Suspense a lo Grisham pero con estilo propio. Entrecruza, con suceso, el ejercicio del derecho a la par de pergeñar thrillers que se apartan de toda norma.
Por Luis R. Carranza Torres
Hijo de abogado, padre de abogados y abogado él mismo… pero también novelista. Alfredo Abarca combina ambas pasiones. La de abogar por el derecho y aquella que da forma extensa a las historias. El placer estético como refugio ante los rigores de la profesión lo ha llevado a dar forma a varios éxitos literarios.
Con Alfredo nos hemos tratado pero, antes de eso, lo he leído. Conocí como lector al novelista y, un poco más tarde y en similares términos, siendo letrado bisoño al especialista y doctrinario en derecho aduanero, antes de tener un trato personal con el colega.
Nacido en Córdoba, se recibió de abogado en la Universidad Nacional de Buenos Aires el 2 de junio de 1966. Un año antes había obtenido en esa misma casa los diplomas de procurador y escribano. Se despeñó desde inicios de 1967 y hasta julio de 1979 en el Departamento de Asuntos Jurídicos de la Administración Nacional de Aduanas. Allí nació el gusto por esa rama del derecho que luego continuaría en el ejercicio privado de su propio estudio, y de la que llegaría a ser docente de grado y postgrado, así como un referente de la doctrina con su obra libro Procedimientos Aduaneros. También fue socio fundador del Colegio de Abogados del Estado y del Instituto Argentino de Estudios Aduaneros, que presidió entre 2001 y 2003. Es asimismo miembro de número de la Academia Internacional de Derecho Aduanero.
Paralelamente, ha escrito varias novelas de suspenso. Comenzó en tal actividad tanto por inclinación natural como por la influencia de su madre, una gran observadora de la realidad, quien le sugería verdaderas tramas a partir de hechos simples y comunes. A comienzos de la década de 1970 culminó su primera obra, Papeles Perdidos. Un libro de intriga con toques de policial y romance que bucea en el mundo de la política económica y de los servicios de inteligencia. Una joya literaria que abrió más de un género en nuestro país, pero que sólo fue editada en Argentina después de haber sido impresa en Estados Unidos y frente al éxito conseguido en ese mercado. Antes, “nadie daba dos mangos” por ella en el tradicional mundo editorial telúrico. Como suele pasar no pocas veces, se equivocaron.
Desde entonces, a pesar de ejercer la profesión, la docencia y ser padre de cinco hijos, Alfredo ha publicado otras siete novelas: Fuerza de mujer, Expediente reservado, El Código de Nüremberg, Secuestro virtual, Duelo nacional, La abogada y El Error. Todas con el favor del público no sólo local sino de lugares tan lejanos como, por caso, Lituania. Allí Fuerza de Mujer y Expediente Reservado agotaron tres ediciones completas, siendo uno de los invitados extranjeros en la Feria del Libro de Vilnius.
Temas tan diversos como el mundo de los servicios de inteligencia, las operaciones santas y nada santas de exportación e importación, los dramas humanos tras los casos judiciales, los experimentos médicos en seres humanos y la inseminación artificial han sido los tópicos recorridos por su pluma.
A su personaje de mayor éxito, la abogada Mercedes Lascano, la concibió un día que estaba en un café cerca de Tribunales, haciendo tiempo para ir a ver un expediente, y vio cruzar la plaza Lavalle a una mujer, una abogada por la vestimenta, por el tipo de portafolio. Era hermosa, pero lo asombró su cara de terror al dirigirse a Tribunales.
Por eso, en ese mismo bar, es donde quien esto escribe situó para su novela Secretos en Juicio las reuniones entre Cecilia Ozzolli y Agustina Ríos, abogadas con una relación de amor-odio difícil de definir y un secreto poco confesable que las une. Fue una suerte de homenaje, sólo para entendidos del género, a la creatividad de Alfredo.
Su última y más reciente producción, titulada El Error, tiene todos los visos de situarse (o, inclusive, superar) el camino de éxito de sus predecesoras. Se trata de un thriller legal, médico y humano, en el que se toca el actual tema de las manipulaciones y el uso inescrupuloso de la ciencia respecto de las técnicas de fertilización asistida.
A lo largo de sus 568 páginas -puedo decirlo con total conocimiento de causa- hay de todo para los amantes de género del suspense: personas idealistas, otras bastante “turras”, distraídos que quedan en el medio de los “bolinquis”, modelos bien dotadas, empresarios flojos de papeles, policías, abogados, médicos, vendettas, problemas judiciales y tufillo a corrupción por donde se vea.
Alfredo gusta de definirse a sí mismo como “un contador de historias, al que la imaginación lo lleva a relatar hechos basados en la experiencia, aunque por supuesto no son reales”. En esta novela, como en las anteriores, se ve no sólo su gran creatividad sino el trabajo minucioso de investigación previo que siempre apoya y da credibilidad a los hechos de la trama.
Una buena y sencilla persona que, como me lo ha confesado, disfruta tanto de ejercer la profesión como de crear tramas y personajes en lo literario. Algo que puedo entender perfectamente. Y que, tal como está el mundo que nos rodea, no deja de ser un privilegio que cuesta obtener, y más aún, mantener. Pero que hace, en cada momento, una diferencia no menor en cómo se vive la vida.