domingo 24, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

¿Es hipócrita el comportamiento argentino frente al racismo?

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 Por Silverio E. Escudero

Los argentinos hemos adoptado la xenofobia como natural, porque forma parte de nuestro componente cultural y del que hacen gala sectores nacionalistas y pseudorrevolucionarios que se suponen continuadores de la tradición gauchesca consagrada en el Martín Fierro

Resulta por momentos extraño el comportamiento histórico de los argentinos. Está plagado de ejemplos de delaciones, juicios arbitrarios y ejecuciones sumarias, clandestinas, producto de los desencuentros entre los gobiernos y sus pueblos. Ejemplos a los que debemos sumar muestras de un profundo racismo y un odio a los distintos, a nuestros vecinos latinoamericanos y a todos “los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino.”
Ése ha sido un mensaje cuasi permanente que se trasluce a lo largo de nuestra historia. En épocas recientes, algunos ministros de Economía sostuvieron la existencia de provincias inviables, provincias que había que dejar abandonadas a su suerte. Cuestión que motivó el grito razonable de sus gobernantes.
Claro está que tan gallardos defensores son los mismos que esclavizan y mantienen en la pobreza extrema, el analfabetismo y la enfermedad a miles de aborígenes integrantes de los pueblos originarios y consienten que un sinnúmero de religiones les prohíban hablar en su lengua y les exigen que abandonen sus tradiciones por conformar “un engendro diabólico”.
Cuadro que, negado por los gobiernos, conforma un delito de ejecución continua, sin prescripción, ante el cual el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) –creado mediante la ley 24515 en el año 1995- desde su fundación nada hizo para mejorar la gravísima situación por la que atraviesan los pueblos originarios. Igual responsabilidad le cabria al Ministerio Público Fiscal, en su conjunto, según la manda constitucional. No hemos podido conocer el tenor de alguna denuncia penal –de algún ignoto fiscal-  contra los gobernadores en cuyas provincias se comenten tales atropellos que, según nuestro saber y entender- son compatibles con la comisión de crímenes de lesa humanidad.
Los funcionarios llamados en consulta –que han rogado mantener reserva de su identidad- esgrimen un manual de excusas que, sin duda, debe figurar en lugar destacado en la historia mundial del cinismo. Unos y otros arguyen que son pocas las denuncias por abusos o discriminación que se reciben.
Lo que no dicen los organismos oficiales es que sus funcionarios son maestros de la disuasión; las acusaciones no llegan por temor al aparato represivo del Estado o a la pérdida de sus trabajos. Inacción que, también, favorece la remisión a la servidumbre de los trabajadores y el sometimiento sexual de las mujeres a cambio de conservar su puesto de trabajo. Racismo y xenofobia que los argentinos hemos adoptado como natural, porque forma parte de nuestro componente cultural y del que hacen gala sectores nacionalistas y pseudorrevolucionarios que se suponen continuadores de la tradición gauchesca consagrada en el Martín Fierro. Poema en el que su autor manifiesta: “A los blancos los hizo Dios; los mulatos San Pedro, y los negros los hizo el Diablo pa’ tizón del infierno.”
Razón ésta que es suficiente para rescatar, de un antiguo artículo de Ezequiel Adamovsky, un interesante párrafo que reza: “En Argentina, la jerarquía que da el dinero coincide casi perfectamente con la que da el color de la piel. Existen varios motivos históricos para esta superposición de la clase con la ‘raza’. Uno, no menor, es que las elites que en el siglo XIX organizaron el país tomaron decisiones económicas y políticas que terminaron beneficiando más a los inmigrantes europeos que ellas mismas convocaron que a los nativos de este suelo (…) El ocultamiento de la ‘negritud’ bajo el mito de la Argentina blanca fue y sigue siendo una forma de racismo implícito. Pero toda vez que ‘los negros’ se hicieron notar en la historia nacional, el racismo se manifestó de manera más explícita (…) Aunque sigamos negándonos a reconocerlo, la sociedad argentina está dividida según líneas de clase y de color de piel que existen desde hace mucho tiempo.”
Sólo basta para comprobarlo hacer una recorrida a vuela pluma sobre las figuras históricas que conforman el Panteón Nacional.
Difícilmente encontraremos una calle o una plaza que recuerde a los negros –o afrodescendientes, según la tilinguería políticamente correcta- que integraban los batallones 7 y 8 de la Infantería del Río de la Plata e integrantes del Ejército de los Andes, que murieron en las batallas de Chacabuco y Maipú, integrando la vanguardia del Ejército Libertador.
Igual agravio recibió el maestro de banda y eximio compositor Cayetano Alberto Silva -autor de música de la Marcha de San Lorenzo- al que, a la hora de su muerte, se le negó el derecho –con la complicidad del clero- de ser sepultado en el Panteón Policial del cementerio de Rosario por su condición de negro y, para mayor tragedia, uruguayo.
Largas fueron esas trágicas horas en que los deudos tuvieron que enfrentarse a la intransigencia de las autoridades policiales y la del intendente Arribillaga. Hasta que, tras complejas negociaciones, aceptaron que cuerpo ingresara en la necrópolis con la condición –pese a su estado de revista- de enterrarlo en una fosa y como NN.
El nacionalismo católico –que había perdido sus privilegios en manos de la mal estudiada y denostada generación del 80- ganó las calles sembrando muerte y terror a su paso.
No les alcanzaba con quemar y destruir escuelas, bibliotecas, clubes y salas donde anarquistas y/o socialistas montaban cuadros filodramáticos cuyos argumentos servían para denunciar las injusticias sociales.
Asesinaron así a cientos, miles de inmigrantes. Arrastraron por las calles de las ciudades más importancia del país a familias enteras de judíos, italianos, españoles, portuguesas, francesas, rusos, turcos, árabes y alemanes, en nombre de una supuesta superioridad racial argentina.
Superioridad que sólo existía en las mentes afiebradas de quienes integraron organizaciones parapoliciales y paramilitares de triste memoria como la Liga Patriótica Argentina, la Legión Cívica Argentina, Las Brigadas Blancas, la Acción Nacionalista Argentina y su hermana Afirmación por una Nueva Argentina –padres putativos de la Alianza Libertadora Nacionalista-, Frente de Fuerzas Fascistas-Unión Nacionalista Argentina –Patria-, entre cientos de organizaciones menores, cuyas tropelías avergonzarían –por ineptos- hasta los más crueles dictadores de nuestra historia.
La grieta que divide la sociedad argentina tiene esa matriz. Sus promotores abrevaron en esos estanques de odio por ser incapaces de soportar las críticas.
Ninguno de los partidos políticos tradicionales se preocupó demasiado por lo que sucedía. Subyugados se sumaron al silencio cómplice de una sociedad aterrada, temerosa de perder inexistentes privilegios, mientras dejaba que le cercenaran la libertad, habida cuenta de que está rigurosamente vigilada. Tanto, que nos hace recordar la Londres que la imaginación de George Orwell –pseudónimo que hizo famoso a Eric Arthur Blair- construyó para su novela 1984.
¿Nos acercamos, peligrosamente, a una sociedad policial donde el Estado ha conseguido el control total sobre el individuo? No existe siquiera un resquicio para la intimidad personal: el sexo es un crimen, las emociones están prohibidas, la adoración al sistema es la condición para seguir vivo.
La Policía del Pensamiento se encargará de torturar hasta la muerte a los conspiradores, aunque para ello sea necesario acusar a inocentes. “Winston y Julia, a pesar de ser miembros del Partido y sabiendo que el Gran Hermano los vigila, se rebelan contra ese poder que se ha adueñado de las conciencias de sus conciudadanos. El camino que seguirán se convertirá en un peligroso laberinto hacia un final incierto.”
En definitiva, no es cierta la pretensión de aquellos que pretenden sostener que  Argentina ocupa un lugar de avanzaba en la lucha contra la discriminación y el racismo. Tampoco dicen la verdad cuando afirman que la creación del Inadi fue una aportación trascendente a favor de la condición humana. A poco de andar, más allá de las buenas intenciones, se transformó en un organismo policíaco, en un virtual gendarme del pensamiento en Argentina, al que reportaban un ejército de “buchones” como en los tiempos de la Triple A y la dictadura militar.

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