lunes 23, diciembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Emanuel Macron entre el arte de la seducción y la cohabitación

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Por Silverio E. Escudero

Cours camarade, le vieux monde est derrière toy (*)
París, mayo de 1968

(*) Corre camarada, el viejo mundo está detrás de ti.

El viejo mundo con su carga de tragedia y muerte parece habernos alcanzado.
Francia, por segunda vez en la historia de la V República, votó en defensa propia, en defensa de los valores democráticos que alguna vez supo ofrendar a la humanidad. Votó procurando levantar una valla cuasi infranqueable para dar resguardo a una humanidad amenazada por los fantasmas revividos del nazifascismo. Espectros que se perciben a diario -alimentados por el odio, el racismo y el fanatismo religioso- en las calles de nuestras ciudades y que se expresan en el comportamiento antisocial de sus habitantes, en la constitución como factores de poder de las barras bravas, en el creciente culto a la militaría, en la civilización del tatoo y de las redes sociales, mientras proliferan cruces gamadas (Hakenkreuz), el águila imperial adoptada por el Nacional Socialista (Parteiadler), las runas Sigel, símbolo de las SS, las insignias en forma de calaveras y el número de Hitler (18), como símbolos de rebeldía de una sociedad que, al parecer, prefiere el oscurantismo y la zozobra al cinismo y procacidad de la burguesía que, en su torpeza, se supone estar llamada a la conducción de los negocios del Estado.
Esa burguesía que, mientras sueña con el boato de las monarquías y acumula títulos y honores, muestra una supina ignorancia a la hora del análisis político y económico relativa a las variables históricas. Tal como se puede patentizar -excepción hecha de Raúl Ricardo Alfonsín- en un friso donde estén representados todos los presidentes argentinos desde la recuperación de la democracia. Ignorancia que les privó de interpretar las advertencias de la historia.
La primera -retornando al caso francés- fue su fracaso militar en Indochina y la estrepitosa derrota de Dien Bien Phu junto al desastre de la retirada de Argelia.
La segunda, con su halo de mito y leyenda, fue el Mayo Francés, que le dijo a una anquilosaba burocracia política que no es posible gobernar en un clima de opresión y ocultismo, ya que, al decir Don Quijote: “La libertad (…) es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida”.

Tampoco entendieron las consecuencias de la decisión de Jean-Marie Le Pen -en 1972- de aglutinar al siempre disperso ultranacionalismo galo tras las banderas del Front National por l’Unité Française (Frente Nacional por la Unidad Francesa), comprometiéndose a potenciar “valores comunes como las raíces cristianas de Europa, la familia, la vida, la justicia social y la soberanía de los Estados” en contra de las ideas comunitarias y de la globalización -mundialización, según los franceses-.
Le Pen hizo propio el ideario del III Reich, calificando el uso de las cámaras de gases en los campos de concentración como un “mero detalle circunstancial” de la Segunda Guerra Mundial. Propiciando, además, el exterminio de los enfermos de sida por ser “un peligro para la nación porque respiran el virus por todos sus poros”. Y hasta retrocedió en el espíritu olímpico para apelar, en 1996, a “la desigualdad entre las razas”, porque es una “afrenta para los blancos europeos tener que competir con razas menores”. Para, a continuación, comparar el rezo semanal callejero de los musulmanes en territorio francés con la ocupación nazi durante la Segunda Guerra.
El cambio de liderazgo entre Jean-Marie y Marine Le Pen generó más controversias. Los autodenominados “patriotas” -designación con la que se reconocen entre sí ciertos grupúsculos de extrema derecha- avanzaron en su prédica en contra de la inmigración, el matrimonio igualitario, el aborto, la eutanasia y en lo económico la salida del euro y la adopción de una economía de tono proteccionista con una fuerte intervención del Estado.
Emanuel Macron ha sido electo presidente de Francia. Obtuvo la victoria soñada para entrar en la historia. El desafío que tiene por delante es mayor porque ganar elecciones es fácil; ahora tiene que triunfar como gobernante. Tarea compleja, por cierto.
Tiene que reconstruir las bases morales de una nación abatida por la crisis de la democracia representativa, el creciente odio hacia los partidos políticos, la animadversión por la política, el miedo a la insostenibilidad del Estado de Bienestar, el fin del empleo sin cualificación y el avance del terrorismo yihadista. Es decir, volver a enamorar a los franceses, primero, y a los europeos, después. Asegurando que el proyecto de la Europa comunitaria, de las sociedades abiertas, de la vigencia de las fronteras libres de controles, de las posibilidades de que la ciencia, la tecnología y la cooperación internacional traigan un futuro mejor.

Es posible. Pese a los agoreros de siempre que -a izquierda y a derecha- claman por una sociedad sectaria y militarizada que evite el debate de las ideas. Cuestión que se comenzará a dilucidar en las elecciones legislativas del 11 de junio, cuando sabremos si ”el niño prodigio” logra obtener su propia mayoría legislativa o deberá comenzar, de inmediato, negociaciones para conformar gobierno “con fuerzas que pueden frenar sus políticas y pretensiones reformistas”.
¿Conocemos por estas latitudes, a ciencia cierta, el programa de gobierno de Macron que tanto enamoro a “jóvenes ejecutivos, progresistas de origen urbano” que conforman el “centro” de la política francesa?
Macron está convencido de que su triunfo se fundará en la vigencia plena del federalismo europeo, es decir una Unión Europea fuerte e influyente; en la fortaleza de un euro reformado y corregido para evitar la recurrencia de sus crisis; en la apertura de las puertas de Francia y Europa a la inmigración mientras encomia a Angela Merkel, quien permitió recibir en Alemania a cerca de dos millones de refugiados musulmanes desde 2015, sin demasiados contratiempos.
Frente a la amenaza yihadista, Macron está convencido de que -a pesar de los 230 muertos en atentados terroristas durante los últimos dos años- la solución está en una Europa fuerte y unida con un servicio de inteligencia común, capaz de ubicar y neutralizar a los violentos, para así no estigmatizar a los musulmanes en nombre del secularismo.
Razón por la que no comparte la opinión del actual presidente socialista François Hollande cuando declaró que “Francia tiene un problema con el Islam”.
Soporta las críticas ratificando su convencimiento de que ninguna religión representa un problema y que el Estado Islámico no es musulmán.
A la hora de definir su posición sobre cuestiones militares y de defensa, apoya la permanencia de Francia en la OTAN, aunque cree con firmeza que Europa debería tener un “sistema de defensa autónomo” y paralelo, con un ejército “eminentemente europeo”. Anunció que ha despertado el aplauso de un sinnúmero de países de Europa del Este y de integrantes del Escudo Báltico que, agobiados por las tensiones entre Estados Unidos y Rusia, suponen que, terciando Francia, aliviarán sus gastos en armamentos y en mantener sus ejércitos en aprestos permanentes.
¿Christne Lagarde, actual directora del Fondo Monetario Internacional y antigua ministra de Economía, será llamada a ser su todopoderoso primer ministro? ¿Jean-Yves Le Drian, hasta ahora ministro de Defensa, continuará  a cargo de la seguridad del Estado a pesar de las críticas de Marine Le Pen? ¿Qué destino les aguarda a Sylvie Goulard, miembro del Comité de Economía y Asuntos Monetarios del Parlamento Europeo; a Xavier Bertrand, tres veces ministro y alcalde de Saint-Quentin; y a Valérie Pécresse, jefa del partido Los Republicanos en la región de París, que integraron el circulo áulico del presidente electo?
En la ronda de posibles sobresalen los nombres de Alexis Kohler e Ismaël Emelien, que han jugado un papel esencial como asesores durante la campaña.
Mientras Kohler será posiblemente el secretario general y jefe de personal de Macron en el Elíseo… ¿Emelien será su alter ego?

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