Mucho de su historia personal se relaciona con ese examen… 33 años después de abandonar la carrera
Por Luis R. Carranza Torres
Julio José Iglesias de la Cueva, más conocido sólo como Julio Iglesias, ha dejado, para bien o para mal, entonada -o no tanto- su huella en la música de las últimas décadas del siglo XX y primera del siglo XXI. Como suele suceder, casi nadie habló bien de cómo cantaba, pero eso no le impidió ser la persona que más discos en más idiomas ha vendido a la fecha en la historia de la música: la friolera de 267 millones.
Para quienes no cargan tantos calendarios en su haber, aclaremos que se trata del padre del también cantante Enrique Iglesias.
Se sabe que en su juventud fue arquero en el equipo juvenil B del Real Madrid. También es más o menos conocido que un accidente de auto, en 1962, lo dejó por largo tiempo en el hospital y que fue allí donde comenzó a despuntar el vicio del canto.
Lo que no se conoce tanto es que por ese tiempo, entre atajada y atajada, cursaba la licenciatura en Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, a la que había ingresado con sólo 17 años. Y que el mismo accidente que lo alejó del fútbol y lo acercó a la música, fue también el que le hizo dejar la carrera cuando le faltaba sólo una materia para obtener su título: derecho internacional privado.
El accidente lo dejó con una compresión medular por la cual por mucho tiempo se dudó si volvería a caminar y, cuando finalmente volvió a hacerlo, por tres años más, hasta 1965, tuvo que usar bastones.
También por entonces, merced a una guitarra regalada mientras convalecía en el hospital, la música se cruzó por su camino. El resto es historia conocida.
Julio dejó atrás el accidente en casi todo, salvo por esa materia de derecho.
En junio de 2001, la Universidad Complutense de Madrid resolvió aprobarle la única asignatura que le quedaba para obtener el título de abogado, merced a un particular procedimiento administrativo: un tribunal de compensación. En casos como el suyo, si lo que faltaba era sólo una materia por aprobar, la nueva reglamentación aprobada en ese año autorizaba a rematricularse para rendirla aunque ya haya pasado el tiempo, previa autorización de un tribunal que valore los antecedentes académicos del solicitante. Precisamente, eso fue lo que hizo Julio.
La casa de estudios se avino al pedido. En virtud de su fama, hubo que examinarlo con discreción para que el campus no fuera asaltado por sus múltiples admiradoras. Pero, aun manteniendo en reserva, no se libró el cantante, ni a la ida ni a la vuelta, de cuantas firmas de autógrafos y hasta de tener que fotografiarse con la gente de bedelía.
El examen se hizo en la primera planta de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, en el Departamento de Derecho Internacional. Dos catedráticos de la asignatura y el decano constituyeron el tribunal.
Se trataba, el alumno rematriculado, de alguien bastante distinto del joven atildado, frecuentemente vestido con camisa blanca, corbata gris y chaqueta azul, que más de tres décadas antes había sido estudiante promedio, que sólo sobresalía en el éxito con las chicas que eran sus compañeras de estudios.
Él mismo le contaría al diario “El Mundo” su rendida: “Fue una escena austera, que nadie piense que llegué y le di dos besos o un abrazo al profesor. Ni nos tuteamos. En todo momento me pareció que allí se estaba haciendo un examen de verdad. Un examen atípico, desde luego. Examinarse a los 57 años de una asignatura practicada a lo largo de más de 33 no puede ser sino un examen atípico. Pero un examen de verdad. El catedrático me hizo siete u ocho preguntas muy concretas que imagino que sabía que yo sería capaz de contestar. Después de todo, yo he ejercido el Derecho Internacional Privado durante los últimos 35 años; he sido yo quien ha escrito casi todos mis contratos. Eran preguntas muy concretas de carácter muy práctico. Estuve allí hablando unos 25 minutos o media hora y, sí, conseguí el título de Derecho. Pero es un título más honorífico que otra cosa. Lógicamente, no voy a ejercer de abogado a estas alturas”.
Es así como a sus 57 años, este español estrella de la canción internacional se recibió finalmente de licenciado en leyes, sacándose de encima esa asignatura del quinto curso de la carrera que arrastraba desde hacía 33 años.
Lo había hecho por su padre, Julio Iglesias Puga, un muy famoso ginecólogo en España, jefe de la Unidad de Esterilidad, Infertilidad y de Planificación de la Clínica de Maternidad de Madrid. Le había preguntado si no le daba vergüenza no haber terminado los estudios y acabó por hacerle caso.
Aprobó la asignatura con un notable. “Me parece que no me lo merecía; han sido muy generosos conmigo”, diría Iglesias luego, al salir.
Aún más importante que el título, ese examen significó para Julio Iglesias superar la última secuela de su accidente. Por eso, al aprobar, también lo había hecho respecto de una asignatura de la vida que tenía que terminar de cerrar.