Mucho nos cuesta reflexionar sobre asuntos que creemos son ajenos. Nos distanciamos y dejamos de mirar la realidad de la que formamos parte. Así, son “los otros” quienes agreden brutalmente a las mujeres.
Por Marianna Oliveira * – Exclusivo para Comercio y Justicia
Mientras tanto son totalmente comunes y aceptados chistes y burlas sobre el género femenino. Al final es “apenas un chiste”. En un crimen pueden influir muchos factores, y éstos van siendo naturalizados en las pequeñas cosas.
No hay dudas de que la muerte de una mujer es algo negativo. Entretanto, falta reflexión acerca de la forma como la sociedad trata y retrata diariamente a las mujeres, esto es como un objeto y en forma degradante aunque disfrazado muchas veces ese trato en una especie de “adoración por las mujeres”. Estas muertes y el machismo diario se relacionan.
El femicidio es el homicidio de una mujer, por el hecho de serlo. Este término busca diferenciar este tipo de crimen de otras formas de asesinatos.
Lo que caracteriza al femicidio es que estos ataques contra la vida de las mujeres son ejecutados por hombres, motivados en el carácter patriarcal de nuestro sistema social. Es la forma más radical de expresión de la misoginia, entendiendo ésta como “la aversión u odio a las mujeres, o la tendencia a despreciar a la mujer como sexo, y con ello a todo lo considerado como femenino.”
El hombre heterosexual, en cuanto grupo dominante, daña y oprime en muchas formas a su contraparte, o sea, cualquiera que no se encaje en dicho grupo. Esta conducta es colectiva, irracional, arbitraria e injusta, y si bien se da entre variados grupos sociales (adultos sobre niños, blancos sobre negros, jóvenes sobre ancianos), nada es tan masivo como la opresión naturalizada del hombre sobre la mujer. En el femicidio ocurre la muerte de una mujer apenas por serlo. Es la forma más extrema de violencia contra la mujer, pues le quita su mayor bien: la vida.
Vinculado
Podemos referirnos también a lo que se denomina femicidio vinculado, esto es, el asesinato de un tercero, como un hijo, como forma de castigo y penitencia a la mujer. Se incluyen en esta definición aquellos homicidios cometidos durante el intento de evitar un femicidio.
Otro caso de femicidio es cuando un hombre obliga a una mujer a realizarse un aborto, lo que causa la muerte de la mujer y de este feto, a veces deseado por ella y no por su pareja.
Aunque el asesino directo sea la persona que realizó el aborto, el hombre es también culpable. Además, muchas mujeres encuentran su fin al practicarse un aborto clandestino, sin seguridad ni protección. En casi todos los países esta práctica es vista simplemente como algo que no debería pasar, sin importancia para el debate de renovación de sus leyes, no habiendo una reglamentación realmente eficaz al respecto.
La mayoría de los femicidios es cometida por alguien que la víctima conoce, incluso alguien con quien convive. O sea, ocurren en el marco de una relación en principio consensual. Bajo el techo de la casa transcurren desapercibidos actos de violencia contra la mujer, que suelen repetirse y formar patrones de conducta entre las personas implicadas. El femicidio sería el acto final de un período de abusos.
Es común en estos casos que las acusaciones recaigan sobre la mujer. Se escucha decir: “Ella tendría que hacer una denuncia”; “¿Por qué no se vá?”; o “Si sigue ahí es porque le gusta”, entre muchas otras atrocidades dichas por hombres y mujeres machistas. Éste es el punto de vista que culpa a la víctima y apoya la perpetuación de esos comportamientos.
Nadie cuestiona el hecho de que una persona está dañando a otra, física y psicológicamente. El lado del agresor es visto como inevitable e invisiblemente justificado.
Perspectiva
La justicia no cuenta con mecanismos idóneos para evitar estos hechos, e incluso la falta de una perspectiva adecuada en el abordaje de estas situaciones en muchos casos deja impunes a hombres que matan a mujeres. Así, al hacer una denuncia, las mujeres no tienen otra salida más que volver a casa, a ese ambiente sin seguridad.
Si bien en el caso de Córdoba está previsto que las víctimas sean alojadas en un hotel para que no regresen a la casa donde se encuentra el agresor, ésta es una solución temporal y bastante precaria, si se tiene en cuenta la situación general de las mujeres víctimas de violencia familiar, quienes en muchos casos están totalmente desamparadas debiendo ir con sus hijos de un lugar a otro. Además, en muchos casos los femicidios ocurren justamente después de haber realizado la denuncia contra el agresor.
Entonces, cabe preguntarse: ¿por qué es que estos episodios se repiten? Una respuesta posible es que las leyes están hechas y puestas en vigor con base en una ideología sexista.
Estamos dentro de un sistema social que no es natural a la especie humana, y sí construido.
Las leyes y la opinión pública siguen estando basadas en falsas y antiguas creencias que nunca fueron renovadas, lo que hace muy difícil resolver ciertos problemas.
El abuso doméstico sigue configurando en el imaginario social una expresión íntima de la pareja, ajeno a la sociedad, lo que es totalmente falso.
Durante muchas décadas los casos de femicidio fueron identificados como “crímenes pasionales”. Lo cierto es que no hay que romantizar el homicidio ni vanagloriar al asesino. El abuso doméstico es una prisión para la mujer, debidamente silenciada por la sociedad y su opresor. Ella queda, entonces, sin ninguna herramienta para salvarse, más aún en situaciones menos privilegiadas, en las cuales hay pocos contactos personales que puedan ayudar a la víctima. Esto ultimo suponiendo que estas víctimas tengan el coraje y voz suficientes para decidir terminar con su situación, algo que la mayoría de las veces no ocurre.
La mujer, víctima o no de abuso, es parte de un proceso llamado objetivación. Este proceso hace que la mujer sea vista y tratada como un objeto, manipulado como tal. Desde las formas más inocentes -como anuncios de revista- hasta la esclavitud de ciertas esposas en el ámbito familiar; o como una sirvienta sexual, como es el caso de la trata de personas con este fin. Lo cierto es que la sociedad aprendió a ver a la mujer como un objeto de deseo, de golpes, de trabajo… Su opinión y emociones casi nunca tienen mucha importancia, llegando al punto que la misma mujer lo crea así, algo que afecta tremendamente su autoestima y naturaliza la falsa idea de la inferioridad de la mujer.
La indiferencia y naturalización de estas formas de violencia hacia mujeres, niñas, homosexuales, transexuales y tantos otros grupos oprimidos parece sólo superable en la medida en que demos importancia a la condición humana del otro, más allá de toda diferencia. “El que elige la indiferencia ha elegido el lado del opresor”.
Basta de acosos callejeros, de golpes “inocentes”, de burlas y asesinatos. Lo mismo vale para mujeres que agreden a otras personas. Eduquemos a nuestros hijos, enseñemos el respeto y la real autoestima para que las próximas generaciones tengan la oportunidad de regenerar estas heridas en una realidad armoniosa.
* Escritora. Integrante de la organización Acción Respeto, en Córdoba capital, que busca combatir el acoso callejero.