Ejerce la profesión hace 33 años, elige siempre defender “a los buenos” asumiendo el rol de querellante particular y, aunque es víctima de amenazas constantes, asegura que no lo “amedrentarán”.
Por Silvina Bazterrechea – [email protected]
No es un abogado más. En los últimos años ha ido adquiriendo gran notoriedad pública por causas resonantes y de gran impacto social en las cuales -siempre- asume el rol de querellante.
El estudio jurídico de Carlos Nayi abre las puertas de madrugada. Dice que a las cuatro de la mañana, cuando llega a trabajar, encuentra la serenidad que necesita “alejado del teléfono” y de la “consulta de los clientes” para estudiar los cientos de causas que lleva a diario.
Vive custodiado y amenazado, confiesa que “convive con el horror” y se angustia cuando mira la fotografía de su familia, a un costado de su escritorio. Tiene siete hijos, “tres nenas y cuatro varones”, una esposa y un padre abogados, que también forma parte de su staff jurídico -que integran 11 personas-.
No lo asombra que hayan intentado llevarse a su socio de la puerta de su estudio. Asegura que después del juicio al condenado comisario Pablo Márquez por las detenciones ilegales, las amenazas se repitieron y el mismo jefe de Protección de Testigos le recomendó que blindara los cristales de su automóvil y el ventanal de su estudio que da hacia la calle. Pese a todo, asegura que nada lo amedrentará y, como una especie “de paladín de la justicia”, sigue adelante.
Tras pactar una entrevista con Comercio y Justicia, Nayi nos recibió en su “santuario”. Así llamó, varias veces durante la nota, a su estudio jurídico, ubicado a 50 metros de Tribunales I, donde hace más de 30 años trabaja. Un policía apostado en la puerta del edificio lo custodia. Su escritorio está impecable y ordenado. Nos recibe amablemente su secretaria.
La entrevista no pudo comenzar de otra manera:
– ¿Cómo se siente, que sensación tiene después del episodio ocurrido en las puertas de su estudio?
– La sensación que tengo es de preocupación, lo que pasó es sumamente grave porque no hay que descontextualizarlo. Fundamentalmente con la causa de las detenciones ilegales recibí claros mensajes de que iban a atentar contra mi persona y contra mis familiares. Si bien se lo hice saber al gobernador a través de su vocero, parece que no fue suficiente y a 10 metros de una consigna policial y a 20 metros de Tribunales I, una persona armada ingresó a un auto y quiso llevarse a un abogado. Si a eso le sumamos que llegó caminando y se fue caminando plácidamente y que no tenía un fin furtivo, todo indica desde el sentido común que es un mensaje.
– ¿Tiene miedo?
– Si la idea es preocupar, claro que lo han conseguido, pero si la idea es asustar se han equivocado de persona. Pobre del letrado que sucumba al terror de una amenaza porque deberá soportar la deshonra de tener manchada su foja de servicio con la nota de la cobardía. Se sufrirá, se vivirá mal, se convivirá con el horror y, a veces, el olor a muerte, pero vale la pena seguir trabajando por la sociedad, por quienes lo necesitan.
– ¿Qué cosas tiene en cuenta a la hora de tomar la defensa de una causa? ¿Por qué siempre elige el rol de querellante?
– Siempre busco ser coherente. Si a lo largo de 33 años vengo combatiendo la modalidad conductual de un depredador sexual, de un estafador, mal podría asumir la defensa. Tienen derecho a ser defendidos, todos, pero prefiero que lo haga otro profesional. No me siento cómodo, no responde a mis principios. Eso no es ser selectivo sino honesto conmigo mismo, con el cliente y con la justicia también.
– ¿Siempre tuvo la certeza de querer ser abogado penalista?
– Sí, siempre; y la sigo teniendo. Comencé a sentir la vocación a partir de cada relato que efectuaba mi padre, que hizo carrera judicial desde muy abajo hasta llegar a juez Correccional. Sentí la necesidad de construir justicia, de estar al lado de quien lo necesita. Y hay algo que es muy importante en esta profesión: no debemos perder el costado humano, no hay que endurecerse. El conocimiento técnico es fundamental para evacuar la duda, encontrar justicia, pero no es todo. Debemos ser capaces de contener, de escuchar a la persona que está en situación de crisis; la persona cuando se acerca a un abogado no sólo busca una solución jurídica a su problema. Tenemos la obligación de llevar serenidad, contención, aliviarlo en el dolor físico y espiritual.
– La figura del querellante ha ido tomando cada vez más relevancia. ¿Qué opina al respecto?
– Si tenemos en cuenta que pedir justicia y hacer justicia nada tiene que ver con la venganza, un querellante lo que puede hacer es llevar un instrumento para lograr el sano equilibrio entre el interés público y el privado. Es una herramienta formidable, darle la mano al justiciable y unirla a quien tiene la alta función de administrar justicia, acompañarlo en la labor para que no aparezca como intruso -porque fue violada la hija-, que se sienta parte, que controle, que vigile; esto es la desmonopolización de la acción pública. Tenemos un sistema acusatorio y tenemos tres protagonistas que permiten un sano equilibrio: un acusador público que formula la acusación, un imputado que ejerce su derecho de defensa y un querellante particular de la mano de la víctima. Esto permite equilibrar la balanza y darle la posibilidad a la víctima de construir justicia.
– ¿Y qué sensación tiene cuando la justicia que espera no llega?
– De impotencia, pero no me paralizo. Cada vez que una causa ingresa a la justicia para ser procesada, para ser instruida y tiene color político, lamentablemente se produce un distanciamiento entre el ser y el deber ser en lo que hace a la labor del juzgador. Por eso es fundamental la labor del querellante, costará más pero es posible.
Rápidamente, Nayi trae a sus recuerdos las causas que han pasado por sus manos: el caso del panadero Corradini, la causa por la muerte del policía Juan Alós, las fumigaciones en barrio Ituzaingó Anexo, las detenciones ilegales ordenadas por el comisario Márquez, entre otras tantas. Algunas, con mayor éxito que otras, pasaron por su estudio jurídico, donde se trabaja, dice, “de una forma muy comprometida y casi artesanal, dando la vida por las causas que se asumen”.