Por Silverio E. Escudero
Fidel Castro, y gran parte de la humanidad alborozada, ha celebrado por estos días sus, apenas, primeros 90 años. Noventa años plenos de pasión y controversias, de amores y odios, iguales en intensidad; profundos, viscerales.
Fidel es, en una constelación de enormes figuras, el hombre de mayor trascendencia política que haya parido América Latina y el Caribe. Fue –es- el mentor ideológico de millones de hombres y mujeres que se sintieron subyugados por su lucha antiimperialista. Tanto que lo acompañan desde los comienzos de los años 50 del siglo pasado, cuando, de su mano, se asomaron a un mundo en efervescencia. Un mundo hastiado de las censuras y persecuciones ideológicas, donde la libertad personal era apenas una ilusión y la privacidad, una quimera.
Ésa era la realidad que vivió la generación de nuestros abuelos y la de nuestros padres con los que disentimos con extrema audacia e irrespetuosidad. Disenso que servía para menguar la ansiedad por las noticias que, a pesar de la censura y el acción de los alcahuetes y buchones de los servicios de inteligencia, llegaban a cuentagotas desde Sierra Maestra, tras el fracasado asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953.
Los debates ganaron las calles y las aulas de las universidades. Nadie fue ajeno a ese despertar tan intenso como los que se protagonizaron en torno a la Guerra Civil Española y a la Segunda Guerra Mundial. La cárcel de Isla de Pinos, el exilio mexicano, el vínculo con el “Che”, los preparativos para la acción armada, el desembarco del Granma, la lucha en la Sierra Maestra y la victoria son hitos imprescindibles a la hora de historiar el comienzo. Ya con la Revolución Cubana en marcha Fidel, dirá a sus seguidores: “Hasta aquí ha sido fácil. Lo difícil es lo que recién comienza.”
Con la victoria comenzó a moverse, otra vez, la rueda de la historia. La construcción del nuevo poder, las primeras acciones, la dignidad y el coraje puestos siempre a prueba, la lucha contra “los poderosos dioses rubios del Norte”. Playa Girón, la crisis de los misiles formaron parte de la afirmación de una idea de socialismo que hunde sus raíces en la tradición martiana y en el despliegue de la más asombrosa muestra de solidaridad internacional. Hecho y gestos que tuvieron un fuerte impacto en América Latina y el resto de las naciones del Tercer Mundo.
La vida del comandante en Jefe de la Revolución Cubana ofrece la posibilidad de estudiar no sólo la forja de un líder sino las formas que adoptó para construir poder. Sus relaciones con muchos Estados latinoamericanos conforman un capítulo especial. Habida cuenta de que fueron hostiles para con el gobierno de La Habana, en actitud de obediencia y sumisión hacia la Casa Blanca, desconociendo el principio de autodeterminación de los pueblos, tal como quedó expuesto en la Conferencia de Punta del Este, celebrada en agosto de 1961.
Desde entonces, desde antes, para la CIA y el resto de los servicios de inteligencia asociados, Fidel “se convirtió en una obsesión, en ese líder inmortal que esquivaba habanos explosivos, batidos envenenados o una ‘mata hari’ enamorada. Nada pudo acabar con Castro, el líder de la revolución cubana, que burló más de 600 complots homicidas”.
El espacio es mezquino para sumar episodios y encomiar la tarea del Comandante. Ésa es la razón por la que dejaremos para otra ocasión su visita a Córdoba donde concelebró -con más de 60 mil asistentes- una inolvidable misa laica que, a pesar del paso del tiempo, sigue conmoviéndonos hasta las lágrimas.
En compensación, si eso fuese posible hablando de Fidel Castro, invito a viajar en el tiempo. Año 1973: la Guerra Fría se encuentra en uno de sus momentos más álgidos. Richard Nixon jura su segundo mandato como presidente de los Estados Unidos y la guerra de Vietnam llega a su fin. Al regreso de una visita al sudeste asiático, Fidel Castro participa en una de sus habituales reuniones con la prensa internacional. En un ambiente distendido, el periodista Brian Davis, de una agencia inglesa, pregunta: “¿Cuándo cree usted que se podrán restablecer las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, dos países tan lejanos a pesar de la cercanía geográfica?” El líder de la revolución cubana -metido en el papel de Nostradamus- lo mira fijamente y responde bien alto, para que le escuchen todos los presentes en la sala: “Estados Unidos vendrá a dialogar con nosotros cuando tenga un presidente negro y haya en el mundo un Papa latinoamericano”. Y la historia…
En nuestro peregrinaje, recogiendo el mejor pensamiento latinoamericano comprometido con la liberación de los pueblos, le oímos decir al querido “Negro” Ramón Antonio Veras, un heroico panfletero dominicano: “El día que triunfe la sensatez sobre la ligereza, lo juicioso se imponga a lo descabellado y la ecuanimidad derrote el fanatismo, será entonces cuando con el pensamiento libre, y sin apasionamiento alguno,se llegará a comprender, tener en cuenta, en todo caso reconocer la contribución, la entrega de Fidel Castro a las mejores causas de su pueblo, de la paz y la liberación de los oprimidos.”