Una de las aventuras más apasionantes del hombre es perseguir las noticias. Vivir pendiente de lo que traen los medios de comunicación. Información que sirve para que se tome posición ante los hechos que, más tarde, si tienen entidad, integrarán la historia en curso.
Más allá de las definiciones académicas, el periodismo es la obsesión por llegar, a la hora del cierre, con la mejor noticia; la noticia que, quizás, cambie el futuro de la sociedad. Batalla que muchas veces tiene un enemigo cruzado. La imposibilidad en la urgencia del aporte capaz de aclarar un hecho, un detalle, que permita enriquecer o circunscribir conceptos.
Estas ideas, provisionales por cierto, se encuentran en un borrador de trabajo que ha permanecido extraviado en mi archivo y reapareció este fin de semana, cuando lo ordenaba con la intención de mudarlo y, de paso, modificar formas de registración y conservación de ese enorme caudal documental.
El papper encontrado forma parte de una hipotética historia del periodismo que algún día, quizás, se emprenda. Ante el temor de que el caos gane la batalla y se vuelva a “ocultar”, comparto alguno de sus contenidos para enriquecer el arcón de las anécdotas o serle útil a quien le interese el tema.
Tanta celeridad en el tratamiento de las noticias tiene sus inconvenientes. También la búsqueda desesperada de la primicia. El principal riesgo es caer en el ridículo. Nunca pudimos saber la identidad del periodista que, en 1962, coló en la línea de teletipos de la DPA (Deutsche Presse-Agentur), la prestigiosa agencia de noticias alemana, la noticia de la muerte de Nikita Kruschev. Al momento del anuncio el líder ruso presidía una recepción diplomática que había reunido la mayoría de los líderes africanos, enfrascados en la lucha contra el colonialismo. Muchos han querido ver, detrás de ese episodio, la mano de Leonid Brézhnev. Kruschev murió el 11 de septiembre de 1971.
Un tiempo antes, AP -The Associated Press-, en un despacho especial dio por hecha una entrevista entre Moise Tshombe -primer ministro de Katanga, enemigo jurado de Patrice Lumumba- y el secretario General de las Naciones Unidas, Dag Hammarkjold, cuyo avión fue derribado en confuso episodio por los servicios secretos de Estados Unidos y Bélgica. Entrevista que nunca se publicó. Nunca había sido pautada.
El afán por las primicias enloquece a los cronistas. Uno de ellos, adscripto al Vaticano, convenció a un obispo de la oficina del Camarlengo para que desde el balcón mostrara un pañuelo rojo en señal de que el Papa había muerto. Ese reportero de AFP -Agence France-Presse- anunció 24 horas antes el deceso de Pío XII.
¿Qué había sucedido? Un imponderable, por cierto. Ese 9 de agosto de 1958 hacía mucho calor en Ciudad del Vaticano y un prelado, agobiado, se asomó para tomar un poco de aire fresco y secarse el sudor blandiendo su pañuelo. El cronista murió preguntándose sobre el color rojo de los sonadores de la jerarquía eclesiástica.
La injerencia de los servicios secretos en la vida de las agencias de noticias es constante. ¡Si lo sabrán las agencias internacionales norteamericanas!
Durante la invasión a Cuba, en abril de 1962, no sólo anunciaron la toma de La Habana sino que también había muerto en acción Raúl Castro, se había suicidado el Che y enloquecido Fidel por haber sido alcanzado por una esquirla de un obús.
Los errores, no siempre involuntarios, han sido producto de las tensiones del cierre o de la urgencia informativa. Ésta es la razón por la cual las agencias y los editores de experiencia recomiendan no apresurarse.
No es la primicia lo importante. Nada se gana con ser el primero. Es una vanagloria.
Lo importante es lo veraz, lo profundo. Por ello es menester utilizar fuentes diversas. La tarea de “refritar” se torna más compleja. Debe valorizar diversos cables de distinto origen.
Desconfiar de las primicias es sabio. No debe caerse en el chisme de las redes sociales.
Hasta 1873 los argentinos se enteraban de los sucesos del mundo cuando llegaban los barcos de ultramar. Cuando, a instancias de Domingo F. Sarmiento, se instaló el primer cable submarino, en Buenos Aires se produjo una revolución informativa. La vieja Agencia Havas instaló su centro de distribución de noticias en el centro porteño. Ocho equipos Morse ocupaban el centro de la escena aunque el flujo de cables era, en extremo, reducido. El primer abonado fue La Nación, que revendía los derechos a los diarios del interior del país.
Para entonces -anotan los historiadores de la comunicación- habían quedado atrás las palomas mensajeras, el simple correo de chasquis o las del heliógrafo, artilugio técnico que, mediante señales luminosas reflejadas en espejos, transportaba noticias a distancia.
Esta historia nos ocupará en otras ocasiones. En tanto, aguardamos con ansiedad que se edite la monumental Historia del Periodismo de Córdoba, del siempre el recordado Efraín U. Bischoff, y los periodistas en reposo cuenten el detrás de la historia de la que fueron testigos.