Por Lucas Croce *
La primera mitad del año, turbulenta para la economía y los inversores, dejó a su paso un nuevo escenario.
Aunque sólo han pasado nueve meses, lejos quedaron las elecciones de medio término ganadas con comodidad por el Gobierno. Y ni qué decir del gradualismo económico que, financiado por las benignas condiciones globales, permitía reducir el déficit en cámara lenta y mantener la confianza y las expectativas de crecimiento en altos niveles.
Pero un combo, muy complicado y nada sorpresivo, formado por ingredientes externos y propios, nos ha puesto frente a otra realidad. La Reserva Federal subió dos veces la tasa de referencia y el dólar se fortaleció contra todas las monedas del mundo, en especial respecto de las de los países emergentes.
Se inició entonces un clásico flight to quality de activos que, dispuestos a buscar horizontes menos volátiles, salieron masivamente de aquellos mercados más vulnerables, entre ellos el nuestro, que no sólo causaron fuertes pérdidas en acciones y títulos públicos sino que también precipitaron una fuerte devaluación del peso, que se cobró la cabeza del presidente y los vices del Banco Central.
Todos los problemas estructurales irresueltos de una economía que buscaba reordenarse paulatinamente después de años de descalabro macro pasaron a ocupar el primer plano. Y los capitales necesarios para financiar el proceso dejaron de ingresar y decidieron emigrar. El apoyo del Fondo Monetario y la reclasificación de las acciones argentinas por parte de MSCI como mercado emergente poco pudieron influir para que el curso de los acontecimientos fuera otro.
Al promediar julio, aunque lejos están de poder relajarse, las autoridades económicas y los mercados están tratando de dejar atrás esos meses de incertidumbre y volatilidad, de la mano de algunas incipientes mejoras. El frente cambiario parece haber reaccionado positivamente a la ingeniería financiera diseñada por su nuevo presidente, Luis Caputo, ejecutada mediante un mix de bonos, duales y en pesos, más letras en dólares (Letes), que están contribuyendo a reducir el stock de Lebac (en parte licuado por la devaluación), sin que el dinero que las abandona vaya a presionar el tipo de cambio; al que hay que agregar tasas de interés inéditamente altas, todo lo cual apunta a causar un torniquete monetario. Lograr la estabilización de la relación entre el dólar y el peso es hoy el objetivo prioritario del Gobierno, consciente del impacto que ella tiene sobre el resto de los precios de la economía y, por ende, sobre la inflación.
Los instrumentos de renta fija y variable han insinuado en lo que va del mes una tenue recuperación que, si bien no da lugar aún a ningún tipo de euforia, puede estar marcando el fin de la tendencia bajista del primer semestre del año.
Los próximos meses no estarán exentos de riesgos. A los múltiples desafíos locales, tendremos que agregar aquellos provenientes del panorama global, como la peligrosa guerra comercial desatada por Donald Trump, presidente de Estados Unidos, principalmente contra China, pero recientemente extendida a la Unión Europea y Canadá, que viene a sumarse a los temores que seguirán generando las altas tasas y el dólar fuerte en Estados Unidos.
En este contexto, los inversores deberían tratar de aprovechar, no sin cautela, siempre diversificando y protegiendo las posiciones de su cartera, las oportunidades que los mercados hoy ofrecen. Entre ellas debemos destacar los rendimientos de los títulos dolarizados de los tramos corto y medio de la curva, la tasa real positiva de la Lebac, que supera con holgura la inflación proyectada; y para aquellos más pacientes y tolerantes al riesgo, acciones del Merval cuya corrección las ha dejado en valores muy atractivos de largo plazo.
* Asesor financiero de DLC Asesores Financieros y agente productor CNV