domingo 17, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

El asesinato del rey Alejandro I de Yugoslavia

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Los magnicidios son un condimento especial de la vida política y de la historia. Conmueven las estructuras de toda la sociedad y, ésta, precavida, pronto los condena al olvido. Salvo que sean la puerta de ingreso a una tragedia mayor. Ésa es la razón por la cual sólo recordamos con precisión los asesinatos de Julio Cesar, de Abraham Lincoln; del Archiduque Fernando, en Sarajevo; el de John F. Kennedy o el del primer ministro sueco Olof Palme.

En la entretela de la historia, rodeada de misterio, está -al aguardo de ser nuevamente estudiada- la muerte de Alejandro I, también conocido como El Unificador, ya que fue rey de los Serbios, Croatas y Eslovenos (1921–1929) y primer rey de Yugoslavia (1929–1934). El monarca pertenecía a la Casa Real de Karadordevic o Karageorgevich, que hunde sus raíces en lo más profundo de la historia serbia, habiendo probando su coraje en batalla durante la Primera insurrección Serbia contra el Imperio Turco, en 1804.

El 6 de octubre de 1934, Alejandro I de Yugoeslavia, se embarco en el crucero real Dubrovnick rumbo a Francia en visita de Estado. El Rey mantenía con París una entrañable relación, que se reflejaba en la política exterior de Yugoslavia. La Primera Escuadra Francesa del Mediterráneo se hizo a la mar desde el puerto de Toulon para recibir al rey con todos los honores apenas su nación ingresara en sus aguas jurisdiccionales, y escoltarlo hasta el puerto Marsella.

A las 3 de la tarde, aproximadamente, la figura del crucero yugoslavo y su escolta se recortaron en el horizonte. Jacques Piatri, el ministro francés de Marina y miembro de la comisión de recepción, fue a darle la bienvenida a bordo del Dubrovnick. El ministro Asuntos Exteriores, Louis Barthou, en tanto, le espera en tierra, junto a una formación de honor compuesta por un destacamento de senegaleses y el regimiento 141 de infantería, con banda, para rendir los honores de práctica.

El alcalde condujo al ilustre visitante a un antiguo landó cuya capota había sido rebatida para que el rey y el canciller pudieran viajar al descubierto y así saludar al pueblo de Marsella, que se había volcado a las calle. Cuando todos los miembros de la comitiva estaban acomodados en sus respectivos vehículos se dio la orden de marchar. Sin embargo, no pudo arrancar. Una marea de fotógrafos no prevista bloquea el camino. Nadie atina a controlarlos. Al fin la caravana se pone en marcha. Una escuadrilla sobrevuela la ciudad asombrando a los espectadores y la caballería, que debía proteger al huésped, hace cabriolas cincuenta metros más adelante.

De pronto, la tragedia. Un hombre se desprende de la multitud, evita la guardia policial, se monta en el estribo del automóvil y empieza a disparar contra sus ocupantes. El general Alphonse Georges -que debía acompañar al rey y ser su guardaespaldas, había olvidado en su acantonamiento su arma reglamentaria-, recibió cuatro balazos, en tanto Alejandro había muerto en forma instantánea y el canciller francés, herido de gravedad -según los cronistas de época- vagó por las calles sin que nadie se diera cuenta de su estado, muriendo desangrado. Habían transcurrido, apenas, 15 minutos desde el momento en que desembarcó el rey.

¿Cuáles fueron las motivaciones del regicidio? ¿Quiénes armaron al asesino? ¿Actuó en soledad? Se afirmo que las motivaciones del atentado debían encontrarse en la compleja situación interna de Yugoslavia y la creciente conflictividad europea que asemejaba a una caldera pronto a estallar. Muchos investigadores suponen que la Organización Revolucionaria Interna de Macedonia (ORIM) –la organización terrorista a la que pertenecía el matador-, contaba con el indisimulado apoyo de Adolfo Hitler y Benito Mussolini aunque existía una fuerte presunción que también actuó la larga mano de Stalin que, en sus planes de expansión imperial, aspiraba extender las fronteras de la Unión Soviética hasta las costas del Mare Nostrum de los romanos.

Otros investigadores se inclinan por la hipótesis que la Italia fascista financió, junto con Hungría, a la ORIM y los Ustaschi –organización de extrema derecha croata-, encontrando el santuario que les proporcionaban centros de adiestramiento en Ancona y Bari, en Italia, y en Janka Pusza y otros lugares secretos en Hungría. “Por aquellos tiempos, prevalecía en Roma el principio de que era preferible tener en los Balcanes un mosaico de naciones pequeñas y en continua disputa que una potencia como Yugoslavia, capaz de alcanzar cierto predominio y rivalizar con Italia. En sus planes para mantener la impotencia de Yugoslavia, Mussolini no titubeó en recurrir a todos los medios”. El historiador italiano –antifascista- Gaetano Salvemini estaba absolutamente convencido de que el Duce, al comprender que las que las incursiones fronterizas y las acciones terroristas no conseguirían la desintegración interna de Yugoslavia como él deseaba, decidió asestar un golpe definitivo en contra del rey Alejandro I.

Así planteado el debate histórico-político poca duda cabe en cuanto a la implicación directa de Italia en el asesinato del rey yugoslavo. “Ello no significa, por cierto, que el asesinato del rey Alejandro en Marsella hubiese sido planeado –explica el historiador Martin Gilbert—personalmente por Mussolini para que se perpetrarse en aquel lugar, de aquel modo y en aquel preciso momento. Todo cuanto el Duce tuvo que hacer fue dar a conocer su deseo de librarse del rey, y el resto pudo quedar en manos de sus subordinados”.

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