Hace mucho tiempo, la informalidad en las empresas era mucho más grande y frecuente que hoy. Era normal solicitar cosas importantes de manera verbal, lo que generaba olvidos, confusiones y luego discusiones, al no tener un “recordatorio” que sirviera de ayuda para que las cosas se hicieran como se habían fijado.
Surgió una ingeniosa frase que fue impresa en anotadores de papel para que las personas se acostumbraran a dejar por escrito sus pedidos: No lo diga, ¡escríbalo! Esta gran idea sirvió para que de a poco las comunicaciones fueran más formales y se minimizaran las equivocaciones y olvidos.
Más adelante nacieron los correos electrónicos, que impulsaron que las personas redactaran pedidos y quedara un registro tanto para el que emitía el mensaje como para el que lo recibía. Esto tenía un beneficio adicional: los usuarios podían enviar información en cualquier momento, estuviera o no disponible “del otro lado”, y el tiempo utilizado era menor ya que una llamada implicaba “demorarse más de la cuenta” comentando otras cosas, y al no hacerla se aumentaba la eficiencia.
Las nuevas tecnologías
Con la llegada de las nuevas tecnologías, los programas para PC y los teléfonos inteligentes proliferaron los medios digitales: Messenger, chat de Facebook, Hangout, Whatsapp, Skype, SMS, entre otros canales.
Estas nuevas formas de comunicación llegaron con un conjunto de los llamados “nativos digitales”. Esta denominación hace referencia a las personas que gran parte de su vida transcurrieron en contacto y utilizando estos medios, a los que adoptaron naturalmente.
Las organizaciones incorporaron, en su labor diaria, estas novedosas formas para vincularse por sus grandes ventajas, pero en lugar de ser un medio alternativo, lentamente se fueron transformando en el principal. Así se encuentran personas que pueden estar, escritorio de por medio, enviándose mails, mensajes por Skype o Whatsapp. Se reemplazan las reuniones cara a cara por interminables cadenas de mails con múltiples destinatarios, que tratan de ponerse de acuerdo sobre un tema espinoso incorporando largos textos que nadie lee con atención.
En lugar de hablar, chatean, y la posibilidad de interactuar con más fluidez se ve reducida al tiempo que se demora en escribir (en ocasiones con errores y palabras cambiadas por el corrector ortográfico). Cada redacción genera una catarata de mensajes, que finalmente terminan con un saludo, un “ok” o algo similar, lo que implica demoras para leer correos irrelevantes y hacer que las comunicaciones sean más largas y confusas.
Estos nuevos medios están incomunicando. Es importante acostumbrarse a que es más eficaz, claro y conciso hablar que escribir. Permite aclarar los conceptos, que la otra parte pregunte, que dé su opinión y cerrar el tema en un diálogo. Se gana en eficiencia si, en lugar de demorar tiempo redactando y luego intentando hacer que el otro comprenda lo que se quiso transmitir (sin tener siempre la certeza de eso), las personas hablaran.
No sólo el beneficio es para mejorar la comunicación sino que también ayuda a fortalecer los lazos, los vínculos, ayuda a que las partes se conozcan, se interesen por el otro, por lo que piensa y por lo que le pasa.
Los mensajes deben quedar para “dejar asentado” lo que se acordó reservando la discusión e intercambio de opiniones a un espacio “hablado”.
Por eso, antes de tomar su celular y abrir el Whatsapp, recuerde: No lo escriba, ¡dígalo!
* Licenciado en Psicología. Docente de la Universidad Blas Pascal (UBP).