Por Emiliano Fessia *
Hoy Diego Hunziker cumpliría 58 años. Dentro de unos días se cumplirán 40 años de su secuestro, ocurrido cuando tenía 18 años.
Gracias al testimonio de las víctimas sobrevivientes de La Perla, sabemos que Diego -estando como detenido desaparecido en la cuadra- se enteró que su hermana Claudia, secuestrada un mes antes, había sido asesinada.
Ayer se cumplieron cuarenta años del secuestro de Daniel Burgos, cuando al atardecer llegaba a su casa de barrio Los Granados. Mañana, por la madrugada, también se cumplen cuarenta años del secuestro de Alicia Villalba, a los 24 años.
Diego, Claudia, Daniel y Alicia hoy tendrán un poco de justicia. Un poco porque, mientras no aparezcan sus restos, el delito de su desaparición continuará.
Ellos son cuatro de las más de 700 historias de víctimas del plan sistemático de exterminio llevado a cabo, entre muchos más, por los 43 imputados de la megacausa que hoy llega a su fin. Mientras tanto, las familias de otras casi 800 víctimas esperan y trabajan y luchan por nuevos juicios por el secuestro, tortura y asesinato de sus seres queridos.
Los sentidos de lo que significa la sentencia de hoy al mismo tiempo que nos atraviesan nos trascienden. Imposible abarcarlas en unas pocas líneas, imposible transmitir tantos sentimientos encontrados.
Lo que sí es cierto es que esa imperfecta creación humana que es la institución que imparte Justicia, en sus veredictos tiene el poder de establecer la verdad sobre los hechos: que los victimarios sean reconocidos como tales a partir de probar su participación en los crueles hechos que cometieron y que las víctimas sean reconocidas como tales a partir de todos las violaciones a su dignidad que sufrieron ordena las cosas. Ya nunca más nadie, con la más alta o la más baja investidura puede nombrar el genocidio como “guerra sucia”. Si lo hace no sólo miente y también se posiciona del lado de los torturadores.
Miles de personas recorren al año el Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos La Perla.
A partir de hoy podremos decir que quienes cometieron tantas atrocidades tuvieron un juicio justo, algo que ellos no les permitieron a ninguna de sus víctimas. A ninguna. Ni a las más de 700 cuyos casos se han “ventilado” estos casi cuatro años ni a las que faltan.
Podremos reafirmar a quienes atraviesan el ex galpón de automotores donde los represores acumulaban los muebles robados en los secuestros, que aunque el reo Menéndez pretenda negarlo el fin último de la dictadura cívico-militar fue robar. Mataron para robar: vidas, muertes, niños, muebles, una patria.
A partir de hoy nuestra amada Córdoba, en las letras frías de la sentencia, puede investigar cómo fue que de ser una de las sociedades más dinámicas en las luchas por Justicia Social se ha convertido en esta sociedad pacata de hegemonía conservadora. Sin dudas, lo sucedido en la última dictadura tiene mucho que ver. Pero, justamente por eso mismo, a partir de hoy estaremos un poco más iluminados para seguir luchando.
El futuro será mejor porque no sólo estará cargado de Memoria, sino también de Justicia.
(*) Director del Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos La Perla.