que producen, que utilizan en los procesos de producción modernas tecnologías, y que en general son administradas por burocracias –meritocracias, según el idioma que se utiliza en los ámbitos cercanos al señor Presidente- eficientes y racionalizadoras”.
¿Dónde buscar? ¿Cómo entender, entonces, en clave argentina el análisis del capitalismo monopolista que ha sido criticado por sus consecuencias sociales? Que profundiza y consolida la desigualdad y la pobreza, la alienación en el trabajo, el aumento del autoritarismo del Estado y de las burocracias empresariales, la distorsión de la información, que alcanza desde los medios de comunicación y la publicidad hasta la educación universitaria, el deterioro de la vida urbana y de los transportes, y demás características de la llamada sociedad de consumo.
Estos yemas constituyen, con habitualidad, el meollo de la agenda del Grupo de los 20 (G20) constituido por 19 países más la Unión Europea, en el que participan como invitados España, el país que ocupa, por rotación, la presidencia de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean, por sus siglas en inglés), dos países africanos (el que preside la Unión Africana y un representante de la Nueva Alianza para el Desarrollo de África) y un país (a veces más de uno) invitado por la presidencia, por lo general de su propia región.
No encontramos respuestas en el pensamiento presidencial sobre lo que constituye parte esencial del diálogo multilateral. La dicotomía que divide a los países capitalistas del mundo entre imperialistas o centrales y países dependientes o periféricos. Temas que han sido discutidos hasta el cansancio pero que es preciso renovar con ideas y conceptos atento a las constantes variaciones al que está sometido en el escenario global.
Queríamos saber cuál es su concepto sobre nuestra condición de país dependiente; las razones por las que en vez de promover la industrialización del país optó por exportar primordialmente materias primas, concentrar sus exportaciones en pocos productos o en pocos mercados, el carecer de capacidad propia para la elaboración de tecnología, el carecer de capacidad propia para la incorporación de valor agregado, el tener bajo control extranjero una parte sustancial de las más importantes empresas industriales, el depender –exclusivamente- de los préstamos externos para equilibrar sus cuentas externas sin haber, antes, por un gesto de soberbia, mostrado el estado de las cuentas públicas y de la Nación a la hora de asumir la Presidencia de la Nación.
En medio de tamaño erial, el Gobierno nacional se equivoca a cada paso. La crisis no se soluciona con respuestas circunstanciales ni con mensajes publicitarios.
Tampoco acierta al frenar –por impericia- el desarrollo de las fuerzas productivas del país y, por ello, no estarían en condiciones de repetir el proceso de desarrollo capitalista ya transitado y que incluye a Argentina.
Por ello deberíamos incluir, al menos transitoriamente, como la característica esencial de la dependencia, el que dadas las relaciones de producción y de distribución capitalista, la tasa de crecimiento global de la economía está limitada por la tasa de crecimiento de los recursos externos –monedas extranjeras- disponibles. Temas éstos que ninguno de los partidos políticos, integrantes o no de la coalición gobernante, se atreve a tratar por miopía o limitaciones en la comprensión del fenómeno económico y político que transita nuestro país.
Cuesta ordenar los apuntes sobre el discurso presidencial. ¿Su manía por la síntesis es una decisión político-publicitaria que considera a los ciudadanos argentinos carentes en discernimiento para entender cuestiones de Estado o el convencimiento del primer mandatario y de los miembros del mejor equipo de los “últimos 50 años”? ¿Presume que los argentinos somos minusválidos y carecemos de espíritu crítico para juzgar sus actos de gobierno (curiosa percepción que emula la de los dictadores y autócratas que hemos sufrido los argentinos en los últimos 90 años)?
Volvemos a nuestra planilla Excel que contiene conceptos fundamentales de los discursos presidenciales.
Se nos había dicho en tiempos de campaña que un gobierno integrado por CEO traería en sus maletas todas las respuestas, todas las soluciones. La realidad fue diferente.
La historia cuenta que alguna vez los argentinos fueron timados con las carpetas del tiempo social, el tiempo económico y el tiempo político de Juan Carlos Onganía, quien había derrocado al presidente Arturo Umberto Íllia. Por esa razón, esta vez, en medio de una ansiedad creciente, profundizamos las claves cuasi inexistentes en la palabra presidencial.
Nada dice sobre la aparición de nuevos bienes introducidos primero en los mercados de los países centrales que tienen coeficientes de importación altos. Tampoco las razones por las que –como política de Estado- se obstruye el proceso de sustitución de importaciones para afectar deliberadamente el siempre complejo sistema productivo argentino lacerado por vicios estructurales.
Así se torna evidente nuestro rol de país dependiente. No alcanza la actividad social ni la distribución de fotografías plenas de sonrisas.
Lo hacemos cuando se abren las fronteras, sin límites, a las exportaciones, se favorece la llegada de capitales especulativos, etcétera. Que, al decir de un antiguo maestro, sirven “para vivir una ficción de crecimiento y felicidad y hace suponer que la tasa de desarrollo que muestra la República Argentina es real y satisfactoria y que es posible mantener a lo largo de los años”.
Tampoco se dice que las exportaciones argentinas soportan todo tipo de obstáculos a la hora de su comercialización. Es el destino de todos los países dependientes.
Crecen las barreras arancelarias y las normas para-arancelarias provenientes de los países imperialistas que, al ejercer su poder monopólico, acentúan la dependencia de las naciones más desabrigadas y desprotegidas del globo.