El gobierno de Juan Carlos Ongania, allá por febrero de 1970, comprendió que llegaba el tiempo del ocaso. Pese a sus esfuerzos no había podido recuperarse del enorme sacudón que significó el Cordobazo ni la creciente rebelión de los obreros y estudiantes quienes, aun en verano, agitaban sus banderas y exigían solución a sus reclamos. Cuestionamientos que también ganaban los cuarteles, disconformes por el tono falangista que impregnó su gestión.
Ésa fue la razón por la que convocó, en una tórrida tarde de diciembre de 1969, a sus hombres de confianza a una reunión de emergencia. Roberto “Bobby” Roth, secretario Legal y Técnico de la Presidencia, y el coronel Luis Premoli, que ocupaba la Secretaría de Prensa y Difusión, recibieron la orden de que, en tiempo récord, propusieran un plan de relanzamiento del gobierno de la autodenominada Revolución Argentina, mientras el Presidente con su familia se refugiaba en un convento para meditar sobre sus acciones futuras.
Los elegidos trabajaron a matacaballos. Entrevistaron a todos los ministros, quienes se sorprendieron por el requerimiento y muchos se mostraron disconformes por la intromisión de “personajes de segundo orden” en sus áreas que suponían de exclusiva competencia. Roth, autor de un libro titulado El país que quedó atrás, fue el encargado de exponer las conclusiones frente al Presidente.
Con ese aval, el coronel Premoli en conferencia de prensa anunció que el Gobierno nacional estaba dispuesto a crear un diario oficial de carácter comercial. La noticia -imprevista- alarmó a los directorios de las empresas periodísticas de la época y a los sectores políticos, gremiales y empresariales. Fue uno de los anuncios gubernamentales que más ruido hizo en mucho tiempo.
Para aplacar la ira colectiva, el funcionario-vocero aseguró que la aparición de la hoja gubernamental no implicaría demérito alguno para los órganos de prensa privados. “Por no ser una empresa con fines lucrativos podría encarar con énfasis y prolijidad los temas esenciales del país. No hará una apología del gobierno, sino de la Argentina.” La aparición de un diario oficialista se explicó, en tonos distintos, en Primera Plana y Panorama. Señalaban que sería una empresa ardua, requeriría de maquinarias, periodistas, distribuidores, estudios legales y económicos y sincerar quién y cómo lo financiaría. El debate ganó en calor.
En todos los corrillos y mentideros se especulaba sobre sus implicancias políticas. Muchos, con alarma, aseguraban que Ongania pretendía recrear el emporio que creó y dirigió Raúl Alejandro Apold. Se preguntaban si lo que pretendía el presidente de facto era manejar en forma discrecional las cuotas de papel de diario, que se importaba, para ahogar a los diarios críticos al gobierno. El fantasma de Juan Domingo Perón rondaba todas las conversaciones.
Los diarios La Prensa, La Nación y Clarín contrarreplicaban. Especulaban sobre su orientación y el efecto que produciría en el mercado. Uno de ellos advirtió que el periódico sería gratuito.
La Razón tiró un suplemento especial en el que analizaba los costos de la aventura editorial que pretendía emprender Juan Carlos Ongania. Las cifras de la inversión espantaban. Se debía comprar una impresora: los modelos en el mercado eran limitados. Uno de origen sueco y el otro, alemán.
Sin embargo, ninguno de los proveedores estaba en condiciones de saciar la ansiedad presidencial. La solución estaba en el mercado del usado. En Buenos Aires había disponibles y en buen estado de conservación los talleres de los diarios El Mundo, La Época, Democracia y Noticias Gráficas. Aunque la Federación Gráfica Bonaerense aseguraba que sólo el taller de El Mundo estaba en condiciones de ponerse en marcha casi de inmediato. El resto había sido jibarizado, semidesmantelado.
El mero anuncio del proyecto, decíamos, encrespó los ánimos. Inquietó a los radicales que tenían cuentas a cobrar y a sectores liberales que enfrentaban a Ongania en todos los terrenos. Ambos prepararon su artillería para tirarle al diario oficialista.
No sería un ataque directo. Mediante sus habituales portavoces describirían las inconveniencias políticas y comunicacionales. Ya que, si alcanzaba a tener ese diario, Ongania iría por más. Buscaría apropiarse de las radios y pondría el canal estatal a su servicio exclusivo. Los padecimientos de LR1 Radio El Mundo de la ciudad de Buenos Aires y su Red Azul y Blanca, fueron atroces. Temía el autócrata la recepción popular que tenía su Boletín Sintético de Noticias, de amplia aceptación popular. Ongania buscaba ejercer un control estricto sobre la prensa.
En la conferencia de prensa, un avispado periodista le preguntó al coronel Premoli: “¿Cómo trataría un diario oficial la reunión gremial opositora que hubo el fin de semana último en Córdoba?”. “La consignaría. Explicaría bien el asunto y desbrozaría qué quieren y piensan las fracciones en pugna”, dijo el secretario de Prensa y Difusión. “¿Y si se tratara de un tema como el alejamiento del asesor del ministro del Interior, el mayor Hugo Miori Pereyra?”. El funcionario respondió que habría que explicar la circunstancia en forma concreta.
Los gobiernos argentinos -salvo el de Arturo Illia- soñaron controlar, con suerte diversa, los medios de comunicación. ¿Cuál será la razón de tamaño fracaso? ¿Alguien nos lo puede aclarar?