Los que estudiamos los conflictos y su gestión estamos acostumbrados a tratarlos con personas que no son nativos digitales (para ser breve, nativo digital es aquel que nació y se crió con Internet y tecnologías de la información y comunicación, TIC). Inclusive en nuestra formación como mediadores no está incluido el uso de tecnologías.
A analizar es que los mediadores podemos conocer o imaginarnos cómo piensan las partes y cómo pueden reaccionar ante determinada situación (aunque sea una posibilidad) porque hemos o han vivido en la misma generación, la misma época. El planteo ahora es si importa pensar que existe un desafío en gestionar conflictos con nativos digitales, es decir, personas que se criaron y vivieron en otra generación.
¿Pero qué cambió o está cambiando? Leyendo a Alejandro Zenker (pedagogo), a Guillermo Jaim Etcheverry (educador) y a Zigmunt Bauman (sociólogo) puedo mencionar tres ítems que marcan un punto de inflexión en las tareas futuras de los mediadores.
Zenker escribió sobre la ciberliteratura y el cerebro digital y hace hincapié en que nuestro cerebro está sufriendo cambios en la era digital. Menciona dos aspectos sustantivos que nos pueden ayudar a comprender lo que está sucediendo y por qué estamos frente a una inmensa revolución. Se trata de la transfiguración misma del lector y, por tanto, de la lectura. “Sólo si entendemos qué está sucediendo con los lectores, particularmente con las nuevas generaciones, podremos abrir nuestra mirada a lo que se avecina y tratar de entenderlo”, dice. Y para comprender qué ocurre con el cerebro de los que pasan muchas horas frente a los dispositivos cita una investigación de la Universidad de California (UCLA), en la cual identifican que la nueva generación de nativos digitales procesa la información de una manera distinta (mucho más rápida y diferente) que los inmigrantes digitales. Una de sus primeras inquietudes ante esto fue: ¿podemos nosotros, inmigrantes digitales, educar a una generación de nativos digitales cuyo patrón de procesamiento de la información no acabamos de entender y comprender?
Jaim Etcheverry habla de dos fenómenos importantes: la escritura a mano y la conversación. Respecto a la primera resalta la perdida de la habilidad de la escritura cursiva, ya que en todos los dispositivos se escribe y lee en imprenta. Escribir en cursiva implica que las letras están acopladas las unas con las otras y eso permite que el pensamiento fluya con armonía.
Al estar unidas, quien escribe vincula los pensamientos traduciéndolos a palabras. En cambio, la escritura imprenta implica escindir lo que se piensa en letras, desguazarlo e interrumpir su ritmo y su respiración, y este uso de las tecnologías favorece el pensamiento binario, no reflexivo. Según Etcheverry, la escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del latín: dentro de un tiempo no la podremos leer.
Ya es sabido que desde la llegada de los dispositivos móviles, las charlas de café, las conversaciones entre amigos, reuniones familiares o de trabajo han cambiado.
Específicamente, el celular ha generado una dependencia tal que preferimos perder la billetera que aquél. El celular se convirtió en una extensión del cuerpo y nadie niega la sensación de vacío si pasamos un par de horas sin él. Inclusive se usa sin importar -aun cuando esté prohibido- en los bancos, en los cines, en los aviones, etcétera. Si bien tienen grandes virtudes las comunicaciones móviles – velocidad, inmediatez, integración- se ve que mientras más se comunica la gente a la distancia, menos se habla cuando está cerca.
Jaim Etcheverry habla de la tiranía de lo instantáneo, de lo simultáneo, de lo disperso, de la sobredosis de información y de la conexión con el mundo virtual (lo que Z. Bauman caracteriza como sociedad líquida) que terminará acabando con el placer de conversar.
Ahora: ¿sabemos qué tan pendientes están las partes de sus celulares?, ¿qué ocurre en las mediaciones con el uso de dispositivos móviles?
Estos puntos mencionados son sólo algunos ejemplos de cómo la sociedad está evolucionando y de cómo esta evolución es capaz de cambiar la percepción y el abordaje de los conflictos por parte de los ciudadanos. Según Bauman, uno de los sociólogos más influyentes del siglo 21, las personas pasan tanto tiempo en frente de las pantallas conectadas a Internet que existe el peligro de que los internautas hagan el mundo on line como una “zona ausente de conflictos”.
Entiendo que enfrentamos los mediadores, gestores y/o administradores de conflictos un gran desafío en abordar los conflictos con nativos digitales y entre nativos digitales. Mi intención es sólo ser disparador de la discusión sobre cómo mediar con “tecnoadicción”, para decirlo de alguna manera.
Para resolver sus conflictos las personas están buscando alternativas a las instituciones, esto es innegable; es aquí que la mediación debe aprovechar y mostrar que, desde este espacio, con abordajes desde este entendimiento del avance e integración tecnológica, se comprende la evolución de la sociedad mejor que en otras instituciones que utilizan la coerción y sistemas suma cero para resolver los conflictos.
* Abogado, especialista en Mediación